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16/04/2013 | Venezuela

Guillermo Descalzi

Muerto el rey, viva el rey. Muerto Chávez, viva Maduro. Su triunfo no fue, aun concediéndole su 50.66%, un mandato electoral. El sucesor de Chávez ha heredado la presidencia porque, entre otras cosas, las fuerzas armadas estuvieron presentes para garantizar el legado de Chávez. Las presidencias democráticas se construyen, no se heredan, en consecuencia de lo cual el gobierno de Maduro no puede ni remotamente considerarse democrático.

 

No encaja en la Venezuela que conocimos. Esa Venezuela ha sido interrumpida, es improcedente. Ha dejado de contarse entre las naciones donde el poder se elige limpiamente. Lo ocurrido allá fue una manipulación, no una elección. Se está imponiendo una dinastía como la de los Kim en Corea del Norte y los Castro en Cuba. Los Kirchner de Argentina no son más que una comedia dinástica al lado de ellos.


Ejerceremos “el poder popular para corregir los errores perversos del capitalismo”. Así se expresó Maduro en su victoria. “Vamos a construir un mundo unipolar multicéntrico”. ¿Se dará cuenta de la contradicción entre unipolar y multicéntrico? Es de tan tamaña idiotez que parece imposible que lo sepa.


El domingo, faltando cuatro horas para el cierre de la votación, Maduro sentó el tono de lo que pasaría. “La injerencia de la burguesía se acabó en Venezuela. Aquí no van a haber pactos. No vamos a dialogar con ellos. Conversaremos únicamente con la clase obrera”. “Mañana”, añadió, “presentaré pruebas de la intromisión de Estados Unidos en nuestro proceso electoral”. Asumía una posición de rechazo, deslegitimizando cualquier posible triunfo o logro de la oposición. Estaba listo, antes de terminada la elección, para desconocer su resultado.


Chávez dejó una secuela de desastres, incluyendo una inflación galopante, apagones y escasez de combustible en un país rico en petróleo, con creciente desabastecimiento y una tasa de crimen que deja su burguesía, como la describe Maduro, en el primer lugar de riesgo en América Latina.


Fue un proceso repleto de amenazas. “Preparémonos”, dijo horas antes de la elección, “para un estado de guerra permanente. Si nos toca ir a la oposición, será lucha en las calles”. La intimidación fue abierta. Su inhabilidad en mantener la conexión de Chávez con el pueblo lo dejó sin otra opción que la amenaza para que se acepte su manipulación electoral. Es que nada, ni siquiera el arreglo de la muerte de Chávez, orquestado desde Cuba, fue suficiente para permitirle ganar limpiamente, si se puede llamar limpia su elevación a la presidencia cuando finalmente se revela el deceso del caudillo y queda instalado en el palacio de Miraflores. Nada, en todo caso, parece haber sido suficiente para calmar a sus mentores en la cúpula castrista.


Venezuela chavista garantiza la supervivencia de la revolución cubana, que a su vez garantiza la supervivencia del chavismo venezolano, un sistema de retroalimentación roja que los dejará unos años más en Cuba y Venezuela. Es todo lo que piden y es lo que esperan. La continuidad del chavismo la garantiza Cuba a través de Maduro y el alto mando de las fuerzas armadas bolivarianas, rígidas en su favor a Maduro. El chavismo ‘civil’, por su lado, sacó el pueblo a las calles, azuzándolo para defenderse de una oligarquía burguesa pronta a quitarles, según Maduro, los avances, logros y beneficios que Chávez derramó sobre ellos.


El 14 de abril se jugó también la supervivencia del castrismo, y esa fue la gota que rebasó el límite de la cordura entre los estrategas del crimen electoral perpetrado en Venezuela, porque eso es lo que ocurrió, un crimen electoral que hace imposible la decencia a mediano plazo en el alto mando de las fuerzas armadas bolivarianas, total e irrevocablemente comprometido con La Habana y el naciente madurismo chavista.
Una encuesta a tres días de la elección mostraba a Capriles 11.5% sobre Maduro.

El oficialismo comisionó sus propias encuestas, que le dieron la delantera a su candidato pero mostraron una tendencia ascendente en la campaña de Capriles, y descendente en la suya, poniendo de relieve la dificultad de Maduro para orquestar el chavismo sin Chávez. Eso, y el 49.7% de Capriles, les debe indicar a los Castro que el tiempo apremia.

 
Con esta elección se ha caído la careta venezolana que cubría el rostro cubano del chavismo, por lo que el saqueo de Venezuela se va a acelerar. Van a llevarse lo que puedan antes de que les cierren las puertas del poder. Lloramos por ti, Venezuela.

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 


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