El tema es sustantivo, porque a menudo se tiene la impresión de que el problema de los trabajadores migratorios, tema sensible de la agenda bilateral, pretende ser resuelto considerando sólo los intereses estadounidenses.

La responsabilidad del presidente Fox en la materia, por la situación de los mexicanos que laboran en la Unión Americana, quedó de manifiesto durante la llamada telefónica, de tal forma que el presidente Bush debió aclarar que no piensa militarizar la frontera con México, sino que considera el apoyo administrativo y logístico de la Guardia Nacional. Bien. Esa precisión desactiva un punto de tensión y de inquietud explicable por la gravedad de la medida, similar a la que se tomaría junto a un vecino hostil, y no es el caso.

Bush subrayó que Estados Unidos considera a México como un socio y como un país amigo al que reconoce y respeta. Eso es bueno, aunque ello también se debe expresar en el trato cotidiano entre ambas naciones y en los beneficios que nuestro país debe obtener por esa vecindad, pues serlo del país más poderoso del mundo deberá generarnos beneficios y no conflictos.

Esta noche, el presidente Bush expondrá a los estadounidenses su política en materia migratoria, después de que, por la mañana, el Senado de EU reanude el debate sobre el mismo asunto. Cualquier resolución senatorial tendrá que ser conciliada con la de la Cámara de Representantes, que hace seis meses aprobó medidas más duras contra los migrantes indocumentados.

Los senadores Chuck Hagel y Mel Martínez están por la regularización de la estancia de buena parte de los indocumentados, dependiendo, entre otras cosas, de los años que lleven en Estados Unidos. La preocupación es que en contrapartida no se añada severidad a las acciones contra los irregulares.

Sin embargo, también hay que considerar que el debate que hoy se reanuda en el Senado y el discurso del presidente Bush ocurren cuando el titular de la Casa Blanca tiene un nivel de aceptación de 31% de la población, el más bajo para un presidente en su segundo mandato, con la sola excepción de Richard Nixon semanas antes de renunciar a la Presidencia, según encuestas de The New York Times y de la CBS.

También sucede a pocas semanas de que los casi 12 millones de trabajadores indocumentados que se estima que hay en EU convocaron a una muestra de sus demandas para exponer que son una fuerza social, política, laboral y económica nada desdeñable para el gobierno estadounidense, y eso seguramente deberá ser tomado en consideración, allá, en todo momento.

Para el historiador John Womack, muchos estadounidenses quieren a los migrantes, "pero sólo como trabajadores, siempre y cuando no tengan derecho de protestar, organizarse en sindicatos o resistir.".

Los mexicanos queremos otra cosa. Los trabajadores migratorios son una realidad y hay que regularizar su situación a partir de los intereses comunes, a partir del respeto a los derechos humanos y de la legalidad y la justicia, en igualdad de condiciones.