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Miguel Angel Bastenier

El UKIP es un ‘tea party’ británico que se nutre de la europeización sociológica del ciudadano medio.

 

El premier conservador británico David Cameron homologó el pasado enero la posible salida de Reino Unido de la UE, diciendo que, aunque pretendía “aclarar la posición” de Londres en la comunidad, exigiendo que se dispensara a Londres de unas cuantas directivas de Bruselas, “no excluía la retirada” de la organización. Así pensaba desinflar los vientos que impulsaban al UKIP, partido cuya mayor plataforma es la fuga de Europa, pero, pese a ello, la formación política que dirige Nigel Farage obtenía en unas recientes elecciones municipales el 23% del voto, y las encuestas le concedían un prominente 18% a escala nacional. Aquellos que, sin embargo, teman la defección británica que se tranquilicen, porque el peligro es que probablemente se queden.

Las islas británicas colocan la mitad de sus exportaciones en la UE y reciben del continente un porcentaje similar de inversión extranjera. Pero eso no lo explica todo. La política exterior británica se asemeja en ocasiones a un teatrillo en el que los personajes representan un papel, en estos momentos bajo la dirección de Cameron, pero cada vez con menor apoyo de su partido, aún más euroescéptico que el premier. El líder tory tiene una caja A y una caja B, aunque ambas están encaminadas al mismo fin. La primera versión, prioritaria, es la de que el Gobierno tiene que hacer concesiones al sentimiento antieuropeo para asegurar la permanencia en la UE, como es la promesa de celebración de un referéndum sobre Europa, si gana las próximas elecciones, lo que relegaría la consulta a 2017. Pero según la caja B, las dispensas que reclama a Europa son lo mínimo de lo mínimo que quiere para su país, con o sin UKIP, lo que hace del partido separatista la perfecta coartada para cubrirse ante Bruselas. El público, ante la perspectiva de tener que votar en sendos referendos sobre la independencia de Escocia y la implacable insularidad británica, se inclina hoy en ambos casos por el derecho a decidir en una proporción de más del 70%, pero que baila algo por debajo del 50% en el adiós a Europa.

No hay nada más inglés entre el segmento de población más educado que el espíritu de contradicción

Farage, que se estila de populista y cultiva la imagen de asiduo al club de la clase obrera, el pub, es un personaje bien conectado con el establishment. Y no hay nada más inglés entre el segmento de población más educado que el espíritu de contradicción, aunque siempre en las dosis homeopáticas justas para no alterar nunca el paisaje: el judío proárabe, el zoólogo que odia los animales, el protestante que ocultó durante toda su vida política que era católico de armario, y así, todo un rosario de casos únicos. El extremismo de Farage es, por añadidura, perfecto para que los que puedan sentir algún reconcomio por el mal trato a Europa, se vean desbordados por su derecha, y sentirse con ello centristas reconvertidos. El UKIP, con su nativismo, es un tea party británico que se nutre de la progresiva europeización sociológica del ciudadano medio, que padece la angustia de que llegue el día en que deje de reconocerse en el espejo. El acuerdo de fondo entre los dos grandes actores de ese teatrillo es, asimismo, funcional. Farage quiere a Reino Unido fuera de Europa y Cameron a Europa fuera de Reino Unido, lo que no es en extremo diferente. Y hasta el gran éxito del periodismo británico, The Economist, expresa una anglosajonidad que mira con escepticismo al continente como cuando en un reciente editorial calificaba al presidente francés François Hollande de “hombre peligroso”, por su actitud “contraria a los negocios”. Así ponía el dedo en la llaga sobre lo que Cameron y el partido conservador más temen de la UE, que otras plazas europeas puedan disputarle a Londres su hegemonía como centro financiero internacional.

Ni contigo, ni sin ti. Sin Reino Unido Europa padece numerosas carencias: el sentido de imperio cultural y conocimiento del mundo que encarna la BBC; unas capacidades militares de las que carece el resto de la Unión; la aportación universal de un país que, junto con España, ha colonizado con su lengua la mayor parte del globo. Pero Reino Unido será siempre un jugador de ventaja en Europa. Como dijo Cameron, la pertenencia a la UE “no es un fin en sí mismo, sino una garantía de prosperidad y estabilidad para esta nación insular”. Por eso no queda otro remedio que “conllevarse”, en palabras de Ortega, aplicadas a otra realidad mucho más cercana a todos los españoles.

El Pais (Es) (España)

 



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