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02/06/2013 | Argentina - Bastardeo de los derechos humanos

Antonio Margariti

Pareciera ser “políticamente disparatado”, pedirle a la sociedad argentina que deje de hablar en vano sobre “derechos humanos”.Pero su significado ha sido tan pervertido y su uso tan mangoneado que es necesario decir algo; porque finalmente, terminaron sirviendo de pantalla al obsceno enriquecimiento de cierta gente vinculada con el gobierno y de mampara para acomodar las leyes o presionar a los jueces buscándose impunidad.

 

Lo cual representa algo triste, miserable y deleznable.

Con sana libertad de espíritu podríamos plantear las cosas de otra manera. Muchos problemas sociales conseguirían ser solucionados satisfactoriamente si tanto los poderosos de este país, como los débiles de nuestra tierra, en lugar de exigir derechos comenzaran por cumplir con sus deberes. Sería una verdadera revolución de cordura y decencia.

En un primer intento, imaginemos cómo se regenerarían el Estado y la Sociedad si las leyes en lugar de plantear las facultades y derechos del Gobierno, del Parlamento y la Justicia, pusieran en letras de molde las obligaciones concretas de la Presidente para con la Sociedad civil y del Poder Ejecutivo para con el Congreso y la Justicia.

Del mismo modo si se estableciesen claramente las obligaciones que asumen los diputados y senadores para dictar leyes coherentes, sensatas, claras, justas y aplicables a todos, no sólo a los adversarios políticos. De qué manera los legisladores están onerosamente obligados a trabajar, a debatir, a dar quórum y representar a sus mandantes no al dirigente partidario que los ha insertado, con un dedazo deshonroso, en una lista sábana.

En idéntico sentido, si la Constitución Nacional o las leyes estableciesen los deberes de celeridad, imparcialidad y equidad que los Jueces debieran tener para con las personas que buscan justicia y para con aquellos que son acosados o perseguidos por las agencias recaudadoras del Gobierno, como la Afip, la UIF y organismos burocráticos de control.

No hay duda alguna que el mundo de la política daría una vuelta de campana, retornando a la sensatez y la prudencia.
Hoy se hace evidente que el país está en estado de anarquía, que necesita de una sociedad y de un gobierno que piensen menos en sus atribuciones y más en cumplir sus deberes; que en lugar de reclamar “denme” planes asistenciales o asignaciones universales o subsidios para holgar vuelvan a descubrir la magnificencia del espíritu de sacrificio, del mérito por cumplir con el deber y del honor que respeta la dignidad propia y ajena.

El gobierno se jacta, sin sonrojarse, de que la política de derechos humanos es la base de su accionar. Pero se trata de un grosero engaño, porque no tiene el mínimo gesto de aflicción ni de compasión con quienes hoy son el blanco de ladrones o asesinos, ni la más elemental mención al despiadado despojo que sufren los humildes por una inflación generada por el propio gobierno con su insensata ideología de financiarse emitiendo moneda carente de valor.

Pero continuemos imaginando qué pasaría por nuestra mente y cómo se modificaría nuestra conducta si a la retórica vacua de los derechos humanos siguiera una nueva declaración de los deberes del gobernante y del ciudadano. Caeríamos en la cuenta de que no es legítimo exigir derechos si cada uno no es fiel en el cumplimiento de sus deberes, porque es de allí de donde derivan esos derechos.
Del mismo modo habría que empezar a sancionar leyes donde sus principales capítulos sean denominados: Deberes de la Presidente, Deberes del Poder Ejecutivo, Deberes de los Ministros, Deberes de los Diputados y Senadores, Deberes de los Fiscales y Jueces, Deberes de las Fuerzas armadas y de seguridad y Deberes de los empleados en servicios públicos.

Descubriríamos un nuevo mundo.

Que el principio fundamental de los derechos humanos consiste primero en cumplir con las obligaciones, en no convertirse en carga para los demás y en respetar a nuestro prójimo antes que reivindicar los propios derechos, reconociendo que todos somos hijos de un mismo Padre. Ello no es una mojigatería sacada de un libro de cuentos infantiles, es la lección de la historia.
La declaración americana de los derechos de 1776 decía “Todos los hombres han sido creados iguales y tienen unos derechos inalienables que el Creador les otorga”.

Por su parte la declaración de los derechos del hombre de la revolución francesa de 1789 dice: “La asamblea nacional reconoce y declara en presencia y bajo los auspicios del Ser Supremo, que los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”.
Etienne Gilson escribe en 1934 que “Los derechos del hombre tienen fundamento en los Derechos de Dios quien, por medio de la voz de la conciencia, no nos permite olvidarlos. Y los derechos del hombre deben ser respetados porque todos los hombres son hermanos, al ser hijos de Dios”.

La declaración universal de los derechos humanos de 1948 redactada por el filósofo Jacques Maritain, proclama: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales por dignidad y derechos. Ellos están dotados de razón y conciencia y deben actuar los unos hacia los otros con espíritu de fraternidad”.

El recordado Papa Wojtyla señaló: “Hoy en día se habla mucho de los derechos del hombre, pero no se habla de la ley de Dios. Allá donde no se respeta a Dios y su ley, el hombre tampoco puede hacer que se respeten sus derechos. Sin Dios no existen sólidos derechos para el hombre y termina siendo tratado inhumanamente por los gobiernos y los poderes terrenales.
Alexander Solzhenitsin escribía: “Es necesaria la autolimitación de los derechos, libremente aceptada. Ha llegado el momento de afirmar los deberes del pueblo y del gobierno más que sus derechos. Debemos descubrir el espíritu de sacrificio y el honor de servir para poder encontrar la felicidad”.

Entre nosotros, argentinos, los deberes políticos por los cuales podemos enjuiciar, premiar o castigar a nuestros gobernantes fueron escritos con precisión, sabiduría, elegancia y brevedad por el más grande legislador que hemos tenido: Juan Bautista Alberdi en el preámbulo de la Constitución.

Allí está grabados los deberes fundacionales. Los integrantes de los tres poderes, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, están compelidos a constituir la unión nacional, no la división o el odio entre argentinos. Ellos tienen que afianzar la justicia, no socavarla con sus intereses egoístas o presiones espurias. Están obligados a consolidar la paz social sin enfrentar unos contra otros. Es deber suyo proveer a la defensa común con fuerzas armadas dignas que no sean denigradas ni humilladas. Deben promover el bienestar para todos sin violentar la vida privada con controles absurdos. Asumen el irrenunciable deber de asegurar los beneficios de la libertad a todos los que quieran habitar el suelo argentino. Y están intimados a sancionar leyes que encuentren en Dios la fuente de toda razón y justicia y no en sus caprichos personales.

Es bueno recordarlo en un decisivo año electoral donde se juega nuestro estilo de vida en “Unión y Libertad”.

Economía Para Todos (Argentina)

 



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