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22/06/2013 | ¿Por qué dialoga EEUU con los malditos talibanes?

Ramón Mestre

A los que seguimos el aquelarre afgano no nos extraña el anuncio de unas negociaciones directas entre los talibanes, los Estados Unidos y el gobierno afgano presidido por Hamid Karzai.

 

Hace rato que una facción del liderazgo talibánico (con la bendición de su capo, el mulá Omar) elabora fórmulas convenientes para iniciar conversaciones con representantes de la administración Obama. Y hace rato que Karzai les envía mensajes a sus temibles adversarios a fin de crear las condiciones que han hecho posible la apertura de una embajada de los talibanes en Doha, capital de Qatar, un diminuto petroemirato absolutista situado en el golfo Pérsico.


La rabieta que acompañó la decisión de suspender la participación afgana en las pláticas ( junto con la suspensión de las conversaciones con Estados Unidos sobre arreglos de seguridad tras la retirada estadounidense) es una expresión más de las contradicciones que han enterrado al presidente afgano bajo un alud de corrupción rampante, ingobernabilidad, coqueteos con el islamismo conservador, una pandemia de graves delitos cometidos impunemente por sus colaboradores y la connivencia presidencial con caciques hamponiles, los llamados señores de la guerra.


Con todo, la suspensión está justificada pues la delegación del mulá Omar tuvo la desfachatez de autoproclamarse representante del “Emirato Islámico de Afganistán” , una maniobra reveladora que subraya su rechazo del pluralismo político y étnico que, según múltiples encuestas, apoyan la inmensa mayoría de los afganos. Karzai sabía que la administración estadounidense iba a iniciar las conversaciones con los talibanes, de una forma u otra. With or without Karzai. Pero cometió un error de cálculo narcisista al imaginarse que sus dotes de manipulador le permitirían estar en control de las pláticas.


Además, la “administración” Karzai pronto llega a su fin. La ley afgana prohíbe su reelección. Si no encuentra un sucesor de confianza que cuente con apoyo popular y una extensa maquinaria clientelista entre las principales etnias del país la vulnerabilidad de Karzai crecerá el año próximo. Y crecerá si los resultados electorales ponen en peligro el entramado de mafias que han prosperado gracias a la tolerancia y, en algunos casos, la complicidad del señor Karzai.


Para los talibanes Karzai es un títere de las fuerzas extranjeras de ocupación; los estadounidenses,enemigos aborrecibles que se han prestado para una puesta en escena que los talibanes sabrán aprovechar. Como aprovecharon la decisión atroz tomada por el Presidente Barack Obama de anunciar públicamente la fecha definitiva de la retirada estadounidense, un anuncio hecho por razones electoralistas y no como parte de una eficaz estrategia de contrainsurgencia.


El engendro actual no es una “negociación de paz” porque los talibanes no buscan la paz. Buscan legitimidad internacional y ciertas ventajas tácticas en anticipo de la gran retirada estadounidense a finales del 2014. No tienen el más mínimo incentivo para hacer concesiones de peso. Dialogarán con el enviado especial estadounidense simulando una veta pragmatica en espera de la retirada de los farangis, los odiados cruzados extranjeros. Ganando terreno político y militar. Dialogarán sin hacer concesiones de peso, sin renunciar explícitamente a sus vínculos con Al Qaeda, sin apoyar un genuino cese al fuego, sin comprometerse con los principios fundamentales de la constitución afgana, la cual rechaza la barbárica versión de la ley islámica que aplican los talibanes en su guerra contra mujeres y herejes.


Por su parte en las negociaciones Estados Unidos busca un tapujo formal, una coartada que le permita decir que abandona un país amigo cuyo gobierno ha logrado un acuerdo de paz. Podrá declarar que un aliado imperfecto tutelado y financiado por Washington ha negociado un aceptable pacto de convivencia pacífica con sus enemigos. Así, con un torpe movimiento de prestidigitación dialéctica, la administración intentará confundir “el fin de la guerra” con el fin de la participación estadounidense en esa guerra. La jugada evoca el espíritu cínico e hipócrita de los acuerdos suscritos por Henry Kissinger, en nombre de Estados Unidos, con Vietnam del Norte. ¿Ese es el modelo que aspìran a imitar los obamistas? De ser así, tras la partida estadounidense, los talibanes se verán fortalecidos e inflados de legitimidad por las negociaciones y el renovado apoyo del servicio de inteligencia más poderoso de Pakistán (el ISI, por sus siglas en inglés, el padrino original de los talibanes).

Van a sumir a Afganistán en una guerra intestina todavía más sangrienta, más destructiva que el conflicto malvivido por el país durante la era de Karzai y la ocupación otánica.

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 



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