El llamamiento a la resistencia lanzado por los Hermanos Musulmanes, y el elevado número de muertos en los últimos días, han disparado el temor a que Egipto entre en una dinámica de guerra civil similar a la de Siria, o a la de Argelia en los años 90.

En Siria, dos años de resistencia armada han causado alrededor de 100.000 muertos en una población de apenas 20 millones. Las razones políticas iniciales -el levantamiento contra la dictadura de los Assad- se vieron enseguida trufadas de razones sectarias y religiosas: suníes contra chiíes, yihadistas contra “infieles”.

En Argelia, la decisión de anular la victoria electoral de los islamistas en 1992 condujo a una década de violencia que causó alrededor de 200.000 muertos, en una población de 35 millones. A diferencia de los Hermanos Musulmanes, el ejército argelino no concedió a los islamistas el beneficio de un año en el poder.

Tras el golpe militar, los líderes islamistas egipcios creen que se hace necesaria la resistencia popular para evitar que la Hermandad caiga en el ostracismo político. No obstante, esta estrategia puede cambiar por dos razones importantes. En primer lugar, porque los Hermanos se han dado cuenta, tras un año de cura de realismo en el gobierno, que hoy por hoy son mucho más efectivos en su tarea capilar entre las capas bajas de la sociedad si actúan desde fuera o en los márgenes del sistema. En la cumbre del poder se comportaron como un legítimo gobierno de ineptos.

Por otro lado, y a diferencia del caso islamista en Argelia o en Siria, los Hermanos Musulmanes son casi una institución que trabaja en Egipto desde hace más de 80 años sin veleidades revolucionarias. Para muchos, su fuerza radica en ser un movimiento político que, tarde o temprano, aceptará el revés sufrido y volverá a su trabajo en la sombra a la espera de otra oportunidad.