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21/05/2006 | Energía: alianzas e intereses

Ricardo Esteves

El objetivo central en la gestión que tiene por delante el presidente boliviano Evo Morales y que condicionará en gran medida su éxito al frente del Gobierno, es la negociación por el precio del gas que Bolivia le vende fundamentalmente a Brasil, y en menor medida a Argentina, rubro que constituye el principal ingreso de su país.

 

Esa negociación determinará los recursos de Bolivia para los próximos años, y le permitirán a Morales gobernar en la abundancia o en la estrechez, ya que el aumento de precios al que aspira es del 65%. Ese reclamo nada tiene que ver con los grandilocuentes y populistas anuncios de nacionalizaciones y expropiaciones. Más aún, éstos juegan en su contra.

El gran argumento que esgrimen los bolivianos es por qué Bolivia, un país que tiene un ingreso per cápita de 900 dólares al año, debe venderle subvencionado el gas a Brasil, una nación con ingresos de 4.000 dólares per cápita al año, mientras éste le vende el café, los automóviles y todos los otros productos a los precios del mercado internacional.

Mas allá de que Brasil financió las obras —Europa también lo hizo con Rusia—, ¿por qué los pobres bolivianos deben contribuir al nivel de vida de los mucho más ricos vecinos brasileños? ¿Por qué deben ayudar a los resultados de los conglomerados industriales paulistas que exportan al mundo entero?

Si el gas se paga a razón de siete u ocho dólares el millón de BTU (unidad de medida) en Estados Unidos o en Europa, no hay razón de fondo en épocas de economías globalizadas para que en esta parte del mundo cueste menos de la mitad. Es verdad que no es lo mismo el gas de aplicación industrial, que lo asignado a uso domiciliario, a hogares que no tienen los ingresos europeos. Por eso la pretensión boliviana no es equipararlo con aquellos niveles, sino encontrar una posición intermedia entre esos importes y los precios actuales.

Brasil debería asumir esta realidad y asegurarse a cambio un suministro confiable en volúmenes y valores, al menos, mientras Morales continué en el poder. Es cierto que ello resulta difícil de digerir por el momento político que vive el Brasil, con las elecciones presidenciales en puerta en octubre próximo. Similar situación implica para la Argentina, cuya dependencia del gas boliviano es hoy menor que en el caso brasileño, pero igualmente importante.

Ya que solo no puede enfrentarse a Brasilia y a Buenos Aires, ¿en quién podría pues apoyarse Evo Morales para ese decisivo pulso con Lula Da Silva, su ´hermano mayor´ como hábil y cariñosamente solía llamarlo?

Los Estados Unidos están en otra cosa —o en la vereda de enfrente mejor sea dicho— pues su objetivo es que la energía no suba de precio. Lo mismo la Unión Europea, donde España, Francia y el Reino Unido tienen fuertes inversiones en Bolivia y lo que menos desean es romper el status quo, pues saben que cualquier cambio irá contra sus intereses, más allá del legítimo derecho a exigir la propiedad de lo que les pertenece.

A Chávez le conviene que el gas —del cual posee las mayores reservas de América del Sur— se cotice lo más alto posible, así el hoy inviable megaproyecto del gasoducto del Sur —de Venezuela a la Argentina, atravesando medio continente— empieza a tornarse analizable. Esa sola posibilidad aumenta su capacidad de negociación y su influencia en la región. Fidel Castro siempre estará al lado de Chávez, su fiel acólito y mecenas.

Lula precisa de Argentina para enfrentarse a Evo Morales. Por eso le dio recientemente la espalda a Uruguay cuando le solicitó su apoyo en el conflicto por las papeleras del río Uruguay.

También Brasil puede amenazar a Bolivia con no comprarle su gas y llevarlo a la bancarrota. Pero si amenaza, tiene que estar dispuesto a cumplir. Y Brasil no puede prescindir hoy de ese preciado combustible. Por otra parte, su intransigencia negociadora puede empujar a Evo Morales a radicalizar sus reclamos y precipitarlo al abismo que implica ahuyentar la inversión, consolidando la pobreza de su pueblo.

Desde otro ángulo, Argentina viene recibiendo una fuerte corriente inmigratoria de Bolivia, a la que debe proveerle servicios básicos, en detrimento de los que reciben los propios argentinos. Pensando en el largo plazo, le convendría que Bolivia inicie un sostenido proceso de crecimiento. Impera, además, en el caso argentino fomentar la producción local, ya que subvencionar el consumo de energía estimula su derroche y desalienta la producción, a la vez que alerta a los inversores.

Ambos países —Brasil y Argentina— deberían, dado la imprevisibilidad política inherente a Bolivia, esbozar una estrategia energética de largo plazo que contemple otras fuentes de suministro complementarias a las actuales, donde no se dependa exclusivamente de los humores que reinen en el altiplano, simultáneamente con una actitud pragmática y no egoísta para con los estratégicos recursos que el creador colocó en los sufridos territorios bolivianos.

Cuando la minería tuvo sus épocas de auge hace ya muchas décadas, la plusvalía que generó fue a parar a castillos en Francia y en Suiza, bien lejos de los desnutridos indígenas que se deslomaban en las minas y que Evo Morales promete hoy reivindicar.

*Ricardo Esteves
de El País de Madrid

El Pais (Es) (España)

 



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