A diferencia de campañas electorales anteriores, la actual víspera de elecciones legislativas se encuentra colmada de discursos que podríamos calificar como “positivos”, dedicados más a mostrar las fortalezas de cada candidato que la agresión al rival, enfocándose en la capacidad de cooperación y articulación que en la capacidad acción y cooperación y no tanto en la destrucción del oponente.
El fenómeno es
interesante ya que podemos observarlo tanto la oposición como en el
oficialismo, por lo menos en las estrategias de comunicación destinadas a
seducir votantes. Evidentemente, esta estrategia se basa en estudios de mercado
que indican qué esperan escuchar la ciudadanía para otorgar su voto. Dado el
perfil de las campañas, nos preguntamos si habrá llegado el momento en el que
discurso positivo “paga” en la Argentina actual. Es decir si es políticamente
rentable orientar las energías de cada candidato a mostrar más cooperación que
conflicto, resaltando más sus virtudes más que los defectos de los rivales.
¿Efecto Bergoglio?
Tal vez la posición de “no agresión” de Daniel Scioli, ironizada en la
figura de un monje budista en programas televisivos, sea una de las precursoras
en este sentido. En este perfil, también podemos ubicar a la imagen de un
Sergio Massa con una actitud cálida, cercana a los niños y sectores humildes,
acompañada por la canción de Axel “Vuelve” (“Vuelve todo vuelve. Todo lo
que das la vida te devuelve”). Lo mismo podemos decir de la marcada
sonrisa en el caso de las imágenes de campaña de Rodolfo Terragno y Martín
Lousteau bajo el slogan: “energía política positiva”.
Incluso, en el tradicionalmente más confrontativo oficialismo se percibe un
giro en la comunicación publicitaria, manifestada -por ejemplo- en el spot
de Martín Insaurralde, en el que cuenta la historia de su vida y se muestra
como un buen y pacífico muchacho arraigado a su barrio, con orígenes de
clase media y actitud constructiva. Lo mismo observamos en la publicidad en la
que una emocionada Cristina Fernández escucha la palabra de un niño coya. Y,
como broche de oro, el reciente acercamiento al Papa Francisco por parte de la
Presidenta e Insaurralde en Brasil, con la correspondiente foto publicada en lo
largo del país, puede enmarcarse en esta tendencia a mostrar actitudes de
diálogo y armonía.
Nos
preguntamos si este giro encuentra sus orígenes en el fenómeno del emergente
Papa argentino con carisma global -que trabaja discursivamente en los puntos en
común y no en las diferencias, que predica la suma y no la resta- o en la
maduración cívica ciudadana que obliga a los candidatos a reemplazar el idioma
de la destrucción por el de la creación.
Psicología positiva en el discurso político
Este giro hacia lo positivo, puede encontrarse también en las últimas
décadas dentro de la Psicología como ciencia. La psicología en sus orígenes se
enfocó en las psicopatologías (enfermedades psicológicas), tales como la
ansiedad, el stress, la depresión, por mencionar apenas algunas. Pero poco más
de una década atrás, Martin Seligman, director del Departamento de Psicología
de la Universidad de Pennsylvania habiendo sido previamente presidente de la
American Psychological Association desde 1996, se erigió como símbolo de
una nueva tendencia teórica no enfocada en las “enfermedades” sino en las bases
del bienestar psicológico y de la felicidad así como de las fortalezas y
virtudes humanas. Las emociones positivas pasaron a ocupar un lugar central en
esta nueva línea, que orienta a enfocarnos en lo bueno y no en lo malo, en lo
que tenemos y no en lo que nos falta.
Nos preguntamos si esta tendencia hacia lo
positivo se ha comenzado a arraigar en nuestra sociedad y a manifestarse
–incluso- en el discurso político. ¿Habrán quedado atrás las quemas de ataúdes
de los inicios de la era democrática y la agresiones al competidor político
como forma de obtener más votos tan frescas en nuestra memoria? El tiempo lo
dirá.