Otra cosa serán las secuelas. Hace unos días, pude asistir desde el sofá de mi casa a través de un operador de televisión por cable al hilarante alegato que el dictador cubano, Fidel Castro, y otros mariachis del régimen hicieron durante horas ante las cámaras de "Cubavisión" contra la inclusión de Castro en un número reciente de la revista "Forbes" como uno de los diez hombres más ricos del planeta. La sucesión infinita de monólogos laudatorios y fanfarrones fue una prueba categórica del exceso y la enajenación habituales en los interminables e incomprensibles, en muchos pasajes, discursos que rodean y pronuncia de manera obstinada Fidel Castro.

Basta reparar también en el interés mediático que ha mostrado siempre el presidente venezolano, Hugo Chávez, desde el ególatra y manipulador "Haló, Presidente" hasta convertirse en el promotor de ese canal de televisión (conocido en tono burlón como Tele.Chávez) y que es difusor aplicado de su mensaje atrabiliario, abusivo y tiránico y del que Evo Morales, ¡cómo no! se ha hecho también un entusiasta partidario.

El uso privativo de los medios de comunicación en los países sin libertades de opinión ni información no impide, sin embargo, multiplicar los efluvios de las aberraciones y de los abusos fuera de sus fronteras, provocando una reacción positiva de solidaridad con esos pueblos sometidos al delirio de caudillos y mercachifles populistas. Los dictadores usan la televisión para avasallar y lavar el cerebro de sus conciudadanos, pero ese mismo y poderoso medio de comunicación sirve para quitarle la venda de un estúpido idealismo a muchas otras personas en lugares muy remotos y para afianzar y remover las convicciones más arraigadas y profundas contra el autoritarismo. En el mismo discurso oficial, iluminado de disparates y sandeces y distribuido al aire con una pretensión vanidosa de anclarse con firmeza, se puede hallar la vía más fácil de escape, de resistencia e inmunidad frente a una epidemia absolutista.

Creo que una terapia de observación por satélite de las violaciones de los derechos humanos y de las arbitrariedades oficiales retransmitidas para embobar a la gente puede surtir un efecto preventivo de primer orden ante el abuso y de rebelión cívica contra cualquier perversión democrática.