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19/09/2013 | Multipolaridad

Miguel Angel Bastenier

Moscú, arquitecto del eventual apaciguamiento de la crisis siria, vuelve a poner el pie en Asia

 

Por si cabía alguna duda el embrollo diplomático sobre la guerra en Siria prueba que la unipolaridad norteamericana nunca pudo ser. Pese a su potencial militar, superior todavía hoy al del resto del planeta, a EE. UU. le falta el poder blando, el sostén de una opinión dispuesta a pagar el precio en tesoro y vidas que la hegemonía planetaria implica, y del que sí gozaba la pax britannica en el siglo XIX.

Una de las explicaciones más sobadas para justificar el repliegue de Washington —con etapas en Irak, Afganistán, y, de momento, la abortada operación contra el Gobierno de Damasco— es la del neo-aislacionismo, o enfermedad recurrente del cuerpo político de EE UU que después de una fase expansiva aspira a recogerse tras las inexpugnables fronteras de dos océanos. Eso fue lo que ocurrió tras la victoria de la Entente en la Gran Guerra, y si la figura no pudo repetirse en 1945 fue porque había que reinventar Alemania extirpando lo que quedara de nazismo. Pero en esta ocasión el deseo de guarecerse dentro de sí, obedece a razones diferentes. En lugar de retirarse en 1919 como vencedor, EE UU ha perdido una guerra en Irak, con el corolario de una mejora sustancial en la posición estratégica de Irán, y una prognosis sobre la aventura de Afganistán que no puede ser optimista.

El concurso de Moscú era imprescindible para el sostenimiento de una hegemonía mundial compartida llamada Bipolaridad. Pero falto de uno de los dos atlantes el sistema adolecía de inestabilidad congénita y la paradoja contemporánea es que el regreso de Moscú, arquitecto del eventual apaciguamiento de la crisis siria, no solo no reconstruye esa Bipolaridad, sino que da paso a una multipolaridad cierto que aún en vías de cristalización. Mientras EE. UU. y la URSS militaban en campos ideológicamente opuestos, sabedores de que el arma nuclear hacía impensable el enfrentamiento armado, su mutuo interés era “cerrar” el espacio geopolítico sin que hubiera vencedores ni vencidos. Hoy, en cambio, la porosidad de una geopolítica sin divisiones ideológicas permite buscar y rehacer alianzas. Y es así como Rusia hace pie de nuevo en Asia sin necesidad de vender la buena nueva del marxismo-leninismo. ¡Qué alivio quitarse de encima ese fardo para Moscú!

Si el plan ruso-norteamericano se cumple con la destrucción del arsenal de armas químicas de Damasco, el resultado será catastrófico para la atomizada oposición siria, que imploraba una acción de castigo de Washington para detener la progresiva erosión de sus posiciones militares. El presidente Bachar el Asad saldría, consecuentemente, fortalecido pese a la liquidación de su arsenal, porque está mejor sin armas químicas que con ellas, cosa que ha podido comprobar por el riesgo que le ha supuesto su mera existencia, tanto si las utilizó como si no lo hizo. Irán aun sale mejor parado porque la remisión a tiempo indefinido del bombardeo norteamericano hace más improbable una operación similar contra Teherán. E Israel puede temer que no haya salido ganando porque prefería cualquier acción que debilitara al régimen sirio a la permanencia de un Gobierno alauí que garantizaba, en lo que era un alianza de facto, que la frontera común estuviera perfectamente controlada y en paz con el Estado sionista.

El espectáculo que ha dado la diplomacia del presidente Obama, con sus correcciones, rectificaciones y conversiones sobre la oportunidad de machacar a Siria, ha sido penoso, pero, aun así, el líder norteamericano puede acabar salvando hasta cierto punto la cara, con el argumento de que la mera amenaza de los misiles ha bastado para obligar a Damasco a renunciar a su química de guerra. Y que China no está a punto de sustituir a EE. UU. en el pináculo del poder mundial lo subraya su discreto papel en toda la crisis, encantada de que fuera Rusia quien hiciese casi todo el gasto. Solo en el Pacífico asiático Pekín aspira a mantener a raya a Washington. Pero el gran vencedor ha sido la Rusia del presidente Putin que, además de convertirse en albacea testamentario del conflicto, le ha hecho un segundo gran favor a EE. UU —el primero amordazando a Snowden, sobre el espionaje cibernético de Washington— con el pacto que evita que Obama tenga que afrontar una votación del Congreso que, de haber sido desfavorable, habría hecho añicos su presidencia.

El historiador norteamericano Immanuel Wallerstein resume lacónico las consecuencias de una crisis que hoy apenas comienza: “EE. UU. carece del poder de hacer cumplir sus mandatos”. A eso se le llama multipolaridad

El Pais (Es) (España)

 



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