08/10/2013 | Las encíclicas tienen un nuevo formato: la entrevista
Sandro Magister
Es la modalidad preferida por el Papa Francisco para hablar a los fieles y al mundo. Con todos los riesgos que conlleva. Pietro De Marco analiza de manera crítica los primeros actos de este "magisterio"
Pasan los días y las dos entrevistas del Papa
Francisco, una al jesuita Antonio Spadaro, director de "La Civiltà
Cattolica", y la otra al ateo profeso Eugenio Scalfari, fundador del
principal periódico laico italiano, "la Repubblica", manifiestan ser,
cada vez más, piedras angulares de este inicio de pontificado.
En ambas Jorge Mario Bergoglio declara sus criterios inspiradores, dice cómo ve
el estado actual de la Iglesia, indica sus prioridades y enuncia su programa.
Y es también muy explícito marcando los puntos en los que se distancia de sus
predecesores, Benedicto XVI y Juan Pablo II:
>
El cambio de Francisco
La entrevista como manera de comunicarse con los fieles y con el mundo es una
elección que el actual Papa he tenido en suspenso durante mucho tiempo.
De hecho, el 22 de julio, en el viaje de ida a Rio de Janeiro, se había
protegido de los periodistas: "De verdad, no concedo entrevistas, porque
no sé, no puedo, es así… Para mí es un poco fatigoso".
Pero después, en el viaje de vuelta, se entregó a un largo toma y daca sin
preaviso, y sin protección, sobre cualquier argumento que le fuera propuesto:
>
"Buenas tardes, y muchas gracias…"
Una frase suya tuvo un efecto bomba y dio la vuelta al mundo, haciéndole ganar
una enorme cantidad de consensos en la opinión pública laica:
"Si una persona es homosexual y busca al Señor y tiene buena voluntad,
¿quién soy yo para juzgarla?".
¿Fue ésta una frase que se le escapó de manera repentina? En absoluto.
En la más calibrada de sus siguientes entrevistas, la de "La Civiltà
Cattolica", Francisco no sólo la ha repetido, sino que la ha reconfirmado,
añadiéndole un corolario con un efecto no menos turbador:
"La injerencia espiritual en la vida personal no es posible".
La entrevista a "La Civiltà Cattolica" ha sido fruto de una serie de
coloquios entre el Papa y su entrevistador. Escrita con gran atención, fue
seguidamente controlada palabra por palabra por el autor antes de mandarla a la
imprenta. Ha sido publicada contemporáneamente el 19 de septiembre en dieciséis
revistas de la Compañía de Jesús, en once idiomas:
>
Entrevista de Papa Francisco
Con razón, por tanto, puede ser considerada la primera verdadera
"encíclica" del Papa Francisco, mucho más suya que la "Lumen
fidei", de estructura clásica, heredada de Joseph Ratzinger.
Una "encíclica" nueva en su formato: el de la entrevista, cuyo
objetivo es facilitar su lectura y favorecer su difusión.
Y nueva también en el grado de autoridad, indudablemente menor respecto a los
actos de magisterio propiamente dichos, pero siempre reconducible al
"munus" papal.
Desde entonces, el Papa Francisco parece apreciar, de manera particular, esta
modalidad de comunicación.
Prueba de ello es la entrevista con Scalfari. Confiándose a esta famosa
personalidad del pensamiento laico, y a un periódico de gran impacto en la
opinión pública como es "la Repubblica", el Papa ha ampliado
muchísimo su radio de escucha respecto al que había conseguido con la
entrevista a "La Civiltà Cattolica".
Lo ha hecho corriendo, conscientemente, unos riesgos. La entrevista fue
publicada en "la Repubblica" del 1 de octubre, firmada por Scalfari,
sin que Francisco hubiera leído el texto con anterioridad.
Pero ese mismo día, "L'Osservatore Romano" también la publicó íntegra
y el sitio oficial vatican.va la lanzó en la red entre las
"novedades" del momento, igual que los otros discursos papales. Signo
de que Francisco la reconoce como una transcripción fiel de su pensamiento.
En los contenidos, la entrevista con Scalfari aborda temas muy diversos, como
los de "La Civiltà Cattolica", si bien de manera más breve.
Añade elementos nuevos, pero algunos los repite y los confirma. En particular
ese pasaje sobre la subjetividad de la conciencia, que tantas objeciones ha
levantado.
También aquí, sin integrar o suavizar cuanto había dicho anteriormente. Más
bien al contrario, haciéndolo más rígido:
“Cada uno de nosotros tiene su propia visión del Bien y del Mal, y debe elegir
seguir el Bien y combatir el Mal como él mismo lo conciba".
En el prólogo al primer tomo de su trilogía sobre Jesús, Joseph
Ratzinger-Benedicto XVI había escrito:
"Este libro no es un acto magisterial, por eso cada uno es libre para
contradecirme".
El Papa Francisco no lo dice expresamente, pero se puede presumir que esta
libertad es válida también respecto a él, pues adopta un formato expresivo
típico de la controversia como es la entrevista.
He aquí el link al texto completo de su coloquio con Scalfari, en el original
italiano y en sus traducciones al inglés, francés y español:
>
El Papa le dice a Scalfari: así cambiaré la Iglesia
Y a continuación un claro ejemplo de los debates que las entrevistas del Papa
Francisco han estimulado.
El profesor Pietro De Marco, autor de la nota, enseña en la universidad de
Florencia y en la facultad de teología de Italia central.
__________
Un
mensaje "líquido"
de Pietro De Marco
En conciencia tengo que romper el coro cortesano, formado por nombres laicos y
eclesiásticos sobradamente conocidos, que acompaña desde hace meses las
intervenciones públicas del Papa Jorge Mario Bergoglio. Es el coro de aquellos
que del Papa celebran lo "nuevo", sabiendo que no es tal, y callan
las verdaderas "novedades" cuando causan embarazo. Por esta razón me
siento obligado a señalar algunas de las reiteradas aproximaciones en las que
cae el eloquio espontáneo y cautivador de Francisco.
En las conversaciones diarias y privadas entre unos pocos, nadie está exento de
aproximaciones y exageraciones, pero no hay persona que teniendo
responsabilidades frente a otros – como quien enseña, por ejemplo – no adopte
en público otro registro e intente evitar la improvisación.
Ahora, en cambio, tenemos un Papa que exclama: “¿Quién soy yo para juzgar?”,
como se podría decir con énfasis comiendo o también predicando unos ejercicios
espirituales. Pero ante la prensa y el mundo un “¿quién soy yo para juzgar?”
dicho por un Papa, objetivamente chirría con toda la historia y la naturaleza
profunda de la función petrina, dando además la desagradable sensación de un
comentario hecho sin control. Por su función vicaria respecto a Cristo, no como
individuo, el Papa juzga. Puesto que el Papa Francisco demuestra, cuando
quiere, ser consciente de sus propios poderes como Papa, se trata – sea lo que
sea lo que quería decir – de un verdadero error de comunicación.
Después hemos leído en la entrevista a "La Civiltà Cattolica" la
frase: “La injerencia espiritual en la vida personal no es posible”, que parece
unir bajo la figura liberal-libertaria de la “injerencia” tanto el juicio
teológico-moral como la valoración pública de la Iglesia, cuando se hace necesaria,
e incluso la atención de un confesor o director espiritual indicando,
previniendo, sancionando conductas intrínsecamente malas. El Papa Bergoglio
adopta aquí, involuntariamente, un lugar común típico de la postmodernidad,
según el cual la decisión individual es, como tal, siempre buena o, al menos,
está siempre dotada de valor en cuanto personal y libre tal como se piensa
ingenuamente que es, por lo que es incuestionable.
Este deslizamiento relativista, que ya no es extraño en la pastoral generalizada,
está recubierto, no sólo en Bergoglio, por llamamientos a la sinceridad y al
arrepentimiento del individuo, como si la sinceridad y el arrepentimiento
cancelaran la naturaleza del pecado y prohibieran a la Iglesia llamarlo por su
nombre. Además, es dudoso que sea misericordia callar y respetar lo que cada
uno hace porque es libre y sincero al hacerlo: siempre hemos sabido que
aclarar, no esconder, la naturaleza de una conducta de pecado es un acto
misericordioso eminente, porque permite al pecador discernir sobre sí mismo y
el propio estado, según la ley y el amor de Dios. Que parezca que un Papa
confunda el primado de la conciencia con una especie de imposibilidad de
juicio, o más bien, de inmunidad al juicio de la Iglesia es un riesgo para la
autoridad del papa y para el magisterio ordinario, que no puede ser
infravalorado.
En la entrevista a "La Civiltà Cattolica" el papa vuelve sobre ese
"¿quién soy yo para juzgar?" y confirma: “Si una persona homosexual
tiene buena voluntad y está buscando a Dios, yo no soy nadie para juzgarla. […]
La religión tiene el derecho de expresar su propia opinión al servicio de la
gente, pero Dios en la creación nos ha hecho libres”.
El uso reiterado de ese “¿quién soy yo?” confirma en Francisco, por un lado,
una acepción popular de “juzgar” como sinónimo de “condenar” – que produce
confusión, porque juicio no es necesariamente condena, a menudo no lo es – y,
por otro, acentúa la idea de que ninguno de nosotros, ni siquiera el Papa, está
legitimado a expresar un juicio. Pero esto es falso: cada uno de nosotros puede
ser juez en cada ordenamiento, y también en la Iglesia, si adquiere la
competencia necesaria, y el Papa es juez por el mandato que le es proprio.
Además, o nadie está legitimado, nunca, para juzgar, porque sólo Dios lo está,
o no se ve capacitado porque sólo en el caso de la homosexualidad no se
encuentra la instancia de juicio.
Además, si como dice el Papa, “la religión” – modo expeditivo de designar
historia, instituciones y tesoros de gracia fundados en Cristo, del cual el
Papa es el garante – “tiene derecho a expresar su propia opinión al servicio de
la gente”, pero no debe interferir en la libertad, ya no hay sitio ni para la
Ley de Dios ni para la Caridad. La libertad en cuanto tal se convierte, verdaderamente,
en lo absoluto. Y, ciertamente, si “la religión” se reduce a grupo de opinión
no puede asumir la estatura de juez. ¿Quién tendría, además, necesidad de la
Caridad si su libertad lo absuelve antes de cada juicio?
La fórmula de la Iglesia “al servicio de la gente” vuelve en las palabras del
Papa también cuando hace referencia a la reforma litúrgica, que sería “un
servicio al pueblo como relectura del Evangelio a partir de una situación
histórica concreta”. Definición asombrosa, que reduce los sagrados signos
incluso por debajo de lo que se convirtieron, - bien poco -, en las iglesias
protestantes. ¿Para qué ha servido un siglo y medio de "vuelta a las
fuentes" litúrgicas?
Dirán que no se deben adulterar palabras dichas en una conversación entre hermanos
jesuitas. Pero si es así, lo mejor hubiera sido que la conversación hubiera
permanecido en la memoria privada de Papa Bergoglio y del padre Antonio
Spadaro. Leer en "La Civiltà Cattolica" – magnifico combatiente, al
menos hasta los años Cincuenta, en favor de la verdad católica y de Roma – que
para el actual sucesor de Pedro la doctrina, la tradición y la liturgia se han
convertido en la facultad y la posibilidad de dar un parecer y "ofrecer un
servicio", es una humillación que se le podría haber ahorrado a la
Iglesia.
En "la Repubblica" del 1 de octubre leemos otros discutibles
enunciados de Papa Bergoglio. Descubrimos que “el proselitismo es una solemne
tontería, no tiene sentido”, como respuesta al tema de la conversión propuesto
irónicamente por Eugenio Scalfari ("¿Usted quiere convertirme?").
Pero buscar la conversión del otro no es una “tontería”; se puede hacer de
manera tonta, o sublime, como muchos santos. Recuerdo que los cónyuges Jacques
y Raïssa Maritain, también ellos unos conversos, deseaban ardientemente y
actuaban para la vuelta a la fe de sus grandes amigos. ¿Por qué eludir el tema
de la conversión confundiéndola con “proselitismo”, palabra gravada por una
connotación peyorativa?
Después hemos leído que, frente a la objeción relativista de Scalfari: “¿Hay
una única visión del bien? ¿Y quién la establece?”, el Papa concede que “cada
uno de nosotros tiene su visión del bien” y “nosotros debemos incitarlo a
proceder hacia lo que él piensa que sea el bien”.
Pero si cada uno tiene “su visión del bien” que debe ser capaz de realizar,
dichas visiones sólo podrán ser muy distintas, en contraste y en conflicto a
menudo mortal, como demuestran la crónica y la historia. Incitar a proceder
según la visión personal del bien es, en realidad, incitar a la lucha de todos
contra todos, una lucha infatigable, porque es realizada para el bien y no para
lo útil u otra contingencia. Por este motivo las visiones particulares –
incluso aquellas guiadas por las intenciones más rectas – deben ser reguladas por
un soberano, o en la época moderna, por las leyes, y en última instancia por la
ley de Cristo, que no tiene ningún matiz concesivo en términos individualistas.
Tal vez el Papa Francisco quería decir que el hombre, según la doctrina
católica de la ley natural, tiene la capacidad originaria, un impulso primario
y fundamental, dado a todos por Dios, de distinguir lo que en sí es bien de lo
que en sí es mal. Pero aquí se introduce el misterio del pecado y de la gracia.
¿Se puede exaltar a Agustín, como hace el Papa, y omitir que en lo que el
hombre "piensa que es el bien” también actúa siempre el pecado? ¿Qué pasa
con la dialéctica entre la ciudad de Dios y la ciudad del hombre y del diablo,
“civitas” del amor de sí mismo? Si el bien fuera lo que el individuo "piensa
que sea el bien", y la convergencia de estos pensamientos salvara al
hombre, ¿qué necesidad habría de la ley positiva en general, de la ley de Dios
en particular y de la encarnación del Hijo?
Sostiene también el Papa: "El Vaticano II, inspirado por el Papa Juan y
por Pablo VI, decidió mirar al futuro con espíritu moderno y abrirse a la
cultura moderna. Los padres conciliares sabían que abrirse a la cultura moderna
significaba ecumenismo religioso y diálogo con los no creyentes. Se hizo muy
poco después en esta dirección. Yo tengo la humildad y la ambición de querer
hacerlo”.
Todo ello suena como un "a priori" poco crítico. ¡Cuánto “ecumenismo”
y cuánto “dialogo” destructivo, subalterno a las ideologías de lo Moderno,
hemos visto obrar en los decenios pasados, a los que sólo Roma, desde Pablo VI
a Benedicto XVI, ha puesto freno! El Bergoglio que criticó las teologías de la
liberación y de la revolución no puede no saber que el diálogo con la cultura
moderna realizado tras el Concilio fue algo más que un educado “ecumenismo”.
Papa Francisco confirma ser el típico religioso de la Compañía de Jesús en su
fase reciente, convertido por el Concilio en los años de formación,
especialmente por lo que yo llamo el “Concilio externo”, el Vaticano II de las
expectativas y lecturas militantes, creado por algunos episcopados, por sus
teólogos y los medios de comunicación católicos más influyentes. Uno de esos
hombre de Iglesia que, en su tono de cercanía y ductilidad, en sus valores
indudables, son también los “conciliares” más rígidos, convencidos medio siglo
después de que el Concilio aún debe llevarse a cabo y que las cosas hay que
hacerlas como si aún estuviésemos en los años Sesenta, en un cuerpo a cuerpo
con la iglesia de Papa Pacelli, la teología neo-escolástica, bajo la influencia
del paradigma laico o marxista de modernidad.
Al contrario: lo que ese “espíritu conciliar” quería y podía activar ha sido
dicho y experimentado durante decenios, y hoy se trata, sobre todo, de hacer un
balance final crítico de sus resultados, algunas veces desastrosos. El mismo
anuncio tenaz de Papa Francisco de la misericordia divina corresponde a una
actitud pastoral ya corriente en el clero, hasta ese laxismo que el Papa, por
otra parte, censura. No solo. El tema del pecado ha desaparecido prácticamente
de la catequesis, liquidando con ello la necesidad misma de la misericordia.
Más que promover genéricamente actitudes de misericordia, hoy en día se trata
de reconstruir una teología moral hecha menos de palabras y en grado, de nuevo,
de guiar al clero y a los fieles en cada caso concreto. También en lo que se
refiere a la teología moral el camino para una verdadera actuación del Concilio
fue reabierto por la obra magisterial de Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger.
Algunos sostienen que Francisco puede ser, como Papa postmoderno, el hombre del
futuro de la Iglesia, más allá de tradicionalismos y modernismos. Pero lo
postmoderno que puede arraigar en él – como la licuefacción de las formas, la
espontaneidad en las apariciones públicas, la atención a la aldea global – lo
hace sólo en la superficie. Con su ductilidad y sus esteticismos, lo
postmoderno es poco plausible en un obispo de América Latina, donde en la
“inteligentsia” ha dominado durante mucho tiempo, hasta ayer, lo Moderno marxista.
El núcleo sólido de Bergoglio es y sigue siendo “conciliar”. En el camino
emprendido por este Papa, si se confirma, veo sobre todo la cristalización del
“conciliarismo” pastoral dominante en los cleros y en los laicados activos.
Ciertamente, si Bergoglio no es postmoderno, su recepción mundial lo es. El
Papa gusta a la derecha y a la izquierda, a practicantes y a no creyentes, sin
discernimiento. Su mensaje prevalente es “líquido”. Sin embargo, sobre este
éxito no se puede edificar nada, sólo se puede volver a amalgamar algo ya
existente, y no lo mejor.
Señales preocupantes de dicho ser “líquido”, para quien no sea propenso a la
cháchara relativista de esta modernidad tardía, son:
a) la concesión a frases hechas del tipo “cada uno es libre de hacer…”, “quién
dice que las cosas tengan que ser así…”, “quién soy yo para…”, dichas con la
convicción de que son dialógicas y actuales. El presentarse como un simple
obispo para justificar comportamientos pocos formales; todo ello no cubre y no
podrá cubrir el distinto peso y la distinta responsabilidad que, en cambio,
tienen sus palabras, cualquier palabra, porque el obispo de Roma y el Papa
coinciden;
b) la falta de control por parte de personas de confianza, pero sabias y
cultas, e italianas, de los textos destinados a su circulación, tal vez por el
convencimiento papal de que no es necesario;
c) una cierta inclinación autoritaria (“yo haré todo para…”) en singular
contraste con las frecuentes proposiciones pluralistas, pero típica de los
“revolucionarios” democráticos, con el riesgo de colisiones imprudentes con la
tradición y el "sensus fidelium";
d) además, es incongruente que Papa Francisco tome continuas iniciativas de
comunicación pública individual y no quiera que se le filtre (la sintomática
imagen del apartamento papal como un embudo), lo que revela una
indisponibilidad para sentirse hombre de gobierno (algo más difícil que ser un
reformador) en una institución tan alta y “sui generis” como la Iglesia
católica.
Su comportamiento es, a veces, el de un directivo moderno e informal, de los
que se conceden mucho a la prensa. Pero su aferrarse a personas y cosas que
están fuera – colaboradores, amigos, prensa, opinión pública, el mismo
apartamento en Santa Marta está “fuera” – como si el hombre Bergoglio temiera
no saber qué hacer una vez se hubiera quedado sólo, como Papa, en el
apartamento de los Papas, no es positivo. Y esto no podrá durar. También los
medios de comunicación se cansarán de prestar apoyo a un Papa que tiene mucha
necesidad de ellos.
Dos última observaciones:
1. A quien invoca el estilo ignaciano de acercamiento al pecador, o al lejano,
yo le replico que ése estilo concierne a la relación en el foro interno o la
dirección de conciencia o el coloquio privado. Pero si el Papa se expresa así
en público, sus palabras entran en la corriente del magisterio ordinario, se
convierten en catequesis. Todos sabemos que el lema “conciliarista” “del bastón
a la misericordia” aspiraba no tanto a dulcificar a los confesores, como a
debilitar la autoridad de Roma.
2. El modelo expresivo elegido por Bergoglio no puede ser llevado al límite de
arrollar el magisterio ordinario y hacerlo poco o nada complaciente. Los
poderes de un Papa no se extienden a la naturaleza misma del propio
"munus", que lo transciende y le impone unos límites. No apruebo los
extremismos tradicionales, pero no hay duda alguna de que la tradición es la
norma y la fuerza del sucesor de Pedro.
Florencia, 2 de octubre de 2013
__________
Traducción en español de Helena
Faccia Serrano, Alcalá de Henares, España.
Chiesa (Italia)
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