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09/10/2013 | Argentina - El peor presidente

Martín Caparrós

Casi todo lo que se sabe sobre lo que sucede en la cumbre del poder argentino son especulaciones, rumores, filtraciones

 

Son especulaciones. Casi todo lo que se sabe sobre lo que sucedió estos últimos días en la cumbre del poder argentino son especulaciones: reconstrucciones a base de rumores, filtraciones. El sábado 5 la presidenta Cristina Fernández viuda de Kirchner fue ingresada en una clínica privada de Buenos Aires y, desde entonces, todo fueron secretos y susurros.

Durante los dos días siguientes el país se preguntó qué tenía su jefa, cuál era su pronóstico y, sobre todo, quién lo gobernaba. La presidencia no informaba si era Cristina Fernández o su vice Amado Boudou, acusado en dos docenas de causas por corruptelas varias. Los comunicadores de la presidenta —¿los comunicadores de la presidenta?— no parecen practicar el primer principio de su oficio, el que enseña que enunciar algo preciso y creíble sirve para que los otros no puedan decir lo que se les cante: para manejar los términos de la conversación. Aunque sí permitieron que The Economist acertara por fin con un buen chiste: “Las noticias de Argentina se parecen a una película de David Lynch: cuanto más te enteras, menos entiendes”.

Mientras tanto, el país se arrugaba: la incertidumbre produce esas molestias. Periodistas, políticos, economistas —e incluso honestos ciudadanos— trataban de saber; se dice —siempre los rumores— que el círculo íntimo de la presidenta intentaba evitarlo. Y que también querían evitar a Boudou: dicen los que dicen que Cristina Fernández hizo todo lo posible por seguir en su puesto —y que por eso, al principio, no se anunció la operación— pero al fin su salud se lo impidió.

El lunes al mediodía Amado Boudou recibió por fin oficialmente la presidencia —pero hasta anoche el Boletín Oficial no había publicado, como debe, la medida—. Y, mientras el presidente en funciones decía en un acto que su jefa solo necesitaba un poco de reposo, ella se internaba para que la operaran.

La intervención, dicen ahora, salió bien. Es un alivio, pero seguimos sin saber mucho sobre el resto. Sabemos que en el peor momento de su vida política la presidenta va a tener que salir de la escena —o mantenerse en un rincón tranquilo— durante semanas. Sabemos que eso va a tener consecuencias para ella y para los demás, y no sabemos cuáles.

En pleno proceso de debilitamiento político, la enfermedad la debilita de otra forma: de un modo que quizá la fortifique. Le pasó cuando sufrió su ataque de mayor debilidad —cuando se murió su marido— o cuando pareció que tenía cáncer. Pero esta vez parece que la desgracia, que siempre la ayudó, puede si acaso mejorar su imagen; es improbable que la de su Gobierno. Su enfermedad le permitirá, quizá, desmarcarse un poco de la derrota anunciada para las elecciones del 27 de octubre, pero no mucho más que eso.

Porque, por una vez, lo que le reprocha la mayoría de los que le reprochan algo —el 70% que votó en su contra— no tiene que ver con su estilo e imagen sino con su gobierno: con hechos de su Gobierno —inflación, corrupción, inseguridad— que no van a cambiar aun cuando muchos puedan decir o incluso pensar 'pobre, qué mala suerte tiene'.

Y, al mismo tiempo, deberá pelear contra una burla cruel de su destino: tener que prestarle su presidencia al político más desprestigiado del país. Para la mayoría de los argentinos, Amado Boudou tiene la peor imagen —corrupto, frívolo, voluble— de un colectivo que la tiene muy mala. Y aún para los kirchneristas más acérrimos, que intentan conservar algo del relato épico-progre que usaron durante unos años, la conducción de un muchacho fashion formado en el partido de la derecha neoliberal —Ucedé— es casi intolerable.

Hace un mes su jefa no lo dejaba participar en la campaña electoral para no espantar a los votantes; ahora es presidente en funciones por un tiempo impreciso. En la Argentina es difícil aburrirse. Inquietarse, irritarse, hartarse es fácil; aburrirse nunca.

El Pais (Es) (España)

 



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