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19/10/2013 | Los más grandes fraudes de la Historia

Ariel Hidalgo

No, no han sido los engaños para apoderarse de alguna que otra gran fortuna como una cuantiosa herencia o una gran corporación, sino para adueñarse de toda una nación en nombre de alguna determinada ideología.

 

Hace poco más de dos siglos y medio el término “democracia”, por ejemplo, era una mala palabra. Calificar a alguien de demócrata era uno de los peores insultos porque equivalía a acusarlo de demagogo por querer congraciarse con la “chusma” para escalar posiciones relevantes. Las primeras repúblicas negaban el derecho al voto a las mujeres, a los no blancos, a los desposeídos y los analfabetos, por entonces el mayor por ciento de la población. Si hubo verdaderos idealistas luchando sinceramente por el poder del pueblo, al final fueron esos demagogos quienes se impusieron, y cuando en nombre de la democracia proclamaron el voto universal, fue porque ya habían creado aparatos para controlar ese voto, partidos políticos que se vendían a los poderosos por contribuciones de campaña. Hoy todo el mundo se proclama demócrata, desde Bashar al-Asad y Mugabe hasta Putin y los hermanos Castro, de modo que el concepto se ha difuminado hasta perder su original sentido.

Pero ésta no fue la mayor de todas las estafas, sino la ideología del socialismo y el comunismo. Si al principio estas ideas eran defendidas por abnegados luchadores que concebían sociedades idílicas donde no existieran diferencias entre los hombres, donde los trabajadores en vez de esclavos asalariados fueran dueños de los medios con que laboraban y donde el Estado represor fuera finalmente disuelto, luego surgieron grupos que autodenominándose “comunistas” y proclamándose representantes de esos trabajadores, acapararon todas las riquezas del país, crearon Estados sobredimensionados eminentemente policiacos y continuaron la explotación asalariada de forma aún más expoliadora en nombre de la patria y el socialismo. Así, esos ideales fueron desprestigiados, de la misma forma en que otros, en nombre de la democracia cristiana, hicieron lo mismo con las ideas de Buchez, Maritain y Mounier. Los términos socialismo y comunismo perdieron su antiguo sentido y pasaron a significar todo lo contrario de lo que inicialmente representaban. De modo que si nos vamos a atener al original sentido de las palabras, cuando los dirigentes de un partido autodenominado comunista proclaman la lucha por una sociedad democrática y por la defensa de la patria socialista, todo es una gran mentira: ni esa patria es socialista, ni es una sociedad democrática, ni ellos son comunistas. Y esto trae a la memoria las advertencias de Martí a Valdés Domínguez sobre el peligro de las ideas socialistas: “la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados”.

Pero igualmente, esta confusión dio por resultado que otros luchadores realmente bienintencionados fueran malinterpretados y repudiados injustamente cuando se proclaman socialistas en el sentido originario de la palabra. “Por lo noble se ha de juzgar una aspiración: y no por esta o aquella verruga que le ponga la pasión humana”, agrega Martí en la citada carta. Por eso quien escribe, alérgico a los encasillamientos, rechaza las terminologías definitorias que dividen, y prefiere referirse sólo a las propuestas concretas donde muchos hermanos y hermanas de buena voluntad, algunos tildados de izquierda y otros de derecha, coinciden, aunque se autocalifiquen de socialistas, democristianos o liberales: la de un modelo diametralmente opuesto a los engendrados por todos los demagogos: una sociedad realmente participativa donde quepamos todos, con la máxima diversidad de los derechos que elevan el espíritu y estimulan las acciones productivas: amplia libertad de expresión y asociación en todos los órdenes de la actividad social que no interfieran con los derechos de los demás, libre iniciativa individual o colectiva en los campos de la cultura y la economía, derecho de los trabajadores a la propiedad de sus medios de subsistencia, ya sea individual, familiar, cooperativas y autogestionarias sin intervenciones burocráticas, y libertad de los ciudadanos a elegir a sus representantes públicos sin interferencias partidistas. Y con estas aspiraciones nos juntaremos y confraternizaremos marejadas humanas, un pueblo entero para anunciar finalmente el triunfo definitivo de la libertad, del amor y la bienaventuranza.

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 



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