19/10/2013 | No al proselitismo. Sí a la misión
Sandro Magister
El primero es "una solemne necedad", ha dicho el papa Francisco. Pero la segunda es la prioridad de su pontificado. Luego de décadas de declinación de la expansión misionera de la Iglesia, ahora contadas con nuevos detalles desconocidos a partir de un testimonio de excepción
En la audiencia general del miércoles pasado, en una
plaza San Pedro como siempre abarrotada, el papa Francisco insistió una vez más
sobre un punto cardinal de su pontificado: el deber de la Iglesia de hacerse
"misionera", es decir, de "continuar en el camino de la historia
la misión misma que Jesús le confió a los apóstoles: vayan, y hagan que todos
los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he
mandado".
El domingo 20 de octubre será la Jornada Misionera Mundial, con el respectivo
mensaje pontificio, en el que entre otras cosas se lee:
"La naturaleza misionera de la Iglesia no es proselitista, sino testimonio
de vida que ilumina el camino, que trae esperanza y amor. La Iglesia no es una
organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de
personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la
maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de
profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha
dado".
Ya numerosas veces el papa Jorge Mario Bergoglio ha insistido en el hecho que
la Iglesia "no es una ONG asistencialista ", ni que tampoco hace
"proselitismo", el cual es una práctica caracterizada por él, en el
célebre coloquio con Eugenio Scalfari, como una "una solemne necedad"
que "no tiene sentido".
Pero esto no significa que para Francisco la Iglesia debe cerrarse en sí misma
y renunciar a convertir a otros. Todo lo contrario. Desde el momento que fue
elevado a la silla de Pedro, el papa Bergoglio no ha hecho más que incitar a la
Iglesia a “abrirse”, a llegar a los hombres hasta en sus más remotas
“periferias existenciales”.
En efecto, la sequedad del impulso misionero es uno de los puntos de mayor
carácter crítico en la Iglesia Católica de las últimas décadas.
Es una crisis que se inició en los años del Concilio Vaticano II y que se
agravó en los años posteriores, contra la que Juan Pablo II y luego Benedicto
XVI intentaron modificar el rumbo, pero con escasos resultados.
Ahora Francisco nos prueba. Pero antes de ver cuáles efectos producirá el nuevo
Papa, es útil volver a recorrer la génesis de la crisis y sus desarrollos,
desde el Concilio hasta hoy.
Es lo que hace, en un libro editado por EMI, un misionero muy especial, el
padre Piero Gheddo (en la foto), de 84 años de edad, del Pontificio Instituto
de las Misiones Extranjeras, quien ha llevado a cabo innumerables viajes a
todos los continentes, ha escrito más de ochenta libros traducidos en varios
idiomas y además fue llamado por el papa Juan Pablo II para que le escribiera
la encíclica dedicada a las misiones: la "Redemptoris missio" de
1990.
Pero anteriormente el padre Gheddo había sido también uno de los compiladores
del decreto conciliar "Ad gentes".
En sus diarios ha registrado todas las dificultades que debieron afrontar tanto
ese decreto como la posterior encíclica, ya sea en su fase de redacción como en
sus aplicaciones.
Y en el libro él saca por primera vez a la luz detalles desconocidos de esa
doble aventura.
Lo que sigue a continuación es el prefacio al libro del padre Gheddo. El relato
de una historia que ahora continúa, en el modo que quiere el papa Francisco.
__________
EL ANUNCIO A LOS GENTILES, DESDE EL CONCILIO AL PAPA FRANCISCO
por Sandro Magister
En la vigilia del último cónclave, el arzobispo argentino que se convertiría en
Papa lanzó una advertencia: "Hay dos imágenes de la Iglesia: la Iglesia
evangelizadora que sale de sí misma, o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí
y para sí".
El drama de la Iglesia Católica de estas últimas décadas está expresado aquí en
su totalidad. La Iglesia misionera, que parecía que estaba en la cima de su
impulso expansivo al comienzo del Concilio Vaticano II, sufrió un repentino
derrumbe, y fue largamente suplantada por una Iglesia que se decía y se dice
más “abierta”, pero abierta al mundo de tal forma que lo ve salvado aunque no
conozca y reciba a Cristo, en consecuencia, sin el anuncio del Evangelio, sin
la conversión y sin el bautismo, en síntesis, sin misión.
El padre Piero Gheddo es un testigo extraordinario de este drama. Misionero
durante sesenta años, ha experimentado en primera línea todas las fases que en
el libro "Missione senza se e senza ma" [Misión sin peros] cuenta y
analiza con muchas revelaciones inéditas tomadas de sus hojas de diario.
Las revelaciones remiten sobre todo a los detalles desconocidos de dos
documentos capitales en cuya redacción él trabajo intensamente: el decreto
conciliar de 1965 sobre las misiones y la encíclica con la que un cuarto de
siglo después Juan Pablo II intentó reavivar en la Iglesia esa conciencia
misionera que parecía a punto de perderse.
En el Concilio Vaticano II, el padre Gheddo fue llamado imprevistamente como
perito. Comprendió inmediatamente que "la misión a los gentiles era
considerada la última o la penúltima rueda del carro eclesial". La
redacción de lo que se convirtió al final en el decreto "Ad gentes"
atravesó siete arreglos sucesivos. Llegó a ser archivado totalmente, pero a
mitad del camino llegó la orden perentoria de redimensionar todo en un breve
listado de “propuestas”.
Lo que reanimó el destino del documento fue la acción capilar de convencimiento
puesta en práctica por los padres conciliares más comprometidos en ese campo.
Entre éstos, recuerda el padre Gheddo, estaban los "misioneros de los
bosques que sólo con verlos no se les podía decir que no". Esto no quita
que “había en la comisión un sentido de ansia, en algunos casos de desesperación".
El milagro aconteció al finalizar el Concilio. Después de ulteriores y
fatigantes rescrituras, el decreto fue aprobado en la última sesión pública,
con 2.394 votos favorables y sólo 5 en contrario, el nivel más elevado de
unanimidad jamás alcanzado.
Pero ya inmediatamente después del Concilio, el sueño de un nuevo Pentecostés
misionero cedió el paso a una realidad opuesta. La obligación de evangelizar se
limitó al compromiso social – cuenta el padre Gheddo -, como si el Padre
hubiera enviado al Hijo a la tierra para excavar pozos y fundar una Iglesia
similar a una sala de emergencias.
Para corregir esta derivación, Pablo VI convocó en 1974 a un sínodo sobre la
evangelización. Al año siguiente publicó una exhortación apostólica, la
"Evangelii nuntiandi", para reafirmar con fuerza que "no hay
evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la
vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de
Dios".
"Pero Pablo VI no fue escuchado", escribe el padre Gheddo. También su
sucesor, Juan Pablo II, con la encíclica "Redemptoris missio", de
1990, se chocó con un muro de incomprensión. El bombardeo entró en acción antes
que fuese escrita la encíclica. Se objetaba que era inútil, pues el Concilio ya
había dicho todo. Pero por el contrario, explica el padre Gheddo, el papa Karol
Wojtyla quería precisamente decir con fuerza lo que en el decreto "Ad
gentes" se había dicho muy tímidamente o se había silenciado.
Cuando Juan Pablo II llamó al padre Gheddo a Roma y le confió la tarea de
escribir la Encíclica, comenzaron para el misionero meses de trabajo
impresionante: "escribir, rezar, comer y dormir, nada más". Terminado
un capítulo se lo hacía llegar al Papa, quien algunos días después se lo
devolvía con sus anotaciones al margen, escritas con lápiz o con birome: aquí
agregue esto, explique mejor el concepto, cite este pasaje del Evangelio.
Concluida la primera redacción, hubo una segunda y una tercera, a su vez
enviadas bajo secreto a una serie de personas, para recoger sus observaciones.
La Secretaría de Estado coordinó todo y también puso lo suyo, suavizando y
eliminando las expresiones que juzgaba “no adecuadas para un Papa". Pero
el estilo directo, "periodístico", del padre Gheddo, que había
querido el papa Wojtyla se mantuvo en buena medida. La "Redemptoris
missio" es la encíclica mejor escrita de las catorce de ese pontificado.
Luego vino Benedicto XVI, él también un Papa con una fortísima sensibilidad
evangelizadora y también ampliamente incomprendido en este aspecto.
El 3 de diciembre del 2007, fiesta del santo misionero por excelencia Francisco
Javier, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó una "Nota
doctrinal sobre algunos aspectos de la evangelización", la cual comienza
diagnosticando con gran realismo la anemia misionera de la Iglesia actual:
"Se dice que basta ayudar a los hombres a ser más hombres o más fieles a
su propia religión, que basta construir comunidades capaces de obrar por la
justicia, la libertad, la paz y la solidaridad. Además, algunos sostienen que
no se debería anunciar a Cristo a quien no lo conoce, ni favorecer la adhesión
a la Iglesia, porque sería posible ser salvados también sin ella".
Pero también este documento pareció caer en el vacío. "Ha sido casi
ignorado por la prensa católica y misionera", escribe el padre Gheddo.
A pesar de todo ello, el libro termina con anotaciones cargadas de confianza.
Al derrumbe de las vocaciones misioneras en el viejo mundo le corresponde la
vitalidad de las Iglesias jóvenes, que se hacen misioneras ellas mismas fuera
de sus propios países. En África y en Asia la expansión del catolicismo está
más viva que nunca. Pero precisamente los líderes de estas Iglesias jóvenes
están convencidos que el rol de los misioneros italianos, europeos y norteamericanos
no debe ser arrojado al pasado.
El padre Gheddo transmite las palabras de un obispo de Camerún: "Tenemos
una fe ciertamente muy viva y se lo agradecemos al Señor, pero es una fe
emotiva, superficial, todavía no penetrada en profundidad. Si no tuviésemos más
misioneros extranjeros, estoy convencido que en veinte o treinta años
volveremos a situarnos bajo los árboles para ofrecer sacrificios a los
espíritus. Los misioneros nos traen la respiración de la Iglesia universal, la
cual tiene una historia y una tradición que nosotros no tenemos".
Con el papa Francisco sigue el desafío. En este libro, el padre Gheddo lo
cuenta como nunca nadie lo ha hecho antes que él.
__________
El libro:
Piero Gheddo, "Missione
senza se e senza ma. L'annuncio alle genti dal Concilio a papa Francesco",
EMI, Bologna, 2013, pp. 256, euro 13,00.
__________
El decreto del concilio Vaticano II sobre las misiones, del año 1965:
>
"Ad gentes"
La exhortación apostólica de Pablo VI, del año 1975:
>
"Evangelii nuntiandi"
La encíclica de Juan Pablo II, del año 1990:
>
"Redemptoris missio"
El mensaje del papa Francisco para la Jornada misionera mundial del 20 de
octubre de 2013:
>
Mensaje…
__________
Traducción en español de José
Arturo Quarracino, Buenos Aires, Argentina.
Chiesa (Italia)
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