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04/06/2006 | Maras: Detrás de los muros

Laura Etcharren

El fenómeno de las maras en Centroamérica y el mundo guarda una íntima relación con la comisión de ilícitos. De ahí, que sus delitos se encuentren tipificados y que a nivel social conformen una subcultura de individuos etiquetados como delincuentes y desviados.

 

Sociedades del cambio

Los tiempos modernos implicaron una serie de cambios estructurales e institucionales que llevaron a un replanteo de las formas de actuar, pensar y sentir de los seres humanos.

La globalización y los avances tecnológicos abrieron las puertas de un nuevo sistema del manejo delictivo que encuentra su raíz, en el caso de las maras, en la marginalidad y la violencia que padecen.

Las sociedades se encuentran en un cambio permanente. Cambios que se producen por los conflictos que se dan en el interior de las mismas. Elementos que conforman esta sociedad moderna y contemporánea que contribuyen a esos cambios.

Sociedad global compuesta por diversos grupos sociales, en la cual existen diversas definiciones acerca de lo justo y lo injusto; del bien y del mal.

Grupos sociales antagónicos que ponen en juego el poder político.

Cuestiones teóricas

Jurídicamente se define delincuencia como la infracción de una norma penal. Es decir, los actos delictivos son aquellos comportamientos cuya realización está sancionada con una pena en una ley.

Los pandilleros llevan adelante ilícitos penados por la ley y también cometen infracciones de normas sociales, lo que los convierte además, en desviados.

Históricamente los estudios acerca de la delincuencia han procurado contestar a la pregunta causal acerca de por qué la gente delinque. Por su parte, la criminología, busca contestar a la pregunta acerca de cómo aprendemos a identificar, interpretar y catalogar determinados comportamientos como delitos.

Entonces, mientras los primeros se centran en la motivación de delinquir; los segundos hacen foco en los procesos de definición.

En el caso particular de las maras, referirse a delincuencia es indagar sobre lo que se conoce como delincuencia juvenil.

Se trata, la delincuencia juvenil, de relaciones delictivas en las que el delincuente es el joven. No obstante, esta definición encierra una contradicción y es que al ser menores de edad son menores de edad penal. Es decir, técnicamente, no son delincuentes.

Ahora bien, inicialmente el interés por la delincuencia juvenil fue de tipo humanitario; esto es, protección a menores marginados. De lo cual se infiere que un delincuente juvenil puede ser cualquier joven marginal y problemático.

Las teorías de la delincuencia juvenil se han centrado fundamentalmente en los jóvenes marginales a partir de dos de las principales vertientes de la criminología. Como se llega a ser delincuente y cómo se llega a ser definido como tal. Las vertientes mencionadas se han nutrido de la transmisión cultural y del etiquetaje.

La primera noción tiene que ver con el aprendizaje delictivo que se lleva adelante en el seno de las subcultura a través de la organización de bandas (Maras por ejemplo)

La segunda noción tiene que ver con el etiquetamiento, o sea, con la reacción de la sociedad frente a la comisión de ilícitos. Esto último encierra, selección de unos individuos; confrontación con la sociedad, veredicto, institucionalización y oficio delictivo.

Poder y terror en el mundo de las maras

Los miembros de las maras se unen para conformar un poder que individualmente no poseen.

El poder que surge de esa unión es la herramienta fundamental para generar terror. Por tal motivo, poder y terror se convierten en dos variables que conforman una relación dialéctica en el mundo de las maras.

Convengamos también que el poder es una dimensión universal que existe en toda situación social. Y si bien es cierto que existen distintos tipos de poder, el poder que predomina en las maras, es aquel vinculado con la fuerza. Una fuerza que incluye la fuerza bruta; la represiva y la opresiva.

Pues el poder adquirido conjuntamente debe mantenerse. Así, los pandilleros buscarán mantenerlo y acrecentarlo a través de la constitución de sus propias leyes.

Leyes que representan su seguridad al tiempo que generan la inseguridad de los otros.

Por otro lado, el poder de las maras adquiere relevancia cuando se trata del poder de la influencia para coptar más cantidad de integrantes.

O sea, un poder que incluye la capacidad de manipulación.

Entonces, el poder de las ellas genera terror. Entendiendo al terror como el máximo nivel de miedo. Como un sentimiento prácticamente incontrolable que pone en jaque, por un lado, la residencia de muchas personas que comparten el barrio habitado por mareros y por otro lado, el orden social establecido desde arriba.

Sistema carcelario, maras y liderazgo

La comisión de delitos de tipo penal tiene como castigo el encierro.

Y las penas, en condiciones ideales, deben ser proporcionales al delito cometido.

Pero como muchos mareros son menores de edad, no pueden ir a prisión. Por tal motivo, la cantidad de planes alternativos para combatir a estas pandillas y prevenir la formación de las mismas son muchos.

Desde los planes de mano dura, pasando por la ley Antimara hasta el proyecto “Nueva Esperanza” puesto en práctica en Panamá, los intentos por frenar la propagación de las maras han sido constantes.

Sucede, que frenar esta expansión es una tarea muy complicada; más, cuando casi el 50% de los delitos cometidos en las calles están dirigidos desde las cárceles. Porque esto es lo que ocurre en países tales como Guatemala y El Salvador. Allí, se han registrado -según indica una nota llamada “El infierno de las prisiones guatemaltecas” publicada en el diario El País de España- los más terribles motines de la historia carcelaria Centroamericana.

El colapso, así como las malas condiciones de infraestructura y sanidad de las distintas prisiones que componen el sistema penitenciario hacen que la estadía en las mismas se vuelva más complicada de lo que de por sí es.

Además, dentro de un mismo pabellón se encuentran presos que pertenecen a distintas maras, muchas de ellas, rivales entre sí.

Por tal motivo, el año pasado (2005) se produjo un enfrentamiento sangriento en una de las prisiones de Guatemala, protagonizado por integrantes de la mara Salvatrucha y la MS18 que tuvo un saldo de 36 muertos y 60 heridos.

Y del mismo modo que se gestan delitos desde el interior de las cárceles hacia el exterior, también se cometen ilícitos dentro de las mismas prisiones.

En las cárceles los reclusos deben cumplir diversas tareas y obligaciones.

Madrugar para llevar adelante la limpieza de los sanitarios y las celdas; en caso de querer un colchón y mantas pagar por ello; y pagar por ingresar al rancho, como se dice en la jerga carcelaria.

Es decir, al igual que afuera, los mareros imponen sus propias leyes y la impunidad cobra un papel protagónico.

No obstante, todos aquellos reclusos dispuestos a pagar la extorsión que los “cabecillas” imponen se encuentran libres de realizar dichas tareas y hasta tienen, según el dinero que posean, comodidades y acceso a drogas, licores y prostitutas.

Hay una fidelidad hacia los lideres, creándose una relación de dominación en la cual el líder afirma su yo y esa afirmación induce respuestas de sumisión. Esto quiere decir que la dominación de unos siempre tiene como contrapartida la sumisión de otros y la agresividad forma parte de este tipo de relación.

El liderazgo que se conforma en las maras y dentro de las prisiones es de tipo autocrático. Y lo autocrático se vuelve más visible al momento de coptar adeptos, dado que en esa instancia, el apoyo se logra mediante la variable fuerza.

En síntesis, en las cáceles, la seguridad no está asegurada por los guardias; al contrario, la seguridad depende increíblemente de los lideres de cada uno de los grupos que allí se conforman y del sometimiento de los reclusos para con ellos. Lo cual, denota claramente una profunda crisis del sistema penitenciario y de los gobiernos de turno que no se preocupan por dar una solución a este tipo de situaciones que generan más violencia y destrucción del tejido social.

De víctimas a victimarios y viceversa

Las maras están por todos lados y buscan tener centros de operación en puntos limítrofes entre dos países para poder dedicarse al contrabando, narcotráfico y robo. Hechos que por lo general van acompañados de la muerte de los inmigrantes que esperan una oportunidad para cruzar la frontera.

Porque estos inmigrantes siempre cuentan con una cantidad importante de dinero para pagar los servicios de los llamados coyotes o traficantes de humanos.

Ahora bien, una vez que llegan a la cárcel, los pandilleros comienzan a vivenciar el deplorable estado en el que se encuentran las cárceles en América.

Muerte por asfixia y quemadura entre maras rivales; constantes motines; violaciones a los internos; y demás son algunos de los padecimientos y destinos que les espera a los mareros detrás de los muros.

Se podría decir que un primer momento los mareros fueron víctimas de la pobreza y la marginalidad para convertirse luego en victimarios, ya que una vez reunidos en diferentes células, el poder conformado se fue expandiendo hasta lograr atemorizar a poblaciones enteras invalidando cualquier tipo de control social.

No obstante, y ya recluidos, en cierto modo los mareros pasan a ser nuevamente víctimas de la inseguridad que se vive en las prisiones.

Las rivalidades dentro de la cárcel explotan con mayor firmeza y el descontrol se posiciona en el centro de la escena.

En Honduras llegó a haber un saldo de 102 muertos como producto de un enfrentamiento entre miembros de distintas maras. Porque los enfrentamientos en las prisiones son un hecho común, tristemente naturalizado.

Ocurre que el descontrol antes mencionado y la falta de personal idóneo exacerba la violencia que los pandilleros portan.

En Guatemala, por ejemplo, han llegado a violar las normas de seguridad de una prisión de “máximo control” y se han escapado 19 presos que durante seis meses cavaron un túnel. Así, estos pandilleros, bajo la cultura del zafe evitaron cumplir condenas de hasta cincuenta años de reclusión por asesinatos y secuestros.

El mundo que pasa

Lejos de rehabilitarse y de crear una verdadera conciencia de los hechos que los llevaron al encierro, los pandilleros, detrás de los muros alimentan su venganza social mediante la gestación de operativos digitados en el interior de la cárcel. Tanto es así, que integrantes de la MS18 en El Salvador, Guatemala y Honduras dirigen desde la cárcel crímenes contra chóferes de buses.

Las visitas son una herramienta esencial para lograr los fines propuestos. Es decir, entre los pandilleros que se encuentran detrás de los muros y los que están del otro lado se establece un paralelo.

Porque en su mayoría, aquellos lideraban afuera, también, lideran de adentro hacia fuera y adentro mismo.

Actitudes peligrosas e irracionales conforman el panorama callejero centroamericano desde la llegada de Las Maras.

Con sedes en países de Europa y también con importantes centros montados dentro de las prisiones, las maras no cesan con su violencia.

Habitantes de prisiones que, en el caso del El Salvador, se han convertido en pequeños Resorts según cuenta un sacerdote que desde hace ya veinte años trabaja con comunidades marginales en tal país.

Como puede apreciarse, el tema de las maras y la cárcel es muy complejo y requiere para su estudio un conocimiento no segmentado, puesto que limitar su análisis a una sola disciplina sería caer en un reduccionismo poco esclarecedor de los hechos. Entonces, la necesidad de elaborar un pensamiento crítico para problematizar la relación entre delito y sociedad es primordial.

Finalmente, el terrorismo, la delincuencia y la violencia indiscriminada se presentan en el marco de la debilidad y la fragilidad de un modo diferente en la subjetividad de cada individuo.

Aunque claro está, que afecta de manera uniforme al conjunto de la sociedad.

Una sociedad polarizada que cree no haber invitado a la violencia y el terror. Cuando lo cierto es, que es cómplice implícita de la barbarie que vivimos a diario a través de la indiferencia inicial hacia la delincuencia juvenil, el relativismo cultural, la inseguridad urbana, los comportamientos delictivos de los sectores de altos ingresos, el crimen organizado, etc.

Finalmente, las maras están pasando por el mundo dejando su huella. No obstante, por delante de ellas, también hay un mundo que pasa.

Gentileza: www.lauraetcharren.blogspot.com

Offnews.info (Argentina)

 


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