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04/06/2006 | Argentina: Panorama Político Nacional

Jorge Raventos

“Una sociedad que funciona en base al enojo, funciona mal”, le dijo Roberto Lavagna al diario La Nación el 2 de junio. El mensaje tenía un destinatario preciso, que el ex Ministro no se privó de nombrar: “Esto vale para Kirchner, para Lavagna, para todos”.

 

Desequilibrios

“Una sociedad que funciona en base al enojo, funciona mal”, le dijo Roberto Lavagna al diario La Nación el 2 de junio. El mensaje tenía un destinatario preciso, que el ex Ministro no se privó de nombrar: “Esto vale para Kirchner, para Lavagna, para todos”. Es que la última semana de mayo y la primera de junio estuvieron signadas (a decir verdad: como muchas otras en los últimos años) por el enojo presidencial, que es manifestación no apenas de un rasgo de carácter, sino de una política. Una línea que privilegia la confrontación.

El lunes 29 de mayo el doctor Kirchner asistió al Colegio Militar -a la celebración del Día del Ejército- y desde el palco, subrayando las palabras con su modulación, les asestó a los centenares de efectivos que lo escuchaban en formación una frase desafiante: “No les tengo miedo”. Perplejidad: el Presidente no estaba hablando ante adversarios políticos o corporativos, sino a sus subordinados. La Constitución le otorga al Presidente de la Nación la comandancia suprema de las Fuerzas. Al hablar de ese modo, el Gobierno ponía en realidad en riesgo su autoridad: el debe conducir a las Fuerzas, mandarlas. No maltratarlas. Particularmente sabiendo que los hombres que estaban allí disciplinadamente formados no podían responderle.

¿Cómo explicar la conducta presidencial? “Estaba enojado”, argumentan algunos hombres de su entorno. El principal motivo de esa irritación habría sido su disgusto por el acto de homenaje a las víctimas del terrorismo y la subversión que había tenido lugar el 24 de mayo en la Plaza San Martín, con la presencia de varios miles de personas, entre ellos un puñado de jóvenes oficiales en actividad. Aunque la primera reacción del oficialismo fue ningunear esa reunión asignándole una asistencia muy inferior a la real, el Presidente (quizás tras el consejo de algún asesor) prefirió magnificar el acto y asignarle motivaciones malvadas. El doctor Kirchner estaba además molesto por la difusión pública de los planes de eliminación de los liceos militares, y mucho más por la resistencia que este proyecto generó entre los familiares de los alumnos de tales institutos así como en amplios sectores de la sociedad civil. El enojo creció cuando se encontró que en el mismo Colegio Militar estaban presentes muchos de esos familiares que protestaban contra el cierre.

Ninguno de esos elementos permite, sin embargo, entender por qué el Gobierno necesitaba enfrentar al conjunto de los uniformados, como si asignara una culpa castrense colectiva a sus dificultades o contrariedades.

Más difícil aún de entender es que, después de bramar: “No les tengo miedo”, el Presidente abandonara el lugar. Después de eso hubo una marcha atrás en relación con el cierre de los liceos y la evidente decisión de no profundizar en eventuales actos de indisciplina (ruptura de filas durante el discurso presidencial) denunciadas en primera instancia por un distinguido vocero del Presidente como el Diputado Carlos Kunkel. Al parecer, el oficialismo temió que hurgar en esa herida condujese a crearle más problemas al General Roberto Bendini, un oficial que el Gobierno protege y que ya está pasando por otras situaciones delicadas, como una denuncia por malversación de fondos que se sustancia en la Justicia.

El enojo presidencial concluía, así, de una manera paradójica: irritando a un amplio sector (constituido por uniformados y civiles), colocando retóricamente a sus subordinados en el lugar de rivales y poniendo así en riesgo su autoridad, desafiando a esos “rivales” y retrocediendo de inmediato en algunas de las medidas anunciadas. En suma, una suerte de frenética inmovilidad con fuerte desgaste energético.

Sobre ese rasgo, que la opinión pública ha comenzado a contemplar atentamente, trabajaba la declaración de Lavagna al aludir al “funcionamiento en base a enojos”. Irónicamente esas declaraciones generaron otro enojo en la Casa Rosada, aunque esta vez, si se quiere, más plausible. Lavagna era observado por el Gobierno como un recurso potencialmente propio. Los encuestadores amigos de la Casa Rosada prepararon más de un estudio demoscópico midiendo la imagen del ex Ministro de Economía en la Capital Federal, donde el Presidente y algunos (sólo algunos) de sus consejeros evaluaban la posibilidad de lanzarlo como candidato a Jefe de Gobierno en caso de que Mauricio Macri se decidiera por competir en el distrito.

Las bajas chances que las encuestas asignan frente a Macri a otros potenciales candidatos oficialistas obligaba al Gobierno a tragar amargo y escupir dulce: el eventual empleo pensado para Lavagna no disimula la baja confianza que la Casa Rosada alienta por el ex titular de Economía. Recuérdese que Kirchner lo despachó como Ministro el día que Lavagna cuestionó en público los sobreprecios de ciertas obras públicas.

Si Lavagna ha pensado en lanzarse a la política no parece haber sido, sin embargo, en procura de un destino municipal. El hombre cree que da para más y hay gente dispuesta a avalarle la apuesta. Algunos, porque creen que los ayudará a sobrevivir (o revivir) en un terreno político que Kirchner les ha vuelto poco transitable. Otros, en cambio, porque ven en el ex Ministro un hombre que, habiendo sido protagonista de lo que se asigna como mayor éxito del Gobierno (alto crecimiento durante tres años consecutivos) muestra en su conducta política más equilibrio, modales menos agresivos y, además, una perspectiva de reracionamiento con el mundo marcadamente menos áspera y aislacionista que la que hoy domina.

Este es el factor que inquieta al Presidente y le provoca enojo: la comprensión de que, a diferencia de otros opositores a los que por el momento él cree poder circunscribir a un corralito lejano, Lavagna está en condiciones de disgregarle su propio frente, erosionarle su sistema de fuerzas.

Es por eso que muy velozmente el Presidente lanzó a sus gladiadores mediáticos a atacar al ex Ministro: desde los piqueteros oficialistas D’Elía y Ceballos hasta la Ministro Miceli o el jefe del bloque de diputados kirchnerista, una docena de correveidiles fueron lanzados hacia cámaras y micrófonos para golpear a Lavagna.

Para Lavagna “alguien apretó un botón” y desató esa “reacción en comparsa”, en un ”intento de imponer un pensamiento único”. Es obvio en quién piensa Lavagna como sujeto de esos predicados.

Fuera de cámaras, entretanto, el Ministro Julio De Vido trataba de ampliar el cordón sanitario y se encargaba de un trabajo de marketing directo: hablar con directivos de grandes grupos empresariales y con dirigentes de sindicatos. Varios gremialistas, particularmente aquellos de quiénes se podía sospechar simpatía por Lavagna por haber sido los que impulsaban su candidatura presidencial en 2003, se apresuraron a negarlo todo, como aquella liebre que alzando los brazos gritaba “Soy un conejo, soy un conejo”.

Lo de los empresarios es más vidrioso para el Gobierno: hace ya un tiempo que en ese ámbito crecen las prevenciones por estilos del oficialismo (no sólo el del secretario de Comercio, Moreno) sino también por medidas que se impulsan desde la Casa Rosada, sus ministerios o sus bloques adictos.

Lavagna, por otra parte, ha puesto el dedo en otra llaga: el comportamiento internacional del oficialismo, su atracción por la Venezuela chapista y el peligroso “cambio de eje del Mercosur” que surgiría la incorporación de Chávez y las tensiones con el democrático y cercano Uruguay.

Kirchner, que no quería enfrentar a Lavagna personalmente sino a través de sus mosqueteros, terminó impacientándose y el viernes 2 salió de cuerpo presente a criticarlo por su “apresuramiento electoralista”. Lo hizo en un acto presidido por carteles que postulaban su reelección en 2002 y en el que él confirmó que ese año habrá un candidato “pingüino o pingüina”. Contradicciones, idas y vueltas, enojos, falta de equilibrio. El Gobierno duda de la fuerza que otros le asignan. Teme lo que pueda ocurrir en tiempos menos benévolos que los que ha gozado hasta el momento o en presencia de adversarios más lúcidos o poderosos que los que él adoptó como tales en estos años. Observa con preocupación una mayor propensión a la resistencia en sectores que antes acataban. Teme que se desagreguen sus fuerzas si surge otro polo de atracción.

Es de esperar que esos temores no exacerben sus enojos. Que no se pierda el equilibrio.

Offnews.info (Argentina)

 


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