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04/06/2006 | Una muchacha para los tigres

Mario Vargas Llosa

(Holanda) ha dado un espectáculo deprimente y lamentable, de pequeñez moral, de politiquería hipócrita, de deshonor y cobardía.

 

El 2 de noviembre de 2004, Mohamed Bouyeri, un fanático islamista de 26 años, asesinó a balazos en Holanda al cineasta Theo Van Gogh. Luego de matarlo le clavó en el estómago con su cuchillo un mensaje con amenazas a Ayaan Hirsi Ali, la joven somalí, nacionalizada holandesa, que había escrito el guión de un corto cinematográfico, Sumisión, dirigido por Van Gogh sobre las violencias físicas y sicológicas que padece la mujer en las sociedades sometidas a las prácticas coránicas. En su poema el asesino profetizaba que Ayaan Hirsi Ali, “herética” y “vendida a los judíos”, pagaría tarde o temprano sus impiedades contra la religión de sus mayores.

La venganza de los fanáticos contra la parlamentaria y activista holandesa-somalí, de 37 años, que desde hace un par de lustros lucha de manera denodada por los derechos de las mujeres musulmanas, ha comenzado a hacerse realidad a través de la inesperada mediación de Rita Verdonk, la ministra de Inmigración de Holanda, una señora de ceño fruncido y mandíbula cuadrada y, para colmo, miembro del Partido Liberal al que pertenece Hirsi Ali, que, la semana pasada, alegando que ésta había falseado su testimonio al pedir su naturalización, la despojó de la nacionalidad holandesa. Hirsi Ali debió renunciar a su escaño parlamentario.

Esta medida había sido precedida por otra, no menos repelente y cruel contra Ayaan Hirsi Ali: el fallo favorable de un juez amparando a los vecinos de la ex diputada quienes exigían que ésta abandonara el piso donde vivía en Ámsterdam, pues se sentían inseguros, debido a la posibilidad de que los islamistas que han jurado matarla bombardearan o incendiaran el edificio.

Aunque la decisión de la ministra Verdonk provocó una tempestad de críticas en toda Europa y en los círculos políticos de la propia Holanda, lo que ha obligado a aquélla a anunciar que daba un plazo de seis semanas a Hirsi Ali para presentar sus descargos contra la medida que la priva de la nacionalidad, las encuestas indican que un 80% de holandeses respaldan a la señora Verdonk “por su firmeza”. Con la misma claridad con que en otras ocasiones he aplaudido a Holanda por las reformas que ha sido un país pionero en llevar a la práctica —la eutanasia, la discriminalización de las drogas y el matrimonio gay— dejo sentada mi desilusión por esta rendición vergonzosa del Gobierno y la opinión pública de un país democrático ante el chantaje del fanatismo terrorista. En los últimos tiempos el coraje moral y la integridad cívica parecen haber sufrido una merma brutal en el país de los tulipanes.

El pretexto que esgrimió la ministra Rita Verdonk para retirarle la nacionalidad a Ayaan Hirsi Ali es que ésta había mentido al llegar a Holanda y solicitar el estatuto de refugiada: falsificó su nombre y dijo haber venido directamente de Somalia cuando, en verdad, había estado antes en Etiopía, Kenia y Alemania. Lo inmoral del asunto es que estas mentiras eran de dominio público en Holanda desde hacía tiempo, pues la propia Ayaan Hirsi Ali se había encargado de revelarlo durante la campaña electoral en que fue elegida diputada, y en artículos y entrevistas en las que ha explicado cómo, al igual que ella, es frecuente que los inmigrantes que proceden de países donde por razones religiosas, políticas o económicas llevan una vida de infierno, se valgan de cualquier argucia, incluido el falso testimonio, para ser aceptados en las sociedades europeas. ¿Por qué sólo ahora decidió la señora Verdonk proceder al respecto? ¿Acaso porque, considerando la voluntad de apaciguamiento frente al terror que parece haberse apoderado de buen número de sus compatriotas, consideró que esta medida la favorecería en su campaña para ser elegida Presidenta del Partido Liberal?

En todo caso, lo ocurrido es una gran victoria para los fundamentalistas musulmanes que, como hizo Mohamed Bouyeri con Theo Van Gogh, soñaban con despanzurrar a cuchilladas a una mujer que con una valentía tan grande como su lucidez y sus convicciones democráticas los combatía sin tregua, denunciando su anacronismo y su ceguera y los infinitos sufrimientos y atrocidades que su fanatismo inflige a sus víctimas más indefensas: las mujeres musulmanas. A quienes quieren hacerse una idea de la resolución con que Ayaan Hirsi Ali se enfrenta al terrorismo islámico y la libertad con que opina, recomiendo la colección de ensayos, entrevistas y artículos que se han publicado recientemente en español: Yo acuso (Galaxia Gutemberg).

Ayaan Hirsi Ali nació en Somalia, hija de un dirigente político opositor al dictador Mohamed Siad Barre, que se vio obligado a refugiarse en Kenia. Allí, la niña recibió una estricta educación musulmana y su propia abuela la sometió a la brutal ablación del clítoris y la extracción de los labios vaginales con que se pretende “desexualizar” a las creyentes y garantizar su virginidad. Huyó de su casa cuando su padre concertó para ella un matrimonio con un pariente canadiense al que Ayaan no había visto jamás. Se refugió en Holanda donde aprendió el holandés y trabajó como traductora e intérprete en las casas de acogida para inmigrantes. Desde entonces comenzó a desarrollar una intensa y arriesgada labor, exhortando a las mujeres musulmanas a reclamar sus derechos y a emanciparse de la discriminación, las humillaciones, las violencias físicas y sexuales, y el encierro y la ignorancia a que se hallaban condenadas por creencias y prácticas tribales de hace siglos que el fanatismo pretendía preservar en pleno siglo XXI en el corazón del occidente democrático.

El guión que escribió para Theo Van Gogh formó parte de esta campaña que hizo de Ayaan Hirsi Ali un personaje popular, adorado y odiado a la vez, y que la puso en el punto de mira del terrorismo islámico. Desde hacía años vivía protegida por escoltas. Nada de eso parecía aterrorizarla ni hacerla ceder lo más mínimo en su empeño. El año pasado la conocí, en un encuentro en Ámsterdam, y me impresionó la tranquila serenidad y la inteligencia con que esta bella muchacha (parece aún más joven de lo que es) criticaba a los políticos e intelectuales europeos que, en nombre del multiculturalismo, se abstenían de criticar las prácticas bárbaras del Islam contra la mujer, como si las víctimas del fanatismo debieran sentirse solidarias de una fe y una creencia que constituían su “identidad cultural”. En la breve charla que tuvimos le agradecí que hubiera expresado con tanta coherencia y de manera tan persuasiva lo que yo siempre ha creído: que toda “identidad” colectiva —nacionalista, racista, cultural o religiosa— no es otra cosa que un campo de concentración donde desaparecen la soberanía y la libertad de los individuos. Y que recordara a los europeos los privilegiados que son de vivir en sociedades abiertas, donde, en principio, se respetan los derechos humanos y los hombres no pueden tratar a las mujeres como esclavas, so pena de ir a la cárcel. El caso de esta luchadora somalí no es el único pero sí uno de los más admirables de personas del Tercer Mundo que parecen entender mejor, y defender con más convicción y brío, lo más valioso que ha dado al mundo la cultura occidental.

Como Ayaan Hirsi Ali, en vista de la impaciencia con que tantos intimidados holandeses parecen querer librarse de ella, ha anunciado que se mudará a los Estados Unidos, donde una fundación le ha ofrecido refugio, ahora no sólo los inquisidores islamistas, también algunos escribidores occidentales la acusan ya de haberse vendido al imperialismo, acusaciones en las que es difícil discernir qué prevalece: si la estupidez, la vileza, o ambas cosas.

No es esta justiciera somalí la que pierde, aunque salga derrotada de esta batalla. Es Holanda. Ha dado un espectáculo deprimente y lamentable, de pequeñez moral, de politiquería hipócrita, de deshonor y cobardía. Parece mentira que en el país donde padeció su martirio Ana Frank, todavía no haya quedado claro que no se amansa a los tigres echándoles carnes frescas e inocentes y mandándoles besos volados: esto, más bien, les atiza el apetito y les afila los colmillos y las garras.

© Mario Vargas Llosa, 2006.

El Pais (Es) (España)

 



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