En teoría, el Mercosur sí existe desde el 25 de marzo de 1991, pero sus socios principales raramente le prestan mucha atención si tomarlo en serio los obligaría a modificar su propia política comercial. Sea como fuere, Mujica pudo haber agregado que, en la tarea destructiva que acaba de denunciar con su fogosidad habitual, el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha contado con la colaboración vigorosa del brasileño que, si bien siempre ha actuado de forma menos impulsiva, también suele subordinar todo a sus propios intereses inmediatos, pero por motivos comprensibles ha preferido pasar por alto el aporte de los vecinos más poderosos.

Como Mujica nos recuerda, para que el Mercosur llegara a funcionar como es de suponer querían sus fundadores, los entonces presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney, sería necesario que los dos socios mayores, la Argentina y Brasil, privilegiaran el conjunto, pero sucede que nunca hubo la menor posibilidad de que lo hicieran los sucesivos gobiernos de sendos países. Tanto en Brasil como en nuestro país es muy fuerte la tradición proteccionista, robustecida por el nacionalismo que asegura a empresarios incapaces de competir el respaldo firme de sindicalistas y otros que representan a sectores que se han visto perjudicados por el ensimismamiento de las economías nacionales. Por lo demás, aunque a muchos políticos e intelectuales les encanta hablar de lo espléndida que sería la plena integración latinoamericana, muy pocos estarían dispuestos a tolerar la pérdida de soberanía que exigiría la creación de un auténtico bloque regional.

Lo mismo que tantas constituciones latinoamericanas que se inspiraron en la estadounidense con la esperanza de que, merced a ellas, los países de la región conseguirían emular al "coloso del norte", el Mercosur fue un intento de armar algo parecido a lo que sería la Unión Europea y que, en opinión de muchos, era un éxito indiscutible. Sin embargo, mientras que en la Europa de hace treinta años había cuatro países de dimensiones demográficas y económicas equiparables, Alemania, Francia, el Reino Unido e Italia, y otros, como España, que distan de ser chicos, en la zona comprendida por el Mercosur original había un gigante demográfico, Brasil, otro mediano, la Argentina, que hasta hace poco gozaba de un nivel de vida superior al alcanzado por sus socios, y dos países decididamente pequeños, Uruguay y Paraguay. Como fue de prever, los brasileños han aprovechado al máximo su poder relativo, la Argentina ha procurado defender sus intereses y los uruguayos y paraguayos se han visto obligados a resignarse a un papel secundario, limitándose a suplicar concesiones. Huelga decir que no han ayudado los conflictos políticos e ideológicos que, entre otras cosas, conducirían a la incorporación de la Venezuela chavista al Mercosur y la suspensión del Paraguay. En cuanto a las negociaciones con otros bloques comerciales como el conformado por la Unión Europea, los resultados han sido pobres; la incoherencia de los representantes mercosureños ha sido, y seguirá siendo, un obstáculo insuperable.

Mujica se enojó por las pérdidas ocasionadas por la decisión de nuestro gobierno de prohibir el transbordo de exportaciones argentinas en puertos uruguayos, pero sólo se trata del enfrentamiento más reciente de una serie ya muy larga. Por fortuna, no reviste la misma gravedad que la disputa en torno a las papeleras. Así y todo, de producirse más episodios como éste, tarde o temprano la mayoría de los uruguayos llegarán a la conclusión de que no vale la pena continuar sacrificándose en aras de un proyecto utópico. Los chilenos no se sienten tentados por la idea de incorporarse al Mercosur porque entienden muy bien que no les beneficiaría en absoluto formar parte de una agrupación proteccionista dominada por un país enorme y, en menor medida, por otro gobernado por una facción política que se destaca por su arbitrariedad caprichosa. En los años últimos Uruguay ha avanzado mucho, si bien no tanto como Chile, de suerte que no sorprendería que sus dirigentes pronto se animaran a romper con el Mercosur que, según Mujica, ya está hecho añicos.