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09/11/2013 | De Kennedy a Obama

Francisco G. Basterra

Estados Unidos, debilitado por la crisis económica y fiscal, ya no es la superpotencia indiscutida

 

Solo nos separan dos semanas del 50 aniversario del magnicidio de John Fitzgerald Kennedy, a mediodía del viernes 22 de noviembre de 1963, en la ciudad tejana de Dallas. Nadie que entonces estuviera acabando el bachiller, hoy ya jubilado, olvidará dónde estaba y qué estaba haciendo cuando a primera hora de la noche la noticia llegó a España. Recuerdo como la conocí: grandes caracteres en tiza blanca sobre una pizarra negra, a la puerta del diario El Pensamiento Navarro, en Pamplona. Durante las siguientes 48 horas la incipiente televisión, granulada, en blanco y negro, fue el refugio de ciudadanos de todo el mundo. Eran otros tiempos, otro mundo.

El medio siglo transcurrido entre la presidencia dramáticamente truncada de JFK y el incierto rumbo de Barack Obama ya en su segundo mandato, con la deriva de Estados Unidos en declive, nos transmite profundos cambios pero también algunas líneas de continuidad, tanto en la arquitectura del poder en Washington como entre los dos presidentes. Ambos emergieron como líderes simbólicos y portadores de una esperanza de transformación profunda de EE UU. El asesinato de Kennedy abortó su presidencia y nos cuestionamos lo que pudo haber sido un segundo mandato. En el caso de Obama, por diferentes motivos, sus promesas permanecen incumplidas. Los historiadores todavía no han dado su veredicto definitivo sobre la breve presidencia de JFK. Ni siquiera se atreve a hacerlo la directora del New York Times, Jill Abramson, quien en un largo artículo le llama el presidente “escurridizo”. La periodista se pregunta si fue un gran presidente, un temerario y encantador peso ligero o, todavía peor, el primero de nuestras celebridades en jefe.

Eisenhower, el presidente al que sucedió Kennedy, se despidió en enero de 1961, sorprendentemente para ser un militar de oficio, con un discurso en el que advirtió crípticamente contra el peligro para la democracia del creciente poder e influencia del complejo militar-industrial y su desbordamiento a la política. Cincuenta años después, el mundo asiste atónito al derrame de otro Estado dentro del Estado. El leviatán representado por el espionaje masivo facilitado por una tecnología puntera monopolizada por Estados Unidos, que le permite el control mundial de internet y la supresión de la privacidad, con la espúrea coartada de una guerra sin fin contra el terrorismo y la no declarada de mantener su supremacía económica, comercial y política.

Bien es cierto que las semillas de este Gran Hermano fueron ya sembradas en plena guerra fría con la creación de la CIA y luego de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA). Algo tan viejo como el mundo. “El Rey tiene noticia de todo lo que ellos pretenden, por la interceptación incluso de lo que sueñan” (William Shakeaspeare, Enrique V). Otro poder no elegido, el complejo económico-financiero, Wall Street, ya estaba presente en la época de Kennedy y ha cobrado mucho más peso como gobernante de la política. La puerta giratoria entre Wall Street y la Casa Blanca funciona también con Obama.

Cincuenta años después, cabe preguntarse ¿Qué puede hacer realmente un presidente, incluso gozando de una mayoría electoral clara? El presidente propone y el Congreso dispone. El actual destruye utilizando el no filibustero por principio a las propuestas procedentes de la Casa Blanca. En 1960 fue posible elegir a un presidente católico, el primero, y muy joven; Kennedy murió con 47 años sin superar el problema de la discriminación racial, que resolvió legalmente con la aprobación de la Ley de Derechos Civiles su sucesor, Lyndon Johnson.

Medio siglo después, los estadounidenses llevaron a la Casa Blanca, construida por esclavos negros, a un presidente afroamericano. Sin embargo, todavía hay color en EE UU aunque casi se haya cumplido el sueño de Martin Luther King. Solo un racismo residual puede explicar el profundo odio que suscitan Obama y sus políticas, por el miedo de una parte no desdeñable de la todavía, por poco, mayoría blanca anglosajona que ve como progresivamente se le escapa el control del país.

De un mundo bipolar, en blanco y negro, con un enemigo único, el comunismo, hemos pasado a otro multipolar y mestizo. Estados Unidos, debilitado por la crisis económica y fiscal, ya no es la superpotencia indiscutida, ni supone el ejemplo moral a seguir. Hace pocos amigos y pierde algunos que lo eran. No podemos asumir que el resto del mundo está a nuestro favor, admite Richard Haas, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores. La relación trasatlántica, clave en los años 60, cuando Kennedy se atrevía a decir en Berlín: “Yo soy un berlinés”, se difumina. Obama, el primer presidente del Pacífico, todavía no ha estado en Bruselas. No es extraño que la agencia oficial china Xinhua se cuestione que “quizás sea el momento adecuado para que un planeta aturdido comience a considerar construir un mundo desamericanizado”.

fgbasterra@gmail.com

El Pais (Es) (España)

 



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