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03/12/2013 | El Papa, el Estado y Venezuela

Mary Anastasia O'Grady

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, señaló en una ocasión que era discípulo de un reconocido gurú hindú. Pero al igual que su antecesor, el fallecido Hugo Chávez, a Maduro no le molesta hacerse pasar por un seguidor de la doctrina católica cuando le conviene.

 

En octubre, el mandatario apareció en público con un rosario en su cuello que, supuestamente, le había obsequiado el papa Francisco en Roma. Fue un gesto político para sugerir que su gobierno contaba con el beneplácito del Santo Padre. Puede que algunos venezolanos lo crean. El Papa se ha transformado, al igual que Maduro, en un crítico severo de la economía de libre mercado.

La semana pasada, el Pontífice ofreció razones para respaldar la aseveración de Maduro de que la tiranía del Estado tiene justificación moral al despotricar contra la libertad económica en su primera Exhortación Apostólica. Las políticas anti-mercado de Maduro están sumiendo a los venezolanos en una pobreza cada vez mayor. El Papa quiere un rol más preponderante para el Estado y hacer énfasis en la igualdad de resultados que esas políticas reflejan.

Maduro necesita un milagro. Venezuela celebra elecciones municipales el domingo 8 de diciembre en una votación que es considerada un referéndum sobre el liderazgo del mandatario. El gobierno tiene múltiples formas de hacer trampa pero, de todos modos, la oposición cree que tendrá un buen desempeño en las ciudades más grandes. Si está en lo cierto, podría haber señales de cambio. Ha trascendido, por ejemplo, que miembros de las Fuerzas Armadas que eran cercanos a Chávez, y resienten el estatus de civil de Maduro, están inquietos.

Para salvarse, en las últimas semanas, Maduro ha estado atacando a los importadores, minoristas y propietarios de inmuebles de alquiler venezolanos, argumentando que la inflación, que registró en octubre un alza interanual de 54%, es un síntoma de su codicia. Acusa al sector privado de estar en guerra contra el país y dice que su trabajo es defender a la clase trabajadora.

Después de una nueva ronda de controles de precios el mes pasado, los compradores dejaron vacías las tiendas de electrónicos y electrodomésticos. Las cadenas minoristas no pueden reemplazar los inventarios a precios rentables porque un dólar cuesta alrededor de 70 bolívares en el mercado negro. La tasa de cambio oficial de 6,3 bolívares por dólar no se puede conseguir.

Maduro tiene que echarle toda la culpa al mercado y el papa Francisco parece dispuesto a echarle una mano. En el documento difundido la semana pasada, el Pontífice reprendió a las personas que "todavía defienden las teorías del 'derrame', que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión en el mundo". Añadió que esta opinión no ha sido confirmada por los hechos y expresa "una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante".

Millones de los pobres y marginados del mundo que llegaron a suelo estadounidense en los siglos XIX y XX han sido testigos de la conclusión exactamente opuesta. A los inmigrantes que se dirigieron a la patria del Papa, Argentina, durante la misma época no les fue tan bien precisamente porque les tocó trabajar en una economía que no es muy distinta a la que el papa Francisco defiende.

Una fuerte injerencia del Estado generaría, supuestamente, justicia para los pobres en el granero de América del Sur. Las cosas, como todos sabemos, no salieron tan bien.

Ningún cristiano puede poner en duda el amor expresado en el mensaje del Papa, que busca alejar a su rebaño del materialismo. Pero la acusación de que la pobreza extrema en el mundo es consecuencia de "la autonomía absoluta de los mercados" ignora la realidad. No hay que olvidar que incluso las economías prósperas regulan los mercados. Pero quienes lo hacen en forma más sutil obtienen mejores resultados. La historia de la humanidad demuestra a las claras que cuando los hombres y mujeres, haciendo uso de su propia voluntad y de los talentos que Dios les dio, son capaces de innovar, producir, acumular capital y comerciar, incluso a los más débiles y vulnerables les va mejor.

En lugar de ello, el Papa señala que el Estado es "el encargado de velar por el bien común". ¿Por qué entonces los más pobres y desvalidos del mundo se concentran en lugares donde el Estado ha adquirido una injerencia preponderante en la economía, justificada con las mismas razones que expone el Pontífice?

El ejemplo más claro es Venezuela, cuyo caso es un manual de instrucciones sobre cómo aumentar la miseria humana. Ante la ausencia de competencia, el monopolio petrolero estatal es un nido de corrupción y una fuente de daño ambiental incalculable. El gasto chavista desenfrenado generó un déficit fiscal de 15% del Producto Interno Bruto el año pasado y el impulso de imprimir dinero para financiarlo. Entre las consecuencias no deseadas de los controles de precios figura la escasez, que estimula el acaparamiento para después hacer trueques. La provisión acumulada de papel higiénico, por ejemplo, puede ser intercambiada por aceite de cocina.

Los estados fronterizos sufren crisis de escasez de productos incluso más agudas, puesto que los artículos cuyos precios están controlados desaparecen rápidamente en dirección a Colombia. El caos nacional cultiva la envidia, el odio y la violencia.

Los venezolanos necesitan una autoridad moral que defienda sus derechos de administrar una empresa, ganarse la vida, ser propietarios y preservar el poder adquisitivo de sus ingresos. En suma, necesitan alguien que defienda un estado de derecho y que limite el poder del Estado sobre las personas. La Santa Iglesia debiera ser esa voz. Al ponerse del lado de Maduro, así sea de forma inadvertida, perjudica su propia causa en la región.

Este artículo fue publicado originalmente en The Wall Street Journal (EE.UU.) el 2 de diciembre de 2013.

El Cato (Estados Unidos)

 



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