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Dossier Francisco I  
 
22/12/2013 | Francisco - La revolución tranquila

José Manuel Vidal

El Papa sigue marcando su hoja de ruta para limpiar su propia casa vaticana, para que deje de ser "una aduana burocrática, controladora e inquisidora".

 

Tiene claro como no los quiere: Fuera los chismosos. Y también como deberían ser: "Santos, profesionales y servidores". Tres cualidades que van a marcar los nombres de los nuevos curiales de Francisco, la nueva hornada de altos, medios y bajos funcionarios de la maquinaria vaticana. Absténganse carreristas y cotillas.
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La primera cualidad, la de la santidad de vida, la marca el Papa como una meta o, mejor dicho, como un camino a recorrer. Hasta ahora ese proceso consistía, para muchos eclesiásticos arribistas, en la búsqueda incesante del 'cursus honorum'.

Subir en el escalafón, escalar peldaños hasta llegar a la mitra o a la birreta cardenalicia, sueño dorado de los trepas con sotana. Y hay muchos, porque la máxima tentación del clero es el poder.

Y para buscarlo disponen de mucho tiempo y muchas energías: no tienen mujer que cuidar ni familia que sostener. El celibato tiene sus inconvenientes, pero también sus ventajas en forma de tiempo disponible...para hacer el bien o buscar el mal. Y ya se sabe que "corruptio optimi pessima" (La corrupción de los mejores es la peor de todas).

El diablo tienta a muchos curas con el ídolo del poder. Para conseguirlo, se crean 'lobbys' o cordadas dentro de las curias diocesanas y, no digamos, de la Curia romana. Formar parte de un "partido" significa obedecer al jefe y conseguir la máxima cuota de poder para el grupo. Después, el líder se encargará de repartir las prebendas. Como en cualquier corte real o imperial de las de antaño. Como en cualquier burocracia de partido de los de hoy.

Con determinación, Francisco quiere acabar de raíz con la Iglesia del poder y reconvertirla en la Iglesia del servicio. Comenzó a hacerlo por la propia figura del Papado. Predicando con el ejemplo. Ahora lo hará con sus colaboradores más cercanos, a los que, amén de santos, los quiere adornados de profesionalidad y de capacidad de servicio.

Porque la santidad no está reñida con la profesionalidad, al contrario la potencia. El trabajo bien hecho, como dice el Opus Dei en su carisma, es obra de virtud. La Iglesia del siglo XXI necesita hombres preparados, técnicos cualificados, expertos en todos los ámbitos (incluidos el financiero, el político o el mediático). Profesionales cualificados y que, al mismo tiempo, rezumen evangelio. Que vengan a los aparatos curiales a servir y no a ser servidos y a servirse del cargo para medrar.

Y para que sus propósitos no se queden sólo en grandes palabras, el Papa concreta más. ¿En qué se les notará a los curiales profesionales-servidores que quieren discurrir por el camino de la santidad? En que tendrán que ser humildes y buenos colegas. Y ¿cómo se demuestra eso? Haciendo "objeción de conciencia a los chismorreos" y a las habladurías, el cáncer que corroe y envenena las relaciones entre los eclesiásticos. Uno de los grandes pecados del clero.

Ésos son los curiales que quiere el Papa, para que su Curia deje de ser "una aduana burocrática, controladora e inquisidora". Le queda tajo al Papa de la primavera. Los 'lobbys' no se lo pondrán fácil. Pero a Francisco, el barrendero de Dios, no le tiembla el pulso y sabe cuál es una de sus misiones: limpiar la Curia. ¡Qué cunda el ejemplo!

El Mundo (España)

 



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