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26/12/2013 | Francisco, el 'Papa de los pobres'

Irene Hdez. Velasco

El primer Pontífice latinoamericano cambia las formas para recuperar las esencias. Francisco, el Papa de los pobres, es el personaje del año 2013.

 

La limpieza de la Curia, el G-8, la comisión antipederastia y la auditoría del IOR sacuden los cimientos de la Iglesia.

Nueve meses, tan sólo nueve meses. Ese es el tiempo que ha pasado desde el pasado 13 de marzo, cuando un argentino sonriente se asomó al balcón de San Pedro y se presentó al mundo como el «Papa llegado del fin del mundo». La impresión extendida es que el tiempo transcurrido desde la elección de Francisco fuese infinitamente mayor. Si no resulta difícil de explicar cómo es posible que en únicamente nueve meses hayan cambiado tantas cosas... Porque en un tiempo absolutamente récord Francisco ha conseguido darle un buen lavado de cara a una Iglesia desprestigiada y en estado agonizante, modificar completamente su agenda y renovar la fe de millones de católicos de todo el mundo. Así como ganarse el respeto y la admiración de muchos ateos y personas que profesan otras religiones.

Sólo hay que ver el huracán de ilusión que ha desatado Bergoglio, y que se materializa en las multitudes que cada miércoles y cada domingo se adueñan de la Plaza de San Pedro para ver de cerca al Papa, para oír a Francisco. La cifra no suele bajar de las 150.000 personas, una cantidad que hasta hora en el Vaticano solamente se alcanzaba en grandes ocasiones. Por no hablar del furor que el Pontífice desata entre los no católicos, incluidos colectivos que tradicionalmente siempre se han distinguido por tener una relación muy conflictiva con la Santa Sede. Es el caso por ejemplo de la comunidad homosexual, que Francisco se ha metido en el bolsillo de tal manera que la revista The Advocation –la publicación de referencia de la comunidad gay y lesbiana estadounidense– ha decidido nombrarlo la persona más influyente de 2013. Sin duda las palabras del Papa pronunciadas en el vuelo que le llevó a Roma desde Río de Janeiro en julio pasado han hecho la diferencia: «¿Quién soy yo para juzgar a un gay?». Entre otras muchas cosas Francisco gusta porque en lugar de insistir en la doctrina moral de la Iglesia, que da por sabida, se centra en otras cuestiones. Porque se muestra absolutamente respetuoso con quienes son ateos, agnósticos o practican otras religiones. Porque se presenta a sí mismo como un pecador, como alguien que se encuentra al mismo nivel de los demás, y que también necesita que recen por él. Porque ha puesto en marcha una revolución de humildad y de austeridad en el Vaticano que está dejando boquiabierta al mundo. La prueba es el enorme espacio que los medios de comunicación de todo el mundo dedican a Francisco, el mayor que haya recibido nunca un Papa.

Porque en los nueve meses que lleva como Pontífice, Bergoglio ha dado el pistoletazo de salida a una batería de cambios, reformas concretas y tangibles que van mucho más allá de los «gestos» (cargados también de contenido) que sus detractores ultraconservadores se empeñan en minimizar calificándolos de meros golpes de efecto. El más importante cambio que está introduciendo Francisco es su concepción misma del papado: este Pontífice, que se empeña en seguir presentándose a si mismo como simple obispo de Roma, quiere una Iglesia más democrática, que en lugar de estar dirigida por una especie de monarca absoluto cuente para su gobierno con los obispos de todo el mundo. El primer paso en ese sentido ha sido crear el llamado G-8, una comisión formada por ocho cardenales de los cinco continentes para ayudar al Papa en la necesaria reforma de la Curia romana que se propone llevar cabo. La reforma de la Curia sin duda llevará tiempo. El cardenal hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga, coordinador del G-8, ya ha dicho que hay que tener paciencia. Pero la creación de una comisión de cardenales para que le eche una mano a Francisco en esa difícil misión ya es reveladora. Además, en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (La alegría de la Evangelio), el primer gran documento que lleva la firma de Francisco y donde el Papa argentino plasma su programa de Gobierno, también habla (entre otras muchas cosas) de la conversión del papado, de la descentralización y de una Iglesia en estado de misión permanente.

Pero tal vez los esfuerzos más importantes del Papa desde que ocupó la silla de Pedro han estado encaminados a tratar de llevar limpieza y transparencia a las polémicas finanzas vaticanas. En concreto al Instituto para las Obras de Religión (IOR), más conocido como el Banco Vaticano, desde hace tiempo bajo la sospecha de ser utilizado en operaciones de lavado de dinero. El Papa todavía se está planteando qué hacer con esta institución. «Sobre el futuro del IOR ya se verá», aseguraba Francisco recientemente en una entrevista a Andrea Tornielli, vaticanista de La Stampa. Mientras tanto ha puesto en marcha una comisión que está revisando todas las finanzas del Vaticano, a la que se suma una segunda comisión para aumentar los controles y evitar casos de corrupción como los que el Vatileaks, la filtración masiva de documentos reservados de la Santa Sede, sacó a la luz. Además, y siempre en nombre de la transparencia, Francisco ha encargado al grupo estadounidense Promontory y a Ernest Young que lleven a cabo una auditoría de las cuentas del Banco Vaticano. También ha pedido un informe de la Administración del Patrimonio de la Santa Sede y del Gobernatorio vaticano (el organismo encargado de la gestión financiera de la Santa Sede ). Por su parte, Moneyval, el organismo del Consejo de Europa que vigila si las medidas de un Estado contra el lavado de capitales y la financiación del terrorismo se ajustan a los criterios exigidos, ha sentenciado que el Vaticano está dando pasos adelante en el terreno de la transparencia y la lucha contra el blanqueo de dinero negro. Y si los casos de corrupción sacudieron el pontificado de Benedicto XVI, también lo hizo el escándalo de los abusos sexuales a menores a manos de sacerdotes. Aunque ya Ratzinger puso en marcha una política de «tolerancia cero», Francisco ha continuado su labor y ha decidido crear una comisión para proteger a los menores de posibles casos de pederastia y para ayudar a los que la han padecido. Fue precisamente el G-8 vaticano el que aconsejó al Papa la creación de dicho organismo, cuyas competencias concretas Francisco dará a conocer en breve mediante un documento específico.

"La primera reforma debe ser la de las actitudes. Los ministros del Evangelio deben dialogar"

Pero hay más. A finales de agosto el primer Pontífice jesuita nombró como nuevo secretario de Estado (el cargo más importante en el organigrama vaticano después del Papa) al italiano Pietro Parolin, ex nuncio en Venezuela y diplomático de gran prestigio, con quien se entiende muy bien porque ambos tienen un estilo parecido: ambos son sencillos, volcados en la misión pastoral y ajenos a las luchas de poder. Una elección que resulta especialmente importante a la vista de la gran misión que Francisco se propone llevar a cabo, y que consiste en una vuelta al mensaje esencial y primigenio del Evangelio. «Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes. Los ministros del Evangelio deben ser capaces de encender el corazón de las personas, caminar con ellas en la noche, de saber dialogar e incluso descender en su noche y su oscuridad sin perderse», aseguró Francisco en su larga entrevista a la revista de los jesuitas La Civiltà Cattolica. También en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium el Papa Francisco hace un llamamiento para recuperar el mensaje esencial del cristianismo, «la frescura original del Evangelio». Y eso, para Francisco, pasa indefectiblemente por volver a ser una Iglesia volcada en su vocación misionera, que no se «obsesione» con la doctrina moral y que se concentre en salir al encuentro de los pobres, los enfermos y los más desafortunados.

Palabra

  • - "¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!"
  • - "La actividad misionera representa el mayor desafío para la Iglesia"
  • - "Los evangelizadores tienen "olor a oveja" y éstas escuchan su voz"
  • - "Tenemos que decir no a una economía de la exclusión. Esa economía mata"

…De Bergoglio

  • - "Quiero en las diócesis; quiero que se salga afuera, que la Iglesia salga a las calles"
  • - "Tírense los platos, pero no dejen de perdonarse"
  • - "Soy un pecador en el que el Señor ha puesto sus ojos"
  • - "La Curia es vaticanocéntrica. No comparto esa visión y haré de todo para cambiarla"
  • - "Un buen cristiano no se lamenta, está siempre alegre"

LÍDER POR CERCANÍA

Por Antonio Spadaro*
Dialogar con Francisco ha sido para mí una enorme experiencia humana y espiritual. El Papa es «indisciplinado», como él mismo se define. Y así es también su discurso, que procede con un ritmo de oleadas progresivas. El Papa es un caos en calma, un volcán que con el magma de sus palabras abre pistas, sin intentar cerrarlas jamás. Precisamente ése es uno de los rasgos más interesantes de su Pontificado: el haber puesto encima de la mesa temas como la transformación misionera entendida como un hospital de campaña, el papel de la mujer allí donde se toman las decisiones importantes, la apertura a los sacramentos, la conversión del Papado...

Puertas abiertas para colocar a la Iglesia en actitud de discernimiento. El estilo de Francisco anima al debate, algo muy saludable para la Iglesia en este momento histórico. Bergoglio está convencido de que éste es un tiempo en el que el Espíritu sopla con fuerza, y es necesario encontrar nuevos caminos. Caminos que ni él conoce. A su juicio, sólo caminando se hace camino y, por lo tanto, hay que caminar sin mapas preparados. La gente lo escucha, lo sigue y lo ama. Y_creo firmemente que no es popular porque tenga las clásicas dotes de gran líder, sino porque se convierte en un instrumento sencillo para expresar y dar forma, incluso por medio de gestos, a lo que la gente desea en lo más profundo de su ser.

Es interesante comprobar que, en un momento en que la autoridad está en crisis a todos los niveles, Francisco haya sido capaz de encarnar una autoridad auténtica y reconocida por muchísima gente, creyente o no. ¿Cómo lo hace? Si la autoridad tiene en la distancia una de sus expresiones simbólicas más significativas, con Francisco es al contrario, la cercanía –a través de cartas o llamadas y abrazos– es la que le confieren la autoridad. El Papa ama el diálogo, pero no le basta una simple confrontación de ideas. Para él dialogar significa «hacer» juntos. De ahí que, por ejemplo, crea en la laicidad del Estado, porque así todas las fuerzas vivas de un pueblo, incluidas las religiosas, pueden colaborar para construir juntas la sociedad. El próximo año va a ser un tiempo de sacudida más que de cambios drásticos. Un tiempo de movimiento ondulatorio que ya está incidiendo sobre los equilibrios consolidados y las visiones habituales, preparando a la Iglesia para dejarse sorprender por Dios.

* Antonio Spadaro es director de la revista ‘Civiltà Cattolica’.





El Mundo (España)

 



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