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02/01/2014 | Enfrentamiento en Colombia

Edgar Giraldo Alzate

La arena política colombiana se parece cada vez más a un circo romano, donde una muchedumbre afiebrada vocifera para que lancen al procurador a los leones, mientras otra multitud igualmente escandalosa se desgañita llamando a los domadores para que eviten la masacre que se ve venir.

 

Los gladiadores son dos pesos pesados de la política. Gustavo Petro, el alcalde de Bogotá, quien está situado en la esquina izquierda, es un ex guerrillero, ex militante del M19, participó en la toma del Palacio de Justicia, tiene ganas de ser presidente, es un fogoso demagogo, y en concepto de muchos es el político más hábil que existe en el país.

El otro contrincante en un extremo de la esquina derecha, es el procurador Alejandro Ordóñez, fanático político religioso. Mantiene un altar con la Biblia y un rosario en su oficina, en su juventud quemaba libros heréticos y es enemigo declarado del matrimonio entre homosexuales. Ahora entronizado en el Olimpo de la moral pública, reparte dardos y centellas hasta el punto de haber destituido de un plumazo a casi 1,000 funcionarios públicos de todos los partidos. Ha sido un efectivo defensor del buen manejo de los dineros públicos y ha desmontado inmensos escándalos de corrupción. Sus fallos profundos y bien estudiados han sido aplaudidos por la sociedad y acatados por los implicados sin mayores problemas. Algunos han apelado las sentencias, como ocurre en todas las democracias con instituciones.

La razón del actual enfrentamiento es que el procurador destituyó a Petro, quien es un pésimo administrador, porque cuando manejaba la ciudad, esta se le salió de las manos al tratar de implementar un buen intencionado plan de recolección de basuras. Este proyecto desde un comienzo fue denunciado como inadecuado e improvisado por algunos concejales, por la veeduría distrital y por el ex gerente de la entidad encargada de llevar a cabo la tarea de limpieza. A pesar de todo, el alcalde siguió adelante con la absurda idea, la cual fue un completo fracaso y puso en riesgo la salud ciudadana. Vale la pena anotar que el burgomaestre en ningún momento ha sido acusado de delitos financieros y sus manos están limpias de robos, desfalcos o cosas parecidas. En términos generales la destitución se considera acertada y bien sustentada.

Ahora bien, ¿cuál es el problema? Pues que ambos personajes se pasaron de la raya. El procurador fue acertado en el despido del funcionario, pero fue excesivamente injusto al decretarle una muerte política inhabilitándolo durante quince años para ejercer cargos públicos.

El alcalde hábilmente ha presentado el caso a sus seguidores como un complot de la derecha para sustituirlo y colocar como reemplazo nada menos que a Francisco Santos, el primo del presidente. Petro no tuvo ningún recato en describir una supuesta reunión entre el procurador y Álvaro Uribe para tumbarlo.

Esta denuncia es absolutamente absurda y se cae por su propio peso, ya que el procurador también ha castigado con energía a muchos seguidores de Uribe y de Santos, lo cual demuestra que el fallo no tiene tintes revanchistas contra la izquierda.

Aquí, Petro al igual que Ordóñez también se extralimitó, pues en vez de acatar el fallo, llamó inmediatamente a la desobediencia civil, llenó las calles de manifestantes en protesta permanente y puso de presente que mentalmente sigue siendo un guerrillero, quien prefiere las vías de hecho a la legalidad.

Estas dos personalidades en conflicto van en contravía. Petro vocifera, arenga, grita, manipula emocionalmente a la multitud, se cree que está por encima de la ley, y es terco e impositivo. Posee un ego de tamaño cósmico y en una reciente entrevista a la BBC, se presentó como el primer retoño de la “primavera colombiana” que se estaba gestando. Cree que el Estado debe proveer los servicios públicos y desde este punto de vista, estuvo bien intencionado pues pretendía que el Distrito se enriqueciera con las basuras, y no lo hicieran los grandes contratistas privados. En el fondo él iba en contra de la ola de privatizaciones.

Posee un extraordinario olfato político, lo suficientemente elástico como para apoyar, retirar apoyos, unirse y desunirse a diversos movimientos políticos en el momento más oportuno, lo cual le ha permitido evadir a tiempo escándalos. Es socialista, pero no se acomoda en ningún grupo político, pues ha pertenecido a la Alianza Democrática M19, al Polo Democrático Alternativo, al Movimiento Progresista, y al Movimiento Vía Alterna. En una época se declaró admirador de Uribe, aunque lo combatió a muerte en el Congreso.

Por el contrario, Ordóñez es calmado, racional, habla pausadamente frente a los micrófonos, su voz es segura, invita a la reflexión, modula su voz e infunde respeto. Se dirige a la mente racional, invoca la moral, los principios y la ley. Defiende la libre inversión y considera que ir en contra de las privatizaciones interfiere con la libertad de empresa. Su pensamiento es una síntesis del Tea Party americano.

¿A dónde irá a parar este caos?

De acuerdo a los constitucionalistas, el único que puede destituir al alcalde de Bogotá es el propio presidente, a expresa petición del procurador. Esta destitución está jurídicamente bien sustentada y no tiene marcha atrás. Pero la inhabilidad sí tiene un carácter subjetivo y parecería que el castigo no debería aplicarse a una falta meramente disciplinaria como la de Petro.

Lo cierto del caso es que Ordóñez sin proponérselo convirtió a un “mal administrador” como Petro en mártir y perseguido por la oligarquía, lo cual ha disparado su popularidad. Para colmo de coincidencias el fallo se hizo público precisamente el día mundial de los derechos humanos, y para muchos destituir a un funcionario que ha sido elegido por votación a un cargo público, es en realidad una abierta violación del derecho fundamental de cualquier ciudadano de elegir y ser elegido.

Esta repentina resonancia del alcalde aparece en un momento en que la izquierda busca con desespero a un líder capaz de aglutinar las dispersas e indisciplinadas fuerzas socialistas, comunistas y guerrilleras que han visto la oportunidad de tomar el poder, ahora que la tradicional clase política del país, por primera vez en sesenta años, está fraccionada (Uribe-Santos) profundamente.

Por el momento, a causa de esta inhabilidad este nuevo líder no pudo ser el alcalde, perdiendo así una oportunidad que solo se presenta una vez en la vida.

Como se ve, este recurrente enfrentamiento entre la institucionalidad y la rebeldía, está de nuevo sobre la palestra nacional y no es más que la repetición del mismo esquema del proceso de paz de La Habana.

Analista político colombiano.

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 


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