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16/02/2014 | Cómo entrar en el tiempo y en el espacio de Dios

Sandro Magister

El Papa Francisco sorprende y rompe su silencio sobre la liturgia. "Es la nube de Dios que nos envuelve a todos", dice. E invoca una vuelta al verdadero sentido de lo sagrado.

 

Cincuenta años después de que fuera promulgado el documento del concilio Vaticano II sobre la liturgia, en el Vaticano se solemniza el hecho con un congreso de tres días en la pontificia universidad Lateranense, promovido por la congregación para el culto divino, los días 18 al 20 de este mes.

La liturgia no ha tenido, por ahora, un primer plano en la visión del Papa Francisco. En la larga entrevista–confesión a "La Civiltà Cattolica" del verano pasado, redujo la reforma litúrgica conciliar a una expeditiva definición: "un servicio al pueblo, releyendo el Evangelio a partir de una situación histórica concreta".

Ni una palabra más, a no ser para añadir "lo que considero preocupante  es el peligro de ideologización, de instrumentalización del Vetus Ordo".

Pero el lunes 10 de febrero, repentinamente, Jorge Mario Bergoglio ha roto el silencio y ha dedicado toda la homilía de la misa matutina en la capilla de Santa Marta a la liturgia, diciendo cosas que, desde que es Papa, no había dicho nunca anteriormente.

Esa mañana, en la misa se leía el primer libro de los Reyes, cuando durante el reino de Salomón la nube, la gloria divina, inundó el cielo y "el Señor decidió habitar en la nube".

Tomando como punto de partida esta "teofanía", el Papa Jorge Mario Bergoglio ha dicho que "en la liturgia eucarística Dios está presente" de manera aún "más cercana" que en la nube en el templo; la suya "es una presencia real".

Y ha continuado:

"Cuando hablo de liturgia me refiero principalmente a la santa misa. La misa no es una representación, es otra cosa. Es vivir otra vez la pasión y la muerte redentora del Señor. Es una teofanía: el Señor se hace presente en el altar para ser ofrecido al Padre para la salvación del mundo".

Más adelante el Papa ha dicho:

"La liturgia es tiempo de Dios y espacio de Dios, y nosotros debemos ponernos allí en el tiempo de Dios, en el espacio de Dios y no mirar el reloj. La liturgia es precisamente entrar en el misterio de Dios, dejarse llevar hacia el misterio y estar en el misterio. Es la nube de Dios que nos envuelve a todos".

Y recordando un hecho de su infancia:

"Recuerdo que cuando era niño, cuando nos preparaban para la primera comunión, nos hacían cantar: “'Oh santo altar, custodiado por los ángeles” y esto nos hacía entender que el altar estaba verdaderamente custodiado por los ángeles, nos daba el sentido de la gloria de Dios, del espacio de Dios, del tiempo de Dios".

Cerca ya de la conclusión, Francisco ha invitado a los presentes a "pedir hoy al Señor que de a todos este sentido de lo sagrado, este sentido que nos haga entender que una cosa es rezar en casa, rezar el rosario, rezar tantas bellas oraciones, hacer el via crucis, leer la Biblia, y otra cosa es la celebración eucarística. En la celebración entramos en el misterio de Dios, en ese camino que nosotros no podemos controlar. Él solo es el único, él es la gloria, él es la potencia. Pidamos esta gracia: que el Señor nos enseñe a entrar en el misterio de Dios".

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La homilía del Papa Francisco del 10 de febrero en la síntesis que ha dado de ella "L'Osservatore Romano":

> A messa senza orologio

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La constitución del concilio Vaticano II sobre la liturgia, el primer documento aprobado por esa asamblea:

> Sacrosanctum Concilium

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Y he aquí como habló de ella Benedicto XVI en el discurso improvisado al clero de Roma del 14 de febrero de 2013, hace exactamente un año:

"Tras la Primera Guerra Mundial, había ido creciendo precisamente en Europa Central y Occidental el movimiento litúrgico, un redescubrimiento de la riqueza y profundidad de la liturgia, que hasta entonces estaba casi encerrada en el Misal Romano del sacerdote, mientras que el pueblo rezaba con sus propios libros de oraciones, compuestos según el corazón de la gente; se trataba de este modo de traducir el alto contenido, el lenguaje elevado de la liturgia clásica, en palabras más emotivas, más cercanas al corazón del pueblo. Pero eran como dos liturgias paralelas: el sacerdote con los monaguillos, que celebraba la Misa según el Misal, y al mismo tiempo los laicos, que rezaban en la Misa con sus libros de oración, sabiendo básicamente lo que se hacía en el altar.

"Pero ahora se había redescubierto precisamente la belleza, la profundidad, la riqueza histórica, humana y espiritual del Misal, y la necesidad de que no fuera sólo un representante del pueblo, un pequeño monaguillo, el que dijera: 'Et cum spiritu tuo', sino que hubiera realmente un diálogo entre el sacerdote y el pueblo; que la liturgia del altar y la liturgia de la gente fuera realmente una única liturgia, una participación activa; que la riqueza llegara al pueblo. Y así la liturgia se ha redescubierto, se ha renovado.

"Ahora, en retrospectiva, creo que fue muy acertado comenzar por la liturgia. Así se manifiesta la primacía de Dios, la primacía de la adoración: 'Operi Dei nihil praeponatur'. Esta sentencia de la Regla de san Benito (cf. 43,3) aparece así como la suprema regla del Concilio. Alguno criticaba que el Concilio hablara de muchas cosas, pero no de Dios. Pero sí que habló de Dios. Y su primer y sustancial acto fue hablar de Dios y abrir a todos, al pueblo santo por entero, a la adoración de Dios en la celebración común de la liturgia del Cuerpo y la Sangre de Cristo. En este sentido, más allá de los aspectos prácticos que desaconsejaban iniciar de inmediato con temas polémicos, digamos que fue realmente providencial el que en los comienzos del Concilio estuviera la liturgia, estuviera Dios, estuviera la adoración. No quisiera entrar ahora en los detalles de la discusión, pero siempre vale la pena volver, más allá de las aplicaciones prácticas, al Concilio mismo, a su profundidad y a sus ideas esenciales.

"Diría que había varias: sobre todo el Misterio pascual como centro del ser cristiano, y por tanto de la vida cristiana, del año, del tiempo cristiano, expresado en el tiempo pascual y en el domingo, que siempre es el día de la Resurrección. Siempre recomenzamos nuestro tiempo con la Resurrección, con el encuentro con el Resucitado y, a partir del encuentro con el Resucitado, vamos al mundo. En este sentido, es una pena que actualmente el domingo se haya transformado en el fin de semana, cuando es la primera jornada, es el inicio; interiormente debemos tener presente esto: que es el inicio, el inicio de la Creación, el inicio de la recreación en la Iglesia, encuentro con el Creador y con Cristo Resucitado. También este doble contenido del domingo es importante: es el primer día, o sea, fiesta de la Creación: estamos en el fundamento de la Creación, creemos en el Dios Creador; y es encuentro con el Resucitado, que renueva la Creación; su verdadero objetivo es crear un mundo que sea respuesta al amor de Dios.

"También había algunos principios: la inteligibilidad, en lugar de quedar encerrados en una lengua desconocida, no hablada, y también la participación activa. Lamentablemente, estos principios también se han malentendido. Inteligibilidad no quiere decir banalidad, porque los grandes textos de la liturgia —aunque se hablen, gracias a Dios, en lengua materna— no son fácilmente inteligibles; necesitan una formación permanente del cristiano para que crezca y entre cada vez con mayor profundidad en el misterio y así pueda comprender. Y también la Palabra de Dios. Cuando pienso día tras día en la lectura del Antiguo Testamento, y también en la lectura de las epístolas paulinas, de los evangelios, ¿quién podría decir que entiende inmediatamente sólo porque está en su propia lengua? Sólo una formación permanente del corazón y de la mente puede realmente crear inteligibilidad y una participación que es más que una actividad exterior, que es un entrar de la persona, de mi ser, en la comunión de la Iglesia, y así en la comunión con Cristo".

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Traducción en español de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares, España.

Chiesa (Italia)

 



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