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17/02/2014 | Las pandillas que crecen

Sabina Covo

Parte de mi trabajo con la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano de Gabriel García Márquez hace un par de semanas tuvo que ver con entrar a favelas, o barrios de mínimos recursos en Latinoamérica, y documentar el catastrófico estado de vida de mucha gente.

 

Uno de los casos que más me impresionó tuvo que ver con un pandillero. Jean Carlo, un joven de 19 años, tiene una vida por delante, y sin embargo una premisa que repetía una y otra vez cuando habló conmigo… Lo único que quiere Jean Carlo hacer en la vida es “pelear”.

Hijo de una madre de escasos recursos, vendedora de comida frita, que además tiene otros 4 hijos de distintas edades y de diferentes padres, Jean Carlo tiene en sus ojos un tinte de esperanza aunque diga que no sabe nada de lo que quiere en la vida. Vive en el barrio Nelson Mandela, un lugar creado a partir de los desplazados de la violencia colombiana en Cartagena, una ciudad que como parte de nuestra Latinoamérica, es el emblema de dos mundos: uno rico y lujoso, otro pobre y miserable (al menos materialmente).

Jean Carlo también me cuenta que no quiere que sus hermanos sean como él, pero que cuando pelea se siente feliz. Tira piedras para proteger su barrio, dice. Algunos vecinos narran que compañeros y enemigos, por igual, lo acusan en algunos casos de ladrón y drogadicto. Jean Carlo lo niega. Luego de pasar varios días hablando con él finalmente me confesó que no solo usan piedras, también usan cuchillos. “Pero nunca contra la gente de su barrio”. Tiene un pequeño hijo de dos años pero asegura que no quiere seguir procreando. “¿Para qué?”, dice.

El problema con las pandillas en Latinoamérica y Estados Unidos es creciente. Usualmente y según estadísticas tiene que ver con la indiferencia que sienten jóvenes al crecer, y que luego que cumplen 18 años, deciden entrar en grupos organizados en los que el delito prima como el mayor proveedor de felicidad y satisfacción. La diferencia entre las pandillas latinoamericanas y estadounidenses se encuentra en el financiamiento, siendo Estados Unidos más rico económicamente, los delitos varían. Las condiciones de vida también. Sin embargo hay un común denominador: el dolor de las madres de los pandilleros.

La madre de Jean Carlo me contaba que muchas veces recibía golpes en la puerta de la humilde vivienda en la que reside con sus hijos, de gente que decía que venía a matarlo. Porque le robó un celular a alguien, u otra cosa, pero que ella lo defendía siempre y lo ocultaba. Ella es madre; como parte de la entrevista me retó al preguntarme: “Usted es madre, ¿qué haría usted? Yo no voy a dejar que me lo maten”. Mueren millones de personas producto de la violencia en toda América Latina.

El fenómeno de las pandillas no es exclusivo de un sector ni de un grupo demográfico. En Estados Unidos, por ejemplo, la organización gubernamental National Gang Center saca periódicamente estadísticas que muestran un panorama preocupante para nuestra juventud y sobre todo entre los hispanos y afroamericanos. Según estadísticas del 2011, 45.5 por ciento de los jóvenes involucrados en pandillas en ciudades grandes son hispanos, un 39% son negros, y un 9.7% son blancos, el resto otras etnias. Decía esta semana un colega mientras grabábamos un programa de televisión, que de pronto había que volver a la familia extendida, donde la abuelita, los tíos y los primos, todos estaban unidos pendientes de lo que hacían los jóvenes. Obviamente el fenómeno es más complejo. Pero ese podría ser el inicio de una solución.

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 



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