Inepto, escandalosamente grotesco, el improvisado presidente Nicolás Maduro profundiza los desastres legados por el extinto Hugo Chávez. Arrastra a la Venezuela Bolivariana hacia el dilatado calvario que avergonzaría hasta la memoria de Simón Bolívar.
Arrastra además, por si no bastara, a las presidentas Dilma y
Cristina hacia la indignidad geopolítica. Y permite que Obama, gratuitamente,
se consolide como un sólido estadista que llama a la racionalidad del diálogo
tan imposible como la sensatez.
Lo que se subraya es la inadmisible
falta de liderazgo en el subcontinente.
Ni Brasil ni Argentina asumen el peso de
su historia.
Tanto Dilma como Cristina se extravían
al confundir el sentido de la solidaridad política. Ambas, con su distante
complacencia, se inmolan en la peor complicidad.
Maduro impone la dinámica represiva que
es lícita consecuencia de su mala praxis. Pero complementado por un discurso de
encendida condena hacia los fascistas imaginarios que sólo despierta compasión.
Y una misericordia intelectual que acentúa también las falencias alarmantes de
los instrumentos continentales de cooperación multilateral. Muestran que Unasur
es apenas el gran invento propagandístico que no sirve para nada. Y que incluso
supera, en materia de insignificancia, a la OEA.
Debe tenerse en cuenta que por aquella
payasada equivocada del avión del Evo que nadie desvió, los emocionados
mandatarios del subcontinente se auto-convocaron, en su oportunidad, para una
cumbre retóricamente inflamada de la Unasur. A los efectos de ensayar un
antimperialismo de utilería oral que remitía a la adolescencia ideológica
destinada al consumo interno.
No es fascismo, Maduro, es hartazgoHoy,
en cambio, al optar -ante las imposturas de Maduro- por la conveniencia del
silencio, los mandatarios confirman que dejaron de sobreactuar el redituable
patriotismo. En adelante son, también, cómplices.
En su magnífica impotencia, Maduro y los
bolivarianos movilizados caen en las barbaridades de manual. Las que supieron
aplicar los dictadores árabes que parecen, en el fondo, inspirarlo. Los que
culparon de sus males y fracasos a la cadena Al Jazeera, del siempre sospechado
Qatar.
Para algarabía de los pintorescos
bolivarianos con cascos rojos, Maduro prefiere emprenderla contra la CNN.
Aunque si se la compara con el tratamiento informativo de Telesur, debe
destacarse a la CNN como el máximo ejemplo de objetividad.
El chavismo póstumo y el
hartazgo
No es fascismo, Maduro, es
hartazgoCuesta asegurar, a esta altura, la estabilidad del insolvente chavismo
póstumo.
Sin la fraseología, sin la audacia, sin
sobre todo la astucia inteligente del animador principal que condujo la
debacle, y en medio del descalabro económico que agrava la dimensión del
fracaso, ningún Maduro ni Diosdado podrá sostenerse al frente del gobierno (si
aún se lo puede llamar así).
El 2019 está mucho más allá de la
posteridad. Y la estabilidad bolivariana no peligra porque el colectivo
revolucionario se encuentre hostigado por una tenebrosa banda armada de
fascistas financiados por Washington, como no para de comunicarse en Telesur.
Si la estabilidad del chavismo póstumo
peligra es por el colapso fatal de la falta de estrategia económica que condujo
al desabastecimiento. Hacia el rencor de la división, la corruptela
desenfrenada, el desperdicio de la riqueza dilapidada y la inseguridad que
rebela.
Si el chavismo póstumo se pulveriza es
por el hartazgo de su sociedad.
Entonces no es fascismo, Maduro, es
hartazgo.
Como variable, hasta aquí, el hartazgo
no fue computado en el análisis político.
En adelante los aventureros que accedan
al poder en el subcontinente tendrán que contemplar la variable concreta del
hartazgo. El cansancio moral de los ciudadanos que sin más nada para perder
deciden salir directamente a la calle. Con una cacerola o un insulto. Es el
escenario moderno de la batalla, que enriquecen las redes sociales y
multiplican los medios de comunicación.
No es fascismo, Maduro, es hartazgoLa
legitimidad del acceso al poder debe cotejarse cotidianamente, con la
legitimidad para justificar la permanencia. Sin producir el previsible
agotamiento de “la sociedad harta que espera” (cliquear). Sin canales de
representación. Ante la insuficiencia de una oposición que no puede aprovechar
la potencia de la multitud que oposita.
Vaya
entonces, como principio ético, la solidaridad con los hartos de la Venezuela
Bolivariana que agoniza.