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23/02/2014 | ¿Primavera en Caracas?

Ariel Hidalgo

“Insurrección pacífica progresiva”, lo denomina un diplomático anteriormente destacado en Venezuela, mientras que el presidente de ese país, Nicolás Maduro, lo llama “golpe de estado en desarrollo”.

 

Son dos definiciones para interpretaciones diferentes sobre lo que está ocurriendo actualmente en ese país: el vuelco de los estudiantes a las calles para retar al régimen de Maduro, quien ha acusado a dirigentes de la oposición y a diplomáticos norteamericanos de haber promovido las manifestaciones.

Pero lo cierto es que las protestas brotaron espontáneamente de los estudiantes a través de las redes sociales, sin una cabeza visible –como en el caso de la primavera egipcia que derrocara al dictador Mubarak–, incluso lejos de Caracas, en la Universidad de San Cristóbal, próxima a la frontera colombiana y fue después que líderes de la oposición decidieron apoyarlas. ¿Un golpe de estado realizado por estudiantes cuyas acciones, salvo pocos casos aislados, han sido pacíficas? Contradictoriamente los principales actos de violencia han sido perpetrados por elementos progubernamentales, como lo ha demostrado hasta la saciedad el cúmulo de grabaciones realizadas principalmente con celulares de los propios manifestantes, hasta el punto de que el propio Maduro públicamente ha tenido que reconocer de hecho la responsabilidad de partidarios suyos, a los cuales descalificó.

Por otra parte, ¿se trata de atentar contra la democracia impidiendo que un gobierno electo en las urnas pueda terminar el período establecido por la ley electoral, o de una insurrección justificada contra una dictadura? ¿Es realmente una dictadura? Recordemos que Maduro ocupó ese cargo por vías inconstitucionales, porque el presidente electo había muerto sin llegar a juramentarse en el cargo, y según el artículo 233 Maduro no podía ocuparlo durante el segundo proceso electoral donde presuntamente fue elegido, porque “el vicepresidente en el ejercicio de su cargo no puede presentarse en las elecciones”. La presidencia temporal le correspondía al Presidente de la Asamblea Nacional. Pero además, su elección fue muy cuestionada con serias alegaciones de fraude electoral que él mismo hizo creíbles al negarse a un recuento de votos productos de unas elecciones muy reñidas. A todo lo anterior se unió una política arbitraria de mordazas, actos violentos, escándalos de corrupción, desabastecimiento, aumento de la criminalidad y medidas económicas que lejos de atenuar la crisis, la agudizaban. Todos estos elementos radicalizaron el proceso de la rebeldía ciudadana iniciada por el estudiantado, algo que, a su vez, provocó la discordancia dentro del liderato opositor.

En las actuales circunstancias es posible hacer ya un balance de los cambios producidos por estas jornadas en el escenario político venezolano. En primer lugar es muy evidente que se ha producido un cambio de liderato en la oposición venezolana. Capriles, al oponerse inicialmente en nombre de la vía electoralista, a la nueva estrategia que las circunstancias imponían, quedó detrás de las posiciones de vanguardia, mientras que Leopoldo López, quien había sido jefe de la campaña de Capriles en el 2012, supo calibrar la situación más certeramente y ganarse las simpatías y el apoyo de amplios sectores populares.

Pero también es evidente que esa oposición ha escalado un nivel aparentemente irreversible y el gobierno de Maduro parece tener los días contados, aunque no así el chavismo, que permanecerá, si no como gobierno, al menos como una oposición alimentada por una leyenda. Muchos, sobre todo los más pobres, seguirán recordando los tiempos del chavismo del Chávez vivo, como días gloriosos.

Chávez murió oportunamente a tiempo para mantenerse ante ellos idealizado, sin las máculas de la responsabilidad del desastre económico derivado inexorablemente de su desacertada política populista. Y la actual oposición, como gobierno, podrá mantener a raya a los actuales dirigentes chavistas, incluso evitar que un posible golpe militar escamotee la victoria popular, pero no a ese fantasma que le obligará a adoptar o a mantener algunas de sus reformas sociales.

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 



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