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20/06/2006 | El choque de civilizaciones

Dominique Moisi

Vivimos en un mundo secular donde la libre expresión fácilmente puede convertirse en una mofa insensible e irresponsable, mientras otros ven a la religión como su objetivo supremo, si no como su última esperanza. Lo han intentado todo, del nacionalismo al regionalismo, del comunismo al capitalismo. Ya que todo ha fallado, ¿por qué no darle una oportunidad a Dios?

 

Puede que la globalización no haya creado estos niveles de conflicto, pero los ha acelerado al hacer más visibles y palpables las diferencias. En nuestra era globalizada, hemos perdido el privilegio (y, paradójicamente, la virtud) de la ignorancia. Todos vemos cómo se sienten y reaccionan los demás, pero sin las herramientas históricas y culturales mínimas para descifrar esas reacciones. La globalización ha allanado el camino a un mundo dominado por la dictadura de las emociones... y de la ignorancia.

Este choque de emociones se exacerba en el caso del islam. En el mundo árabe en particular, el islam está dominado por una cultura de la humillación sentida por pueblos y naciones que se consideran los principales perdedores y las peores víctimas de un sistema internacional nuevo e injusto. Desde ese punto de vista, el conflicto entre Israel y Palestina es ejemplo emblemático. Se ha convertido en una obsesión.

No es tanto que a árabes y musulmanes les importen demasiado los palestinos. Por el contrario, durante décadas el mundo islámico los dejó a su suerte y sin un apoyo real. En realidad, para ellos el conflicto ha llegado a simbolizar la perpetuación anacrónica de un orden colonial injusto, representando su malestar político y encarnando su sensación de imposibilidad de ser dueños de su propio destino.

A los ojos de los árabes (y algunos otros musulmanes), la fortaleza y resistencia de Israel es consecuencia directa de sus propias debilidades, divisiones y corrupción. Es posible que la mayoría de los árabes no apoyen a Al-Qaeda, pero tampoco se le oponen con toda el alma. En lugar de ello, existe la tentación de ver a Osama bin Laden como una especie de Robin Hood violento, cuyas acciones, si bien imposibles de apoyar oficialmente, les han ayudado a recuperar una sensación de orgullo y dignidad como árabes.

Quizás en esto radica el verdadero choque de civilizaciones: el conflicto entre la cultura europea del temor y la cultura de la humillación musulmana y -en particular- árabe. Sería peligroso subestimar la profundidad de una división emocional tan vasta, y reconocer su existencia es el primer paso para superarla. No obstante, eso será difícil, ya que trascender el choque emocional de civilizaciones presupone una apertura al "otro" que ningún bando parece todavía dispuesto a emprender.

Profesor en el Colegio de Europa en Varsovia

© Project Syndicate

El Universal (Mexico)

 



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