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25/05/2014 | Así son los candidatos a la presidencia en Colombia: políglotas, experimentados y preparados

Salud Hernández-Mora



  • Juan Manuel Santos necesita ganar para sellar un acuerdo con las FARC


  • Óscar Iván Zuluaga tiene por donde crecer porque el 30% de la población no le conoce


  • Marta Lucía Ramírez, una mujer perfeccionistas que está encima de todo


  • Clara López Obregon salvará la cara con sus propuestas estructuradas y nítidas


  • Enrique Peñalosa es un hombre visionario con fama de buen administrador


 

No es fácil encontrar en otro país latinoamericano una baraja de aspirantes presidenciales con una formación tan sólida.  Los cinco que luchan por ganar el 25 de mayo pueden exhibir algún titulo universitario, si no varios, de un centro extranjero, hablan uno o dos idiomas, y ninguno ha hecho de la política su única profesión. Con independencia de los errores o aciertos que cada cual haya cometido en su gestión de gobierno, sea como Presidente, ministro, alcalde o un alto cargo, nadie puede negarles una buena preparación de partida. De hecho, casi todos obtuvieron buenas calificaciones cuando ocupaban sus puestos.

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Juan Manuel Santos

Conoció desde niño el brillo del poder. Hijo de una familia de la oligarquía bogotana, descendiente de Presidente y propietaria del periódico más influyente del país, Juan Manuel Santos, 63 años, se acostumbró a convivir en los salones alfombrados con los políticos y empresarios que manejaban el país.

Pronto soñó con ocupar la Jefatura de Estado y preparó su vida para lograrlo. Disciplinado, frío, calculador, distante, empedernido jugador de póker, pasó por las Universidades de Kansas, London School of Economics y de manera fugaz por Harvard. Con su título de Economía y Administración de Empresas bajo el brazo, le dieron un alto puesto directivo en la entonces potente Federación de Cafeteros de su país en Londres, donde permaneció nueve años.

Regresó a Colombia para entrar por arriba, como siempre hizo a lo largo de su vida, a la siguiente empresa. A diferencia de sus primos y un hermano, que fueron subiendo peldaños en la redacción de 'El Tiempo', a Juan Manuel le dieron la Subdirección y una columna de opinión. A la vieja usanza del siglo XIX y principios del XX, utilizó la plataforma mediática para empezar a tejer una telaraña de relaciones que le condujeran algún día a Casa Nariño. A la hora de la foto, Juan Manuel siempre aparece", escriben sobre él en el libro 'Los suspirantes'.

En 1991 consiguió que César Gaviria le nombrara ministro en el recién estrenado Ministerio de Comercio Exterior. La cartera la había creado Marta Lucía Ramírez, una de sus rivales ahora, y esperaba que la nombraran a ella. Pero Santos maniobró y se la quedó. A Ramírez le dejaron el puesto de viceministra de consolación.

También fue el Designado a la Presidencia por el Partido Liberal, un cargo ya desaparecido, que se daba a dedo, y que significaba ser el vicepresidente con la sola misión de sustituir al Jefe de Estado por causa mayor y ponerse primero en la fila de su partido, entonces el Liberal, para ser el siguiente candidato, algo que no sucedió. Años después, el conservador Andrés Pastrana le escogió como su ministro de Hacienda.

En los periodos en blanco, recababa en su Fundación Buen Gobierno, donde pedía que le llamaran Presidente, y le servía de refugio para el asalto final. Esa última batalla llegaría de la mano de Álvaro Uribe, rival de Pastrana. Le otorgó la cartera más preciada en su Administración: Ministerio de Defensa, quizá la mejor apuesta que nunca hiciera Santos para coronar su sempiterna aspiración.

Abandonó a los liberales y con Oscar Iván Zuloaga, su principal opositor en estas elecciones, fundó el Partido de la U, a imagen y semejanza de Uribe. Entretanto, aguardaba pacientemente, a la sombra del Presidente, a que la Corte Constitucional no permitiera su segunda reelección. Cuando el fallo se produjo, Santos se postuló como su único y leal sucesor.

Político hábil, pero sin carisma y mal orador, casado con María Clemencia Rodríguez y padre de tres hijos, barrió en los comicios del 2010 gracias al activo respaldo de Álvaro Uribe, el mandatario más popular de la Historia colombiana. Pero en el mismo discurso de toma de posesión marcó claras distancias con su antecesor. Diferencias que con el paso del tiempo se transformarían en abismos infranqueables. De aliados, pasaron a enemigos irreconciliables y así siguen.

Al asumir la presidencia, Juan Manuel Santos, que cuenta con el apoyo del 80 por ciento de las Cámaras Legislativas, se propuso sacar a delante lo que llamó las locomotoras del progreso, pero a adía de hoy ninguna ha salido de la estación. Tampoco luchó contra la corrupción, sino que promovió el reparto de contratos y burocracia entre la politiquería. De ahí que su carta vencedora, la que espera rompa la tendencia de dos tercios de la población que no quieren verle de nuevo en el sillón presidencial, sea el proceso de paz con las Farc.

Sus detractores insisten en que solo persigue el Premio Nobel de Paz, y sus amigos, que siempre abrazó la salida política, aunque en su anterior campaña alardeaba de sus triunfos militares. En todo caso, Santos necesita otro periodo para sellar un acuerdo con la banda terrorista; si no, será otro el que acuda a Oslo a recibir el galardón.

 

Óscar Iván Zuluaga

Hombre firme, sereno, conciliador, de espíritu conservador, ha ambicionado ser Presidente toda su vida, tanto como Juan Manuel Santos, pero siguió una ruta distinta para arribar a Casa Nariño.

Nació hace 55 años en el seno de una familia burguesa de Pensilvania, Caldas, en el llamado Eje Cafetero, que compartía con otros parientes la propiedad de una acería importante. Cuando contaba seis años de edad, sus padres se trasladaron a Bogotá, donde se graduaría de manera brillante como Economista. Luego estudió un máster en Inglaterra y de ahí en adelante, a lo largo de los años, alternaría el trabajo en empresa familiar con la política, una pasión que le contagió Luis Alfonso Hoyos, íntimo amigo de Pensilvania.

Comenzó su escalada como concejal, fue alcalde de su pueblo, donde realizó una notable labor que mereció el reconocimiento del Banco Mundial, congresista y senador.

En todos los pasos que iba dando en su vida pública, implicaba a su mujer, Martha Ligia Martínez, una barranquillera con la que lleva un cuarto de siglo casado, y sus tres hijos cuando tuvieron edad.

A Álvaro Uribe le conoció de gobernador de Antioquia y le invitaba a sus consejos de seguridad. Zuluaga representaba a una asociación de ex alcaldes y el Frente 47 de las Farc golpeaba por igual a Caldas y a Antioquia. Enseguida establecieron una cercanía que se estrechó a raíz de la llegada de Uribe a la presidencia. Fue su ministro de Hacienda en el segundo mandato, tras concluir su periodo legislativo como senador.

Al acabar el gobierno y empezar la guerra abierta entre Uribe y Santos, tomó partido por el primero, decidido ya a ser su candidato en la contienda electoral el 2014 con el recién creado Centro Democrático. Durante meses ha tenido que soportar todo tipo de improperios, tanto por su físico poco agraciado como porque los anti uribistas le consideran un títere del ex Presidente, una suerte de Medvedez en manos de Putin.

Nunca ha renegado de Uribe, le respeta y defiende, sabe que le necesita para ganar pero insiste en que tiene personalidad propia, mano firme y una trayectoria coherente donde ha probado que hace bien las cosas. En su fuero íntimo, no obstante, alguna vez se planteará que su reto consiste en contar con Uribe sin que su alargada sombra le aplaste.

En los últimos días, su fama de hombre recto y serio se ha visto empañada por el escándalo del hacker. Unos medios de comunicación difundieron un vídeo donde se le veía reunido con Andrés Sepúlveda, el responsable de dirigir todo lo relativo a las redes sociales en su campaña. La grabación sugería, además, que el candidato uribista aceptaba el juego sucio que le proponía Sepúlveda, para desacreditar a Santos.

La Fiscalía detuvo al  supuesto hacker, acusándole de boicotear el proceso de paz interceptando correos electrónicos de delegados del gobierno y las Farc en Cuba. Zuluaga aseguró al principio que no le conocía y debió admitir más tarde que sí, aunque alegó que le habían infiltrado su campaña y que todo es un montaje.

Frente a Santos, Zuluaga tenía por donde crecer puesto que más de un 30 por ciento de la población no le conoce. No parece probable que por el escándalo del hacker le castigue el electorado uribista o se le escape el segundo lugar, pero el indeciso que empezaba a inclinarse hacia él, puede quedarse en casa.

Marta Lucía Ramírez

Intensa. Durante años, fue quizá la palabra que mejor resumía lo que en lo programas de humor decían de Marta Lucía Ramírez, de 59 años. Una mujer perfeccionista, que está encima de todo, y que te propinaba una conferencia para responder una simple pregunta. Al margen de las risas que provocaban las imitaciones, pocos dudaban en agregarle otras características a una mujer de carácter fuerte: trabajadora, coherente, honesta, preparada.

Natural de Bogotá, de clase media, casada con su novio de siempre y madre de una chica tan juiciosa como ella, presume de ser el claro ejemplo de que con esfuerzo y determinación, cualquiera puede llegar lejos.

A los dieciséis años empezó Derecho. Como era atractiva, para ayudar a pagar la matrícula de la Universidad privada, hizo anuncios de productos de belleza. Le pidieron que siguiera esa senda, que se presentara al concurso de Miss Bogotá, pero ella miraba otros horizontes, entre ellos el de ser la primera Presidenta de Colombia, y rechazó la oferta.

Hasta acabar la carrera, compatibilizó los estudios con distintos trabajos, dejando siempre una estela de eficiencia. Ocupó diferentes cargos en empresas privadas, realizó distintos cursos para especializarse en distintas áreas, incluido uno Harvard, y aterrizó en el sector público en 1990, bajo el gobierno de César Gaviria. Directora del Instituto de Comercio Exterior, lo transformó en Ministerio para impulsar las exportaciones, y cuando esperaba dirigirlo, se le atravesó Juan Manuel Santos y le ganó la cartera.

Tragó saliva, agachó la cabeza, aceptó el viceministerio y esperó mejores tiempos. Llegaron una década más tarde. Andrés Pastrana le ofreció el ministerio. Lo hizo bien y salió para la embajada en Francia. Corría el año 2002 y fue Álvaro Uribe, el que le pidió que se convirtiera en la primera mujer en ser Ministra de Defensa. Aceptó el reto, pero año y medio más tarde debió marcharse porque los altos mandos no aceptaron su interés por meterse en todo, en lo concerniente a los operativos militares y en las contrataciones y otros fondos. Volvió al sector privado por poco tiempo. En el 2006 salió elegida senadora, se retiró antes de los cuatro años y hace más de uno anunció que sería candidata a la presidencia con el Partido Conservador.

No la tomaron en serio, incluso algunos la vieron con reticencia, porque en esos momentos el gobierno de Juan Manuel Santos les tenía bajo su regazo, dándoles cargos y contratos. La mitad del partido, sobre todo las bases, apoyaron su aspiración, y cuatro meses antes de los comicios, en contra de los barones tradicionales, consiguió que la eligieran como candidata conservadora.

Más tarde vendrían las maniobras sospechosas de la Corte Electoral y sus opositores, para intentar anular su elección. No lo lograron pero retardaron su campaña hasta abril. Desde entonces, no ha dejado de recorre el país.

En encuestas internas va repuntando porque ha sido muy buena en los debates. De ahí a dar la sorpresa, hay un trecho y quizá no le alcance, pero su futuro dependerá en buena medida del caudal de votos que recoja el 25. Si no consigue pasar a la segunda ronda, es casi seguro que se unirá a Zuluaga.   

 

Clara López Obregón

Sus dos apellidos le proporcionaron una infancia entre algodones y una educación esmerada. Dos Presidentes intelectuales y respetados por el lado paterno, y una de las fortunas más grandes del momento, por el materno. Bachiller en Washington, graduada de Economía magna cum laude en Harvard. A los 46 años agregó Derecho a su bagaje académico y ahora realiza un doctorado en la Universidad española de Salamanca.

Joven inquieta, sensible a los problemas sociales que le rodeaban, buscó en los partidos de izquierda y en los movimientos juveniles de los 60, opuestos a las dictaduras militares que proliferaban en buena parte de América Latina y al imperialismo norteamericano, las salidas que soñaba.

En 1974, con solo 24 años, al volver de Harvard, entró a trabajar como secretaria económica de su tío el Presidente Alfonso López Michelsen. En 1981 la nombraron a la cabeza de la Contraloría de Bogotá, una suerte de Tribunal de Cuentas. Un lustro más tarde, siendo concejal, dejó el partido de Luis Carlos Galán y se incorporó a la Unión Patriótica que acaban de formar las Farc. Era el resultado de uno de tantos intentos fallidos de acabar el conflicto armado por la vía pacífica. El naciente partido fue exterminado por distintas fuerzas oscuras, y Clara, como muchos de sus integrantes, debió refugiarse en el extranjero. Panamá y Venezuela fueron sus escalas antes de regresar a Colombia.

En el 2003 fue nombrada Auditora General y dos años después se incorporó al Polo Democrático, el partido que agrupa distintas tendencias izquierdistas. Con esa bandera, ganaron el ayuntamiento de Bogotá y ella fue nombrada Secretaria de Gobierno. Año y medio después, dejó el cargo para ser la candidata a Vicepresidente de Gustavo Petro, que obtuvo un decoroso cuarto puesto.

Pero su salto a la popularidad, su fama de gestora eficaz, lo labró en solo seis meses. En el 2011, Santos la escogió para que terminara el periodo del alcalde Samuel Moreno, destituido por corrupción. Clara López dio la sensación de que hizo mucho más en medio año que otros alcaldes en cuatro años.

En el 2013 le detectaron un tumor cerebral. Se lo extirparon y en cuanto se recuperó, volvió al ruedo electoral con idéntica fuerza. Casada con Carlos Romero, un activo militante de izquierda, de origen humilde, que pasó en su juventud por la cárcel por sus ideas, no tienen hijos de ambos, pero ella amadrinó los cuatro de él de relaciones anteriores.

No conseguirá un resultado abultado, porque en Colombia, mientras las guerrillas sean una pesadilla, la izquierda no ganará una elección presidencial. Pero a sus 64 años, Clara López salvará la cara con sus propuestas estructuradas y nítidas, su oratoria pausada y firme, y su apariencia de mujer cercana.

 

Enrique Peñalosa

Quizá sea la primera y última vez que dispute la batalla electoral para enfundarse la banda presidencial. Lo suyo, definitivamente, no son las campañas. El ex alcalde de Bogotá, de 59 años, un hombre visionario, con fama de buen administrador, capaz de darle un vuelco a una ciudad caótica como era la capital, no sabe entusiasmar a la gente. Y como no tiene partido fuerte que le respalde, incluso una parte del suyo le dejó por cobijarse bajo el ala generosa del Presidente, pudiera terminar en el cuarto o quinto puesto.

Pese a su discurso riguroso, ausente de todo matiz populista, asegura que no es un tecnócrata sino un político, la única diferencia con la casta que crece en los partidos, es que se gana la vida en la empresa privada, no espera a que le llueva un cargo para mantenerse. Es más, hasta la fecha al menos, puede alardear de rechazar los ministerios que le ofrecen.

Peñalosa proviene de una familia bogotana pudiente. Su padre fue ministro de Agricultura y embajador ante la ONU. Él nació en Washington, pero a los 21 años renunció a la nacionalidad norteamericana porque tenía claro que su destino estaba en Colombia.

Economista por la Universidad de Duke y con un doctorado de la Universidad de París, su pasión es soñar con transformar urbes y países en lugares donde sus habitantes puedan ser felices, sin apenas tráfico, con un transporte público limpio y rápido, aceras grandes, bicicletas por millones y las mismas oportunidades para todos.

En 1998, a golpe de panfleto que repartía por las calles, logró ganar las elecciones al ayuntamiento de Bogotá. No aceptó el apoyo de los partidos tradicionales porque no quería quedar atado a la politiquería. Por su forma de ser algo distante, por su incapacidad de escuchar a otros cuando está convencido de que sabe lo que quiere, le impusieron el sello de arrogante.

Con todo, cuando acabó su administración, tenía el 80 por ciento de aprobación popular. Pudo entonces aspirar a la presidencia, pero dejó pasar la oportunidad para trabajar en su firma de asesoría y dedicar tiempo a sus tres hijos y su mujer, a los que no había podido hacer mucho caso como alcalde.

Confiaba en tener la oportunidad de hacerlo en el 2006, porque entonces no había relección y nadie pensaba que Uribe cambiaría la Constitución y repetiría mandato. Regresó a la política para ser de nuevo alcalde, en el 2007. Tenía todo a su favor, daba por hecho que vencería sin grandes dificultades, ninguno conocía Bogotá como él. Pero le derrotó por un amplio margen un senador socialista, Samuel Moreno, cuyo único mérito era tener una bonita sonrisa, ser simpático y estar respaldado por el Polo Democrático, que tenía ese momento el viento a favor.   

En lugar de tirar la toalla, desencantado, en el 2010 se metió en el Partido Verde y participó en unas primarias que también perdió.

Ha cambiado de partido algunas veces pero no la visión que tiene para el país moderno que imagina. Hace seis semanas punteaba con fuerza en las encuestas, veían en él la alternativa a los dos favoritos. Por falta de acción y cintura, no supo aprovechar el momento, se desinfló pronto y le pasó Zuluaga. La esperanza, para muchos ciudadanos, es que en el 2015 se presente a las locales y esa vez gane y enderece el rumbo de su ciudad natal.

El Mundo (España)

 



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