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28/05/2014 | La diplomacia creativa del Papa

Carlos Duguech

El sábado pasado se publicó una información proveniente del Vaticano: “El viaje a Tierra Santa es “estrictamente religioso”, tal como aclaró el papa Francisco esta semana, y buscará recrear los pasos de la peregrinación que realizó Pablo VI en la cuna del cristianismo hace 50 años”.

 

Frente a esa clara advertencia sobre la naturaleza del viaje apostólico era aventurado suponer que el papa pudiera pronunciarse siquiera sobre cuestiones ajenas al propósito anunciado de su peregrinación por Tierra Santa. Para cualquier analista de política internacional y particularmente lo relacionado con Medio Oriente esto significaba un gran esfuerzo del sumo pontífice. No era fácil tener que sustraerse a una realidad quemante en la región. Israelíes y palestinos vienen desde hace seis décadas enfrentándose de todas las maneras conocidas. Era evidente que para el papa tener que circunscribirse a lo apostólico anunciado de su peregrinaje significaba, verdaderamente, un sacrificio. Tanto como taparse los oídos, vendarse los ojos y amordazar la boca frente a una realidad sin eufemismos, donde el propio aire a respirar olía a conflicto.

Se podrá suponer que Francisco utilizó una estrategia diplomática: silenciar los íntimos propósitos ante el mundo para que la gestión pensada y anhelada con total convicción no se desbarrancara con preparativos orientados a su neutralización, por algunos sectores. No sería errado suponer, por otra parte, que la pertenencia aun peregrina al espacio donde la Historia se escribió con mayúsculas y sobrevive en testimonios de peso, vigentes en todo el paisaje humano y geográfico, golpeó emocional e intelectualmente al papa. Él mismo se habría dicho, entonces: “ahora o nunca”. Y eligió el riesgo de un simbolismo que tiene más entidad que la metáfora, más contundencia que profundas palabras sobre la paz, la guerra y las armas que se utilizan. Más mensaje que cualquier resolución de organizaciones internacionales como la ONU o pronunciamientos de la Corte Internacional de Justicia con sede en La Haya. Eligió ese simbolismo vital que vale más que las promesas y los acuerdos de cualquier “cuarteto para la paz en Medio Oriente” y sus empantanadas “Hojas de ruta”.

El papa Francisco, reafirmando sin darse cuenta –por la espontaneidad y naturalidad de su acción– su fervorosa aspiración por la paz decide interrumpir brevemente su desplazamiento en el papamóvil y desciende de él para rezar en el muro de cemento que el gobierno israelí viene construyendo contra viento y marea desde 2002. Los breves minutos de oración en un conmovedor silencio, su frente apoyada en el cemento del muro, dijeron al mundo que quien lo hacía era un hombre de paz. Y no tanto porque lograra que el presidente Shimon Peres de Israel y Mahmoud Abbas de Palestina aceptaran su invitación al Vaticano para orar por la paz conjuntamente y consentir su mediación en lo que fuere pertinente, sino por su extraordinaria manera de expresar una verdadera diplomacia creativa. La que le hace falta a muchos estadistas.

Columnista argentino.

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 



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