A Dick Beganda, salir a divertirse le costó la vida. En la noche del 11 de julio de 2010, Beganda era asesinado junto a otras 75 personas en dos atentados simultáneos en la capital de Uganda, Kampala, mientras seguía la retransmisión de la final del Mundial de fútbol. Solo unos días antes, la milicia islamista de Al Shabab había lanzado en Somalia una «fatwa» (pronunciamiento legal) en la que condenaban la práctica y visionado de este deporte al ser «demasiado occidental». Ninguno de lo terroristas que puso la bomba había visto antes la cara de Beganda. Simplemente, el disfrute y la risa estaban prohibidos

Ahora, cuatro años después de los atentados de Kampala, el terrorismo islamista parece haber tomado la medida al fútbol. El martes, al menos 21 personas perdían la vida y decenas resultaban heridas en Damaturu, en el estado de Yobe, al norte de Nigeria, cuando un suicida se inmolaba entre los espectadores que asistían al partido entre Brasil y México en un área facilitada para su retransmisión. Pese a que la acción armada no ha sido reivindicada por ningún grupo, las hipótesis más realistas se centran en Boko Haram, quien, en el último año, ha acabado con la vida de más de dos mil personas.

Solo unos días antes, en la noche del pasado domingo, al menos 49 personas fallecían en el asedio a la localidad de Mpeketoni, en la costa de Kenia, de diversos espacios (entre otros lugares) donde se retransmitía otro partido de la máxima competición mundial. El ataque fue reivindicado por Al Shabab (a pesar de que el presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, aduce «motivaciones políticas»).

Preocupación gubernamental

Es cierto que el interés de estos crímenes no es solo deportivo (Al Shabab asegura que la raíz de sus acciones se encuentra en el despliegue de tropas ugandesas y kenianas en territorio somalí), pero el islamismo radical parece haber encontrado un filón mortal en el fútbol: Pocos acontecimientos mantienen a un número tan extenso de personas concentradas en el mismo lugar como lo hace este deporte.

En virtud del clima actual, el Ejecutivo local del estado nigeriano de Adamawa lanzaba recientemente una directiva por la que se impedía a los bares y demás lugares recreativos la retransmisión de partidos de fútbol durante el Mundial, así como se prohibía su visionado en grandes espacios de forma pública.

Ahora, cuatro años después, la «fatwa» del islamismo radical comienza ya a aterrorizar a los gobiernos locales.