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24/06/2014 | La crisis de Ucrania

Hana Fischer

La anexión de Crimea por parte de Rusia ha provocado alarma en el mundo. La tensión ha llegado hasta tal punto, que algunos han expresado temor de que esa acción marque el comienzo de una reedición de la Guerra Fría o incluso, de una Tercera Guerra Mundial.

 

Entre ellos se encuentra Arseniy Yatsenyuk —Primer Ministro ucraniano— quien afirmó  que “los intentos de agresión del ejército ruso en el territorio de Ucrania provocarán un conflicto en el territorio de Europa. El mundo no ha olvidado la Segunda Guerra Mundial y Rusia quiere desencadenar una tercera guerra mundial". Además,  la intervención rusa en Crimea no aparenta ser un hecho aislado. Por el contario, daría la impresión de que existe la intención de anexarse la mayor parte del sureste de Ucrania, fomentando sublevaciones separatistas de activistas prorrusos.

Frente a la situación planteada, la Unión Europea y EE.UU. han tomado partido a favor de los gobernantes ucranianos e incluso, han aprobado sanciones contra Rusia. La más humillante ha sido suspender su participación en el foro del G7, hecho que ocurre por primera vez en los últimos 17 años.

Las acciones mencionadas han provocado, que Occidente y Rusia se encuentren en la mayor escalada de tensión desde que finalizó la Guerra Fría. Quizás por esa razón, fue un gesto simbólico que Vladimir Putin y Petró Poroshenko —los mandatarios de Rusia y Ucrania respectivamente— se hayan reunido para encontrarle una solución al conflicto el pasado 6 de junio, durante los actos para rememorar el desembarco en Normandía. Como se recordará, ese acontecimiento histórico marca la victoria de los aliados sobre Hitler. Y no es un dato menor que en esa ocasión, tanto Rusia como EE.UU., Francia e Inglaterra estuvieran en el mismo bando. Pero tampoco, que esas relaciones amistosas se disolvieron al poco tiempo, dando comienzo a un largo e inquietante período de enfrentamiento entre los bloques capitalista y comunista.

Se dice que aquellos pueblos que no aprenden de los errores del pasado, están condenados a repetirlos. Por esa razón, consideramos que es relevante analizar objetivamente la situación y poner cada cosa en su sitio.

Para comenzar, es bueno recordar que tanto Rusia como Ucrania tienen un origen común. Ambas naciones surgieron del desmembramiento del proto-estado de Kievan Rus, que se produjo en el siglo XII. Estos dos territorios se encontraban en extremos opuestos del país, razón por la cual, recibieron influencias diferentes. Con el correr del tiempo, evolucionaron hacia dos culturas diferentes: Ucrania del centro y oeste más afín a la Occidental, y Ucrania del sureste se integró a Rusia. Esas diferencias abarcaron tanto la lengua como la religión, que predomina en cada región: la población del oeste profesa la religión católica (rito griego) y habla habitualmente en ucraniano, mientras que la del sureste profesa la ortodoxa y se comunican en ruso.

Durante la Primera Guerra Mundial, Rusia invadió una parte de Ucrania Occidental. José Stalin completó la tarea durante la Segunda Guerra Mundial, logrando que por primera vez desde el siglo XVII, todos los territorios ucranianos estuvieran unidos bajo el mismo Estado. Eso significa que la configuración actual del territorio de Ucrania es muy reciente, data de 1944 aproximadamente. Y a eso hay que agregarle que en 1954, la península de Crimea que estaba habitada mayormente por rusos y era parte integral del territorio y la cultura rusa, le fue “regalada”  por Nikita Kruschev a Ucrania.

Por supuesto que eso hay que entenderlo como una reorganización administrativa, ya que por aquel entonces Ucrania formaba parte de la Unión Soviética (URSS), y no había nada que hiciera presagiar su disolución.

Cuando la URSS se desintegró en 1991, se celebró en Ucrania un referéndum de independencia. Ganó mayoritariamente el “Sí”. Ante esa situación, la reacción de los habitantes de Crimea fue proclamar su propia soberanía. En esa oportunidad (mayo de 1992), el gobierno ucraniano pudo controlar al movimiento secesionista. En consecuencia, vemos que la intención cismática de Crimea viene de tiempo atrás. Y que ahora hubo una reedición de esa situación cuando en el referéndum separatista realizado en marzo, participó el 82,71% de la población y optó por la anexión a Rusia el 96,7% de los que votaron.

En consecuencia, suenan muy hipócritas las afirmaciones de los líderes  del G7 cuando afirman, que condenan “la continua violación de la soberanía y la integridad territorial de Ucrania por parte de Rusia” al haber realizado la anexión de Crimea, y por sus continuos intentos de desestabilizar el este de esa nación.

Más falaz  nos resulta aún, si consideramos que tras esas manifestaciones de “altos estándares morales” se esconden intereses económicos. Concretamente, el suministro de gas a Europa que necesariamente debe pasar por Ucrania. Con respecto a este tema, el diferendo surge porque la empresa estatal Gazprom, le hacía un precio preferencial a Ucrania por el gas natural que le vendía. Nadie regala nada porque sí. En consecuencia, ese trato privilegiado hay que entenderlo como una herencia de la era de la ex URSS, cuando tanto Ucrania como Rusia formaban parte del mismo Estado.

Sin embargo, una vez que Ucrania resuelve independizarse y acercarse a Occidente, es lógico que las cosas cambien, tanto con respecto a Crimea como con respecto al precio del gas suministrado por Rusia. Atenta contra la lógica y el Derecho, que alguien quiera sólo lo que le sirve de un contrato y rechace lo que no le conviene.

Los dirigentes ucranianos tienen todo el derecho de escoger el camino que crean que más beneficia a los intereses de su país. Pero al hacerlo, deben saber que corren los riesgos y van a sufrir las consecuencias que toda decisión implica. Además, no debemos perder de vista que en realidad no hay una sola Ucrania, sino dos: una más cercana por razones históricas y culturales a Occidente, y la otra a Rusia. Lo cual hace que la situación sea compleja hasta tal punto, que nos preguntamos: ¿No será inevitable la división de Ucrania?

Por otra parte, no es para nada deseable una reedición de la Guerra Fría. Con respecto a este punto, consideramos relevante destacar el papel que les cupo a los dirigentes de los países democráticos-capitalistas —especialmente a EE.UU.— en hacer viable que esa posibilidad se avizore en el horizonte.

Según expresa Pavel Felgenhauer, en todas las repúblicas soviéticas (incluida Rusia) había en 1991 un desencanto masivo con el comunismo y una idealización de Occidente. En el antiguo bloque socialista “parecerían creer que todo lo que provenía de Occidente era bueno: la democracia, economía de mercado, libertad de expresión, etc.”.

No obstante, los hechos refutaron esa creencia. Las reformas económicas que impulsaron tanto Mijaíl Gorbachov como Boris Yeltsin —que llevaban la etiqueta de “capitalistas”— sumieron a la URSS en un estado de postración profundo. Felgenhauer  señala que entre 1991 y 1997 los salarios cayeron 78%, se pagaban con retraso de varios meses, y que por lo menos el 40% de la población estaba desnutrida. Esto produjo que paulatinamente, la opinión pública de esas zonas comenzara a rechazar las pautas culturales occidentales porque veían que los reformadores —en su mayoría corruptos— contaban con el apoyo de los países capitalistas.

Para agravar aún más la situación, los ex soviéticos comenzaron a sentir que si bien ellos habían “abierto sus corazones y mentes” a Occidente, no había habido reciprocidad. Además, consideraban que la desconfianza de la era de la Guerra Fría nunca había desaparecido del todo. Veían que había mucha hipocresía en los políticos occidentales, ya que mientras proclamaban la necesidad de gobiernos democráticos y economías de mercado, simultáneamente apoyaban en esas regiones a gobiernos cada vez más corruptos, impopulares y autoritarios. Esa percepción de la realidad ha provocado que muchos ucranianos sientan nostalgia por los tiempos de la ex URSS.

En consecuencia, vemos que en este conflicto ningún líder se puede calificar de “inocente”. Y además, que se ha perdido una oportunidad de oro de integrar armoniosa y pacíficamente a todas las comunidades de esa zona, alejando de ese modo, el peligro de nuevos enfrentamientos. Fundamentalmente, de una reiteración de la Guerra Fría.

El Cato (Estados Unidos)

 



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