No son pocos los gobernantes que ven en la celebración del Mundial de fútbol una ocasión para descansar de los problemas que los azuzan. O, mejor aún, una oportunidad para subirse al carro del entusiasmo general y confiar en que el equipo nacional añada más gloria a su gestión política.

Esta Copa del Mundo que se celebra en Brasil, y que hace unos meses la presidenta Dilma Rousseff temía más que deseaba, avanza con sorpresas para las selecciones de algunos países latinoamericanos, auténticos 'sleepers' que le hacen la competencia a la adormilada cartelera de cine veraniego. Los políticos, como los hinchas del 'soccer', se apuntan al ruido de las bubuzelas y hacen suyo cada gol que sudan los jugadores.

La primera, Rousseff, más contenta que el prodigioso Neymar al ver que los 'indignados' que habían prometido tomar las calles lo dejan para mañana. La mandataria brasileña sabe que el mayor reto a su reelección en octubre son las reformas sociales y económicas que están pendientes en una sociedad donde las desigualdades siguen siendo abismales.

Una alegría para el presidente Santos

Más motivos de alegría tiene el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, con una Selección que ha llegado imparable a los cuartos de final, llevándose por delante los mordiscos carnívoros de Uruguay. Y si en algo es veterano Santos es en remontar la adversidad y vencer a los rivales. A él la gesta futbolística del joven James Rodríguez no le habrá parecido más épica que la suya para vencer en el terreno de su juego particular al partido de Álvaro Uribe, antaño su mentor y hoy un enemigo que no cree en encuentros amistosos.

Pero para 'sleeper', esa inesperada y grata sorpresa que nos saca del sopor del estío, el equipo de Costa Rica, fiel reflejo de las virtudes de la discreta y pacífica nación que representa. Gracias al esfuerzo de su entrenador y del conjunto de los jugadores, se acercan a la puerta grande sin alardes exagerados. Capitaneados por el resuelto Bryan Ruiz y tocados por la gracia divina de su portero, un Keylor Navas enfundado en verde esperanza, pelean sobre el césped las guerras que no libran en un país sin ejército. Su recién estrenado presidente, Luis Guillermo Solís, que rompe con la tradición de colgar su foto en lugares públicos, debe estar pensando en exhibir una imagen bien grande de los nuevo héroes nacionales.

Algo así desearía Cristina Fernández de Kirchner, ansiosa de que Argentina se lleve la Copa del Mundo y que las mieles de la victoria opaquen los graves problemas que aquejan a su Gobierno. Se acabaron los días de su popularidad y el kirchnerismo vive sus horas más bajas con la reciente imputación de su vicepresidente, Amado Boudou, implicado en un escándalo de sobornos y presunto enriquecimiento ilícito. Boudou, que se perfilaba como sucesor de CFK, se sienta en el banquillo de los acusados y hasta ahora la Casa Rosada no se desmarca de un nuevo affaire de corrupción cuando la recesión atenaza a los argentinos. Pero la mandataria, y todo el país, parece depositar su destino en manos de ese otro Dios, Messi, máximo goleador junto a Neymar en la convocatoria de Brasil.

En unos días los estadios se apagarán hasta dentro de cuatro años y los focos volverán a esos problemas que no desaparecen a punta de goles. Los Indignados se desperezarán y los políticos recordarán con nostalgia aquel Mundial de 2014. Por fortuna, la mayor cantidad de guerra que conoce Costa Rica está entre dos palos. Hay triunfos que ya están ganados.