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04/07/2006 | ¿Por qué atacar Canadá?

Joel Mowbray

En las noticias predecibles informando acerca de "la sorpresa" de amigos y vecinos a propósito de los sospechosos canadienses de terrorismo detenidos la pasada semana, un fragmento sirve como advertencia para la amenaza del terrorismo nacional dentro de Estados Unidos.

 

Uno de los diecisiete detenidos, Qayyum Abdul Jamal, era un imán de una pequeña mezquita fachada del Toronto suburbano. Aquellos que escuchaban sus sermones han contado a los periodistas que no promovía la jihad violenta o que no defendía matar a no musulmanes. En el entorno post-11 de Septiembre mucho menos hospitalario a tal retórica, estas negaciones podrían ser realmente ciertas.

Pero el imán detenido no necesitaba predicar la violencia con el fin de impulsar la iniciativa terrorista.

El director de un centro comunitario musulmán local explicaba a Associated Press que Jamal había contado a sus fieles "que las fuerzas canadienses iban a Afganistán a violar mujeres". Y esta mentira probablemente no languideciera en solitario.

En muchos sentidos, tal propaganda enfermiza es más problemática que los cantos de "¡Jihad! ¡Jihad!" o "¡Muerte a América!". Convencer a jóvenes impresionables de que sus hermanos musulmanes están bajo ataque puede tener un impacto profundo y deshumanizador sobre los no musulmanes, al tiempo de construye la defensa de que matarlos no sólo es moralmente aceptable, sino que en la práctica es obligatorio.

Lo que hace tan perjudicial la propaganda es que no provoca las mismas alarmas. Parece que nadie notó las mentiras del imán, ni siquiera los seguidores que no apoyan la violencia habrían considerado probablemente las viles mentiras particularmente peligrosas. Pero lo son.

Simplemente pregunte al ex valedictorian de la Academia Saudí.

Tras ser detenido por planear asesinar al Presidente Bush, Abú Alí ofrecía una confesión grabada en la que explicaba porqué aceptó "inmediatamente" la oferta de al-Qaeda de unirse a la jihad. ¿Su motivo? Su "odio a Estados Unidos" -- el país donde nació y creció. No parece siquiera haber sufrido opresión alguna, o haber sido víctima a causa de su fe musulmana. Pero eso no importa. Su odio a su país natal fue alimentado por "lo que pensé que era el apoyo norteamericano a Israel contra el pueblo palestino".

Abú Alí fue un niño americano, y sus lazos con los palestinos eran lejanos en el mejor de los casos. Pero estaba dispuesto a dar su vida -- y emprender la guerra santa contra sus vecinos -- por motivos que tienen poco que ver con su experiencia personal.

Algunos sin duda intentarán culpar a Israel o a Estados Unidos de su recurso al terrorismo, igual que una cifra preocupante de practicantes de la apología se han tomado a pecho a los jihadistas que señalan la presencia norteamericana en Irak o la judía en "Palestina".

Pero si la motivación real para el terrorismo islámico es una política exterior norteamericana agresiva o la presunta opresión de los palestinos por parte de Israel, ¿por qué 17 varones musulmanes jóvenes planeaban presuntamente atacar a Canadá?

Canadá no tiene soldados en Irak. Pocos lo considerarían un buen amigo de Israel. Canadá ha ofrecido su cálido apoyo a los musulmanes de todo el mundo. Los musulmanes canadienses experimentan una discriminación mínima, por no mencionar nada que se parezca ligeramente a la opresión.

¿Por qué Canadá?

Los líderes de los grupos terroristas islámicos, desde Osama bin Laden al jeque Ahmad Yassin (el difunto "inválido" y "anciano" fundador de Hamas), están universalmente de acuerdo en que ningún gobierno es legítimo a menos que sea islámico. Establecer un estado islámico es, en la práctica, lo que unifica a los jihadistas de todo el mundo.

De modo que, ¿por qué Canadá? Porque no es un estado islámico.

Pero la iniciativa en favor de un estado islámico probablemente no sea un imperativo lo bastante apremiante para los soldados de a pie, dado que es una idea aún intelectual en cierto sentido. De ahí las mentiras. Contar a los jóvenes musulmanes que sus vecinos no musulmanes recorren medio mundo para violar mujeres musulmanas toca la fibra sensible.

Creer que los miembros de la Ummah (entidad musulmana mundial) necesitan ser defendidos hace a cualquiera más susceptible a los mensajes de que debería emprenderse la violencia en nombre del Islam.

¿Cuántos imanes Jamal hay en Estados Unidos? ¿Cuántos imanes están lavando el cerebro a sus seguidores con perversas mentiras acerca de sus conciudadanos americanos? ¿Cuántos musulmanes americanos creen que sus vecinos judíos y cristianos -- y no los jihadistas -- son los responsables de la masacre en masa de iraquíes inocentes? ¿Cuántos creen que los soldados israelíes masacran a mujeres y niños palestinos por deporte -- y que Estados Unidos lo apoya abiertamente?

La respuesta a todo lo de arriba es: unos cuantos, cuando menos. Sabemos esto de la información pública, en particular de la información derivada de los diversos arrestos del terrorismo.

He aquí la cuestión más pertinente: ¿quién lucha realmente contra la propaganda? ¿Quien combate la expansión del Islam radical?

Las fuerzas de la ley pueden intervenir para frustrar la violencia planeada, pero ¿qué pueden hacer con respecto al discurso de odio? No mucho. Hasta los imanes incendiarios disfrutan de protecciones constitucionales. Sin embargo, no disfrutan de inmunidad a la condena. Sus seguidores son libres de descartarlos por demonizar a los no musulmanes y escupir patrañas.

Así, la cuestión más importante de todas no es cuántos imanes Jamal hay en Estados Unidos, sino cuántos musulmanes americanos tomarán cartas frente al adoctrinamiento que impulsa a los niños en la dirección -- por no decir a las armas -- de los terroristas.

Joel Mowbray es autor de Dangerous Diplomacy: How the State Department Threatens America's Security.

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 



 
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