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08/07/2006 | Iglesia y financiación

Carlos Rodriguez Braun

Mientras una multitud recibirá hoy con lógica alegría al Papa en la golpeada Valencia, conviene que este rincón económico recuerde que la izquierda emplea la economía para arrinconar al catolicismo.

 

A veces la Iglesia no se defiende bien ante quien quiere expulsarla de la vida pública, arrebatando a los ciudadanos más «fortalezas privadas» de las que hablaba Schumpeter.
La izquierda acusa a la Iglesia de «sobrefinanciación», deficiencia que jamás ha utilizado para las televisiones públicas (me refiero a las que no controla). Y Gaspar Llamazares, amigo de la dictadura cubana, tronó valiente contra los «privilegios medievales» de la Iglesia.
 
La Iglesia no debe pedir perdón por existir, ni defenderse alegando que hace cosas buenas por la sociedad. ¡Como si debiera demostrarlo la Iglesia y no los izquierdistas que la acosan! Siguen este argumento los que alegan que, gracias a la Iglesia, el Estado «se ahorra dinero», porque miles de religiosos y voluntarios ayudan a la comunidad. Esta idea es equivocada y peligrosa. Es equivocada porque el Estado no se ahorra nada, y no hay que tratarlo como si fuera una familia o una empresa o una comunidad de vecinos.
 
El Estado es el monopolio de la fuerza, no es un club ni una orden religiosa. Y la idea es peligrosa porque concede lo que no debe conceder, al poner a la par la libertad, que caracteriza la religión, con la coacción, que caracteriza la política.
El paso siguiente es creer que es muy razonable la tesis de la «autofinanciación» de la Iglesia.
 
Exponente de esta ficción es el teólogo «progresista» (o sea, enemigo de la libertad) Juan José Tamayo, que habló de «la autofinanciación, signo de madurez de toda institución, de independencia y de libertad en el ejercicio de sus funciones».
Estupendo, don Juan José, pero ¿por qué se pide la autofinanciación de la Iglesia y no la de los sindicatos, las universidades, los hospitales y todo lo demás atrapado en la redistribución política?
 
Es evidente que a los antiliberales no les molesta el dinero público gastado en la financiación de la Iglesia. Lo que les molesta es que la religión, igual que la libertad, es anterior a la política y a la legislación. Y los supuestamente progresistas creen que no hay nada anterior a ellas, y para disfrazar su odio a la religión, así como la acusan vía financiación, le reprochan el no ser democrática, «colocándose así por encima de los legisladores...por encima de la voluntad popular».
 
Este chantaje, con la Iglesia como con todo lo demás, utiliza al pueblo pero jamás le permite que sea libre.

ABC (España)

 



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