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09/07/2006 | ¡Tengamos más bebés!

Paul Johnson

Una de las visiones de pesadilla que se ha esfumado en los últimos años es la "explosión demográfica". Hasta en el Tercer Mundo, las tasas de natalidad se reducen con rapidez.

 

El peligro se encuentra hoy en la dirección opuesta. Europa en particular produce cada vez menos niños, un elevado porcentaje de los cuales procede de familias inmigrantes.

Italia es un caso triste. Tan apenas en los años 30 tuvo una de las tasas de natalidad más elevadas. Esto quedó plasmado en el plan de Mussolini de colonizar África y animar la emigración a Argentina. Italia hoy tiene una de las tasas de natalidad más reducidas. Puede usted entrar en las aldeas del norte de Italia, cuyos habitantes disfrutan hoy de niveles de vida que sus abuelos no habrían creído posible, y buscar niños en vano. Los italianos son ricos en todo lo material - a excepción de la vida.

Alemania es exactamente igual de estéril. En Francia las cosas están marginalmente mejor, pero eso se debe casi por completo a la enorme minoría musulmana del país, que supone hoy alrededor del 10% de la población.

El mes pasado hablé con una mujer que, hace una generación, llevó a cabo una investigación detallada de las familias británicas. Recientemente volvió a esas mismas familias y estaba descorazonada por sus hallazgos. Mientras que hace treinta años era común que las familias tuvieran de dos a cuatro hijos, las mismas familias hoy apenas tenían un nieto o dos, y en ocasiones ninguno. (Yo tengo cuatro hijos y, hasta la fecha, ocho nietos. Pero algunos de mis contemporáneos no tienen nietos y tienen pocas expectativas de tener alguno).

Grupos concretos de la sociedad destacados una vez por su apremiante filoprogenie parecen haberla aplacado en gran medida. Durante mi infancia, los católicos de Gran Bretaña tenían de seis a diez hijos. Hoy dos es lo más probable.

Alrededor del 1900, los judíos que habían emigrado a Gran Bretaña y Estados Unidos procedentes de Europa del Este tenían a menudo familias grandes, de hasta dieciséis hijos. En la práctica, durante este periodo, los judíos ashkenazis tenían probablemente la mayor tasa de natalidad de la historia conocida. Hollywood, por ejemplo, fue creado en gran medida por la descendencia de tales familias inmigrantes gigantes. Las comunidades judías de América y Gran Bretaña hoy tienen tasas de natalidad bastante por debajo de la cifra de reemplazo, lo que constituye una amenaza para su futuro.

¿Por qué tanta gente inteligente, bien educada y próspera de Occidente está dejando de reproducirse?

Un factor, claramente, es el declive de matrimonio como institución. Los jóvenes se casan más tarde, o no se casan en absoluto. A menudo cohabitan, con la vaga intención de casarse "eventualmente", pero no tienen hijos. Después se pelean y se separan. Muchas mujeres se encuentran así sin hijos a los 40 y - con el reloj [biológico] en marcha - empiezan el proceso de relación de nuevo o abandonan la idea de tener hijos.

Casi todo el mundo conoce la historia de horror del matrimonio fracasado de un amigo, involucrando ácidas batallas por la custodia de los hijos. ¿Por qué tenerlos? Los hijos son caros. Mientras que, en general, mantener una familia solía exigir un sueldo, ahora exige dos. A continuación está el deseo de la carrera. Sea lo que sea lo que pueda proporcionar la ley, y sin importar lo flexibles que puedan ser las empresas, tener hijos está destinado a frustrar el ascenso de una mujer por la escalera del éxito.

Los gobiernos de Europa expresan alarma ocasionalmente por las bajas tasas de natalidad. Pero hacen poco o no hacen nada sobre ello. En realidad, ¿qué pueden hacer? Allá por mediados del siglo XIX, los franceses empezaron a preocuparse por su baja natalidad. En los años treinta, el gobierno introdujo subvenciones familiares para intentar, a través de incentivos financieros, persuadir a las parejas casadas de tener hijos. Este dispositivo fue copiado por todas partes en Europa y se convirtió en parte del estado del bienestar. No parece haber tenido gran efecto por ningún lado, y ciertamente no en Francia. Cuando estaba en el poder, Charles de Gaulle solía jactarse de haber puesto los cimientos de "una nación de 100 millones de franceses". Ese objetivo continúa siendo una fantasía. Y si alguna vez la población francesa alcanza la cota de los 100 millones, la mitad consistirá de musulmanes originarios del norte de África.

El declive en las prácticas religiosas también puede ser un factor. En la Europa Occidental, muchas iglesias y catedrales medievales son poco más que museos. El nuevo Papa, Benedicto XVI, ha elegido presuntamente como tarea primordial la re-evangelización de Europa y su eventual repoblación. Cómo llevará esto a cabo no lo sé. Todas las fuerzas de la sociedad moderna están en su contra, no menos la Unión Europea. En su constitución propuesta, el papel del cristianismo en la creación de la civilización europea no se omitió simplemente, fue deliberadamente excluido.

Pero mientras que es adecuado estar preocupado por este tema y debatirlo con franqueza, no debemos obsesionarnos con él. Sabemos por experiencia que las proyecciones demográficas son notoriamente objeto de error. Las tasas de natalidad pueden subir o bajar. Las modas sociales cambian. Si existe una "falta de bebés" percibida o de jóvenes que entran en el mercado, "una mano invisible", por utilizar el término de Adam Smith, puede entrar en juego. El suministro se eleva para cumplir con la demanda incluso en los aspectos más íntimos de la vida.

Una vez más, la experiencia de tener hijos - sin importar lo irritante, caro, pesado o frustrante profesionalmente que pueda ser - también es deliciosa y alucinante y llena de fascinación continuamente cambiante. Un hijo sube el ánimo y da sentido a la vida. No tener familia es privarse de la mitad de las alegrías y el interés de la existencia. Estos hechos incontestables, ciertos a través de las épocas, se reafirmarán eventualmente, y la naturaleza se abrirá paso.

Sí, el secreto en nombre de la seguridad nacional tiene que sopesarse con el derecho a saber que tiene la sociedad. Pero ese equilibrio es frágil, especialmente en tiempos de guerra. Algunos americanos, en particular los de los medios y en el gobierno, lamentablemente se niegan a aceptar las consecuencias de sus actos y tomarlos en cuenta. Hasta que logren entenderlo, no hay más remedio que tomar medidas drásticas.

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 



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17/03/2007|

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