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06/09/2014 | Brasil - Los Silva son diferentes

Eliane Brum

Lula y Marina, los dos fenómenos políticos más fascinantes de la historia reciente, son hijos de Brasiles que se desconocen.

 

Existe la idea en Brasil de que todos los pobres son iguales. Es una visión común, pero que define también el análisis de los intelectuales. Explica la afirmación de que Luiz Inácio Lula da Silva y Marina Silva tienen biografías parecidas, y la de que Marina habría sido la sucesora más natural de Lula, si no fuera por las divergencias que la llevaron a dejar el Ministerio del Medio Ambiente y después el PT. Para llegar al poder en un país tan desigual como Brasil, Lula y Marina realizaron travesías impresionantes, una especie de jornada de héroe. Pero las semejanzas acaban ahí. Hay enormes diferencias entre la trayectoria de un hijo de campesino que recorrió el camino hasta São Paulo, que se hizo obrero y después líder sindical en la región más industrializada del país, y la de una hija de seringueiro (trabajador del caucho), como lo fue ella misma, en la selva amazónica, que inició su carrera política en un Estado como Acre. Para llegar a la riqueza de ese momento histórico de Brasil es preciso comprender que los dos Silva son diferentes.

Lula y Marina son ambos hijos de Brasil, pero de Brasiles muy diferentes. Y es precisamente por  diferencias fundamentales en sus visiones de mundo por lo que, a cierta altura, Marina no encontró sitio en el proyecto del “lulismo”, usando la expresión del politólogo André Singer. La explicación para que la integración de millones de brasileños se haya producido por la vía del consumo durante el Gobierno Lula es compleja. Pero al menos una parte se encuentra en el deseo de Lula. En lo que significa para un obrero ascender en la escala social. Mejor casa, buena ropa, nevera nueva y llena, televisor de pantalla plana, un coche en el garaje.

Lula no encarna el campesino con una relación íntima con el sertão (campo), entendido aquí como naturaleza y cultura, sino el movimiento de transición de un mundo interpretado como pasado hacia otro que es futuro. Él es hijo de una familia exiliada del campo por la sequía que quería, primero, huir del hambre, y después ascender en la vida mediante el ingreso en la fábrica, por la vía del progreso y de la industrialización. Vencer en la vida en el mundo del Otro, apropiándose de él y haciéndolo suyo por el acceso a sus señales. Es ese universo de sentidos el que él comprende y con el cual dialoga, tal vez como ningún otro político de la historia del país. Y para estos pobres, su Gobierno significó inclusión social.

Marina no. Ella se cría en la selva y es moldeada por ella. Su padre, migrante nordestino, tuvo en aquella región amazónica un punto de llegada. Incluso cuando la familia intentaba salir, acababa volviendo. La iniciación política de Marina está en los empates, una táctica de resistencia en la cual hombres, mujeres y niños se dan las manos para hacer un círculo en torno al área amenazada e impedir la deforestación – y, con él, su expulsión de ese mundo–. El mentor de Marina es Chico Mendes y la lucha allí, en aquel momento, es expresión de una relación profunda con la selva, en la cual uno no se reconoce sin el otro. Es una lucha por la permanencia, no por la partida.

El conocimiento fundamental de Marina, analfabeta hasta los 16 años, está contenido en esa cultura en la que es preciso saber la vocación de cada planta para dominar la tecnología compleja que permite la supervivencia, en la cual la tierra no es mercancía, sino vida. Su capacidad de hacer de puente entre ese saber -transmitido de generación en generación por vía oral- y la palabra escrita, los libros y la producción académica, es uno de los capítulos más bonitos de su biografía. Marina no va a llegar al centro-sur hasta los 36 años de edad, ya como senadora. Su desplazamiento por el mapa tiene como objetivo llevar al corazón del poder político el universo de sentidos del mundo que dejó no como pasado, sino para que pueda ser futuro. Si para Lula la posibilidad de ascender está en la inclusión en el mundo del Otro, para Marina el Otro es aquel que se experimenta para alcanzarse a uno mismo.

No se trata de decir que Lula sea mejor que Marina, o Marina mejor que Lula. Solo de señalar que Lula y Marina, los fenómenos políticos más interesantes de la historia reciente del país, cargan experiencias diferentes de brasilidades. A veces, las necesidades inmediatas de la disputa electoral borran los matices más fascinantes. Si el ascenso de Lula al poder ya produjo en Brasil, solo por el hecho en sí, un enorme cambio simbólico, el de Marina aún es potencia e incógnita. La incógnita no entendida aquí como un defecto, sino como una posibilidad.

Está bastante claro por qué Dilma Rousseff, una mujer urbana, de clase media, con tendencia desarrollista, haya sido para Lula y el conjunto de valores que lo constituye una opción mucho más lógica como sucesora. Dilma es alguien con quien Lula tiene muchas más afinidades que con Marina, a pesar de las evidentes diferencias entre ellos. En los sucesivos embates con Dilma, cuando esta era ministra de Minas y Energía y después ministra jefe de la Casa Civil (jefa de Gabinete) y Marina ministra del Medio Ambiente, la extrabajadora del caucho fue perdiendo espacio dentro del Gobierno del exobrero y, después, del Partido de los Trabajadores. Es obvio que las opciones de Lula y del PT se deben a cuestiones de orden política y económica, la mayoría de ellas muy pragmáticas, pero no se puede ni se debe olvidar la influencia del universo de sentidos que forma al hombre, ni del lugar a partir del cual él percibe el país. Para ser objetivo es necesario no perder de vista jamás las subjetividades.

A partir del final del segundo mandato de Lula algunos de los líderes históricos de movimientos sociales en la Amazonia (por ejemplo, Antonia Melo y el obispo Don Erwin Kräutler) comienzan a percibir que, si antes por lo menos el ser/estar en el mundo de los pueblos de la floresta tenían espacio teórico en el Gobierno, ya no. Y, a partir de Dilma Rousseff, ni siquiera interlocución. Para ellos, la hidroeléctrica de Belo Monte fue la prueba definitiva de que el proyecto para la Amazonia de Lula y de Dilma guardaba semejanzas con el de la dictadura civil-militar: la selva seguía siendo un cuerpo para la explotación, y los pueblos de la zona, un obstáculo a un tipo de desarrollo que niega su existencia y su modo de vida. De acuerdo con esa mirada, la Amazonia, para convertirse en futuro, necesita hacerse pasado.

Lula – y Dilma aún menos – entienden poco de esas otras formas (es importante señalar que heterogéneas) de percibir Brasil y de vivir en Brasil. Pero tal vez más grave que no comprender otras maneras de ser brasileño es no creer necesario comprender. Comparten esa ignorancia con una parte significativa de la población, para la cual la Amazonia está demasiado lejos en múltiples sentidos, lo que hace más fácil perpetuar los crímenes contra pueblos indígenas, ribeirinhos [habitante de las orillas del río] y quilombolas [descendientes de esclavos fugitivos]. Así como continuar ignorando, a pesar de las señales inequívocas que ya definen la vida cotidiana, que el cambio climático y las cuestiones socioambientales son, sino el mayor, un enorme desafío para cualquier gobernante de este tiempo. Para esa parte de la población, el sueño de todo indio o ribeirinho es ser pobre en la periferia de una ciudad grande. Y los temas socioambientales son cosa de idealistas, soñadores o ecologistas pesados, porque esa gente es incapaz de percibir tanto la crisis del planeta como el hecho de que cuestiones como el saneamiento básico, la escasez de agua y la proliferación del dengue son socioambientales.

En 2011, cuando se comenzaba a implantar la cantera de Belo Monte (en la región de Altamira, en el Pará, norte de Brasil) pasé un día con el líder de una de las familias que iban a ser obligadas a dejar la tierra donde vivían para la construcción de la mayor obra del Gobierno. En cierto momento, abrazó un castaño y se echó a llorar. Intentaba explicarme por qué él no podía ser, sin ser allí. O la imposibilidad de habitar un mundo sin aquel árbol específico. De repente, el llanto paró y su voz se llenó de rabia. Dijo: “Me repugna cuando Dilma dice que somos pobres. ¿Por qué piensa que somos pobres? ¿De dónde saca eso? Esa es la mayor mentira”.

Aquel hombre no tenía casi ningún bien material, ni los deseaba. Ni siquiera los conocía y, si los conociera, no tendrían sitio en su día a día. Su concepto de pobreza y de riqueza era totalmente otro, incomprensible para los que hacían la política del momento. Y ser tachado de pobre en el discurso de Brasilia lo ofendía, porque se consideraba rico. No como un discurso bonito y un tanto abstracto, sino porque de hecho se percibía como rico, en la medida en que la selva le daba todo lo que necesitaba. No solo a nivel práctico, sino también en el simbólico. Para él, la vida que allí tenía era buena.

Me parece que esos ricos y pobres Lula –y Dilma, menos aún– jamás consiguieron, o quisieron, entender. Aunque, como ya fue dicho, Lula haya comprendido y dialogado con otros pobres y con otros ricos. Cuando Marina Silva afirma, en el primer debate entre candidatos a la presidencia, que el líder seringueiro Chico Mendes (asesinado por su resistencia) era élite, ella habla a partir de esa otra visión del mundo.

Marina es más apta para hacer de ese puente entre los varios Brasiles, que todavía es inédito en el mando de la nación. No hay ninguna garantía de que lo vaya a hacer. Ni Lula fue un obrero en la presidencia, ni Marina es hoy una seringueira, ambos crecidos y transformados por otras experiencias vividas en el curso de trayectorias muy extraordinarias. Pero, así como Lula llevó por primera vez al poder una visión de mundo muy distinta de quienes antes habían ocupado el Planalto, Marina podrá, si es elegida, ser la primera en llevar al centro de las decisiones la experiencia de quien vive en la selva y la comprensión de que el futuro puede no existir si esa experiencia no se incluye en el proyecto de país. En ese sentido, ella es mucho más siglo XXI que su principal rival en la disputa por la presidencia.

Una curiosidad. En la campaña de 2002, cuando Lula fue elegido presidente por primera vez tras otras tres tentativas, había una fascinación con su presencia vestida en trajes de marca en los salones de parte del PIB paulistano. Recibido por la pareja formada por Eleonora (psicoanalista) e Ivo Rosset (empresario), amigos de la actual ministra de Cultura Marta Suplicy, Lula era una especie de obrero que había llegado al paraíso. En el poder su mujer, Marisa Letícia, de inmediato se hizo cirugía plástica, se puso botox, cambió de ropa y fichó a Wanderley Nunes, uno de los peluqueros de moda. Mucho antes, en 1979, cuando despuntaba como líder sindical en las huelgas paulistas, Lula respondió así a los ataques por haber ido a cenar en el Gallery, el local de los ricos y famosos de la época, invitado por la importante revista Manchete: “Yo quiero que todo obrero gane lo suficiente para frecuentar el Gallery”. En esa época ya repetía que “al pobre le gusta vestir bien”.

Marina, la “seringueira, empleada doméstica y negra”, circula de otro modo en los salones paulistanos. Su ropa es sobria, con detalles étnicos, como la que usó en la entrevista del programa Jornal Nacional. Los complementos tienen materiales naturales, como semillas de Amazonia, el pintalabios lo hace ella misma con zumo de remolacha, ya que tiene alergia a productos industrializados. En el pelo, un moño. Marina es vista como chic y moderna, dueña de su propio estilo, en especial por un tipo de rico que ve la ostentación como una vulgaridad. Su principal interlocutora en ese mundo es la socióloga Maria Alice Setúbal, más conocida como Neca Setúbal, accionista del Banco Itaú, pero también fundadora del Centro de Estudios y Encuestas en Educación, Cultura yAcción Comunitaria (Cenpec), una de las organizaciones más respetadas en el área educacional. Si Lula era pop, Marina es cool. Merece la pena prestar atención a cómo son decodificados aquellos que hasta hace poco tenían otro lugar en esa geografía para, de nuevo, no perder los matices.

Es necesario tener cautela con los fundamentalismos. Quien acusa Marina de ser “fundamentalista” está homogeneizando diferencias. Marina no es una fundamentalista ambiental, como dicen sectores del negocio agrario. Para una parte del movimiento socioambiental, el defecto de Marina es justamente ser menos radical de lo que exigen que los desafíos del momento histórico. El “desarrollo sostenible” que ella defiende, es para mucha gente respetable  solo un concepto vacío, digerible para conversaciones educadas, pero que oculta contradicciones profundas.

Marina tampoco es una fundamentalista evangélica. Decir eso es creer que Marco Feliciano (el diputado-pastor que barbarizó la comisión de Derechos Humanos de la Cámara de los Deputados) y Marina Silva son iguales. Es confundir denominaciones religiosas que están bajo el mismo paraguas, pero que guardan diferencias bastante sustantivas entre sí. Comprender el Brasil evangélico, en toda su complejidad, es un desafío de esa época.

¿A quién le interesa tildar de fundamentalista a Marina Silva? A muchos, en especial los líderes rurales, en lo que se refiere a la discusión socioambiental, y a los religiosos de verdad fundamentalistas, en cuestiones como el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Al hacerlo rebajan el debate, con una táctica más que conocida, y fuerzan cambios que benefician a sus intereses y fortalecen su lugar de representantes de sus respectivos públicos.

Eso no significa que el elector no deba prestar gran atención al hecho de que Marina Silva tiene una posición contraria a la investigación con células madre embrionarias, que se ha declarado “personalmente no a favor” de las bodas gais, que en las elecciones de 2010 defendió un plebiscito sobre el aborto y, principalmente, la semana pasada cometió el acto lamentable (como mínimo) de volver atrás en su programa de gobierno, en el que se refiere a las políticas para la población LGBT, un día después de haberlo lanzado.

Con una Marina Silva con oportunidades de ganar, Brasil asiste a una elección mucho más desafiante y compleja. Es legítimo afirmar que su discurso es “difuso”, y que la “nueva política” que dice encarnar puede tener ecos de un pasado peligroso. Pero es preciso percibir que esta es su fuerza en las urnas, no su flaqueza. Los objetivos "difusos", una de las fragilidades que sectores de la sociedad y de los medios ven en las manifestaciones de junio de 2013, movilizaron a multitudes. Marina actúa en las redes sociales hace mucho y sabe escucharlas. Circula por ellas con desenvoltura, mientras otros las frecuentan solo en épocas electorales o en momentos estratégicos, haciendo una parodia digital de las tradicionales visitas de políticos a las favelas para las cuales no vuelven después, tan cómodos en uno y otro lugar como peces en un centro comercial.

Los opositores la han llamado “amateur” y “aventurera”. “Improvisación” es otra palabra escogida para atacar su discurso. Sin entrar en juicios de valor ni en lo adecuado o no de esos términos para Marina Silva, merece la pena recordar a quien los esgrime, intentando provocar rechazo, que dejaron de ser ofensivos hace tiempo, para transformarse en virtudes. La “indefinición”, otra palabra usada para atacarla, parece haber sido hasta ahora la opción de parte de los electores, quienes sienten la “definición” de otros candidatos como insoportable. Todo indica que, de varias formas, en este momento para muchos los signos de interrogación suenan como posibilidades – y el riesgo parece haberse convertido en una alternativa mejor que las certezas que prefieren rechazar– .

¿Qué significa eso? La oportunidad de comenzar a desvelar los sentidos de esa elección fascinante es devolver la complejidad a los protagonistas. Comprender, por ejemplo, qué Silva es Marina.

Eliane Brum es escritora, reportera y documentarista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - o Avesso da Lenda, A Vida Que Ninguém ve, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos y de la novela Uma Dos. Web: elianebrum.com Email: elianebrum.coluna@gmail.com Twitter: @brumelianebrum


El Pais (Es) (España)

 


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