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08/09/2014 | ¿Cómo sería la política exterior de Marina Silva a la cabeza de Brasil?

Farid Kahhat

Cuando en 2013 se pedía a los manifestantes brasileños que identificaran la razón fundamental de su protesta, la mayoría dudaba antes de responder, y las respuestas que daban no coincidían entre sí.

 

Podría decirse que las movilizaciones eran como un test de Rorschach: cada quien veía en ellas lo que estaba predispuesto a ver. Cuando se les preguntaba en cambio qué dirigentes políticos les suscitaban mayor simpatía, la respuesta era más clara: pese a provenir de las canteras del gubernamental Partido de los Trabajadores y a su ejercicio del Ministerio del Medio Ambiente, Marina Silva era percibida como la candidata más alejada del establishment político de su país. Ahora que las encuestas le son favorables, ¿qué podría esperar América Latina en política exterior de una eventual presidencia de Marina Silva? 

Para responder a la pregunta, habría que comenzar por decir que el nuevo siglo fue testigo de un activismo inusitado en materia de política exterior por parte del gobierno brasileño. Desde su liderazgo en la misión de paz en Haití, hasta la creación de Unasur y el bloque de los Brics, pasando por los préstamos internacionales de su Banco Nacional de Desarrollo y la apertura de nuevas embajadas en diversas regiones del mundo (en particular, en el continente africano). Ese proceso tuvo lugar bajo los gobiernos de Fernando Enrique Cardoso y Luis Inacio “Lula” Da Silva, pero no bajo el de Dilma Rousseff. Por esa razón, bajo los gobiernos de Cardoso y Lula la cancillería brasileña tuvo una relevancia y autonomía (reflejados, por ejemplo, en el protagonismo del canciller Celso Amorín durante el gobierno de Lula), que no tuvo bajo la gestión de Rousseff.

Según su plataforma electoral, Marina Silva pretende devolver a la cancillería y su agenda internacional la importancia que tuvieron en el pasado reciente, pero no necesariamente bajo una orientación similar. Silva, por ejemplo, ha reiterado desde su campaña electoral de 2010 que la democracia representativa y los derechos humanos serían principios rectores de su política exterior. En términos prácticos eso implica por ejemplo que, si bien coincide con la posición oficial cuando esta se opone al embargo económico y al aislamiento diplomático de Cuba, simultáneamente se pronuncia en favor de la liberación de presos políticos y la realización de elecciones competitivas en ese país.

En una campaña en la que las tres principales candidaturas pretenden representar matices de la socialdemocracia, tal vez no debieran llamar la atención las similitudes ostensibles en sus programas electorales. Pero ese no es un criterio compartido por el candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña, Aécio Neves, quien acusó a Marina Silva de copiar sus propuestas en materia de política económica. En política comercial, por ejemplo, Marina Silva formula una propuesta en la que coincide tanto con Neves como con lo que venía considerando el gobierno de Rousseff: convertir al Mercosur en un proceso de integración de geometría variable (para emplear la frase acuñada en el contexto de la integración europea). Ello implicaría que los países que estén dispuestos a avanzar en acuerdos de liberalización comercial con otros bloques de integración (como la Unión Europea o la Alianza del Pacífico), puedan hacerlo sin necesidad de esperar a contar con la anuencia de países que prefieren adoptar políticas proteccionistas (como  la Argentina). En los términos de su programa de gobierno, Silva propone un “Mercosur de dos velocidades”, dentro de una orientación general que define la integración regional como una prioridad (el objetivo explícito de buscar un acuerdo comercial con la Alianza del Pacífico sugiere que la región priorizada ya no se restringiría a Sudamérica). 

Una de las propuestas del programa de Marina Silva podría tener implicaciones significativas para algunos de los países vecinos: la de garantizar el control del Estado sobre el territorio amazónico del Brasil, con el fin de impedir prácticas comerciales que causan un severo daño a los ecosistemas de esa región. Al igual que con el narcotráfico, aquí podría operar el denominado “Efecto Globo”. Es decir, los esfuerzos de un Estado por controlar el daño ecológico en sus bosques tropicales, podría trasladar el problema hacia los bosques tropicales de Estados limítrofes. Por esa razón, los países vecinos con territorio en la Amazonía debieran tomarle la palabra a Marina Silva cuando en su programa ofrece fortalecer la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica: dado que prácticas como las deforestación no se detienen en las fronteras nacionales, de no cooperar para enfrentarlas, los países que confluyen en la cuenca amazónica podrían terminar produciendo externalidades negativas (es decir, generarían costos que terminarían asumiendo los países limítrofes). 

América Economía (Chile)

 



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