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25/09/2014 | Cuando la fe mata

Río Negro Staff

Conscientes de que la barbarie del autodenominado Estado Islámico, cuyos líderes acaban de exhortar a sus simpatizantes a asesinar a ciudadanos del medio centenar de países que se han aliado para combatirlo, está provocando una fuerte reacción occidental contra todo lo vinculado con el islam, muchas organizaciones musulmanas han comenzado a emitir declaraciones en las que manifiestan su repudio al extremismo.

 

Se trata de una novedad; hasta hace muy poco casi todas se afirmaban más preocupadas por la "islamofobia" que por el terrorismo de sus correligionarios. Pero puede que ya sea demasiado tarde. Miles de musulmanes con pasaportes europeos y centenares de norteamericanos están luchando en las filas del Estado Islámico y participando gozosamente de las masacres que está perpetrando. Asimismo, aunque políticos como el presidente norteamericano Barack Obama aseguran que el islamismo militante no tiene nada que ver con el islam auténtico y el papa Francisco insiste en que "matar en nombre de Dios es un gran sacrilegio", en Europa y Estados Unidos la mayoría ya entiende que es inútil procurar distinguir entre, por un lado, la religiosidad "genuina", que supuestamente siempre se caracteriza por el amor fraternal, la tolerancia mutua y el respeto por los derechos humanos, y por el otro la religiosidad "falsa", que es maligna, intolerante y puede culminar en el genocidio.

Por desgracia, las afirmaciones optimistas del papa Francisco y líderes políticos occidentales carecen de fundamento. Desde hace miles de años religiosos de todos los credos, entre ellos las diversas variantes del cristianismo, se han dedicado a encender las pasiones mortíferas de los fieles. Si en la actualidad la mayoría se asevera comprometida con la paz, se debe a que en el Occidente la religión es considerada un asunto privado. Algo similar ha sucedido con las ideologías colectivistas que, en el transcurso del siglo pasado, brindaron a los violentos pretextos a su juicio legítimos para matar a decenas de millones de personas. Con todo, poco ha cambiado en una zona muy amplia del mundo que se extiende desde el noroeste de África hasta China. Lo mismo que en Europa antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, aún abundan los convencidos de que la adherencia a un culto religioso o, si se prefiere, ideológico determinado les confiere el derecho a asesinar o esclavizar a quienes piensan distinto.

La mayoría de los políticos e intelectuales de los países de tradiciones occidentales suponen que sería un error muy grave permitir que el islam se viera sometido a críticas virulentas como las que durante siglos fueron dirigidas contra el cristianismo por pensadores laicos. Temen que oponerse a las creencias de las comunidades musulmanas que se han formado en Europa y algunas ciudades de América del Norte enojaría todavía más a fanáticos ya belicosos, razón por la que en algunos lugares cualquier señal de desaprobación se ve condenada como si fuera una expresión de odio racista. De más está decir que el paternalismo así manifestado, propio de quienes suponen que sería injusto juzgar la conducta de los musulmanes europeos según las pautas severas que aplicarían si se tratara de gente adulta, ha resultado contraproducente.

Lejos de sentirse gratamente impresionados por la voluntad de las elites occidentales de hacer concesiones a fin de acomodarlos, los islamistas, que cuentan con la ayuda financiera de países como Arabia Saudita, han aprovechado lo que toman por su debilidad para pedir cada vez más, lo que, desde luego, los ha ayudado a conseguir el apoyo fervoroso de una proporción importante de los jóvenes de familias musulmanas en Francia, el Reino Unido, Alemania, Bélgica, Holanda y otros países. Como debería haberse previsto, los intentos de apaciguar a los islamistas asegurándoles que, a pesar de las apariencias, son en el fondo pacifistas razonables que sólo quieren convivir tranquilamente con sus vecinos en un clima de respeto mutuo los han hecho pensar que, si continúan presionando, amenazando y, a veces, llevando a cabo ataques terroristas indiscriminados con un tendal impactante de víctimas, lograrán derrotar a los infieles. Puede que tales ambiciones sean delirantes pero, hasta que se enfrenten con una resistencia más firme por parte de las autoridades de los países en que viven, no tendrán motivos para abandonarlas.

Río Negro (Argentina)

 



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