07/10/2014 | Argentina - Mitos y falacias laborales
Gabriel Boragina
Las horas de trabajo obrero no reportan ninguna ganancia al capitalista. Ni aun en el caso que el empresario decidiera obligar a sus empleados trabajar las 24 horas del día los 365 días el año, obtendría ninguna “ganancia” o “lucro” de ese trabajo.
Si el producto de
dicha jornada laboral de 8.760 horas fueran -por ejemplo- discos de pasta o de
vinilo, el valor de esas 8760 horas de trabajo dedicadas a estas
"mercancías" sería exactamente igual a cero para el capitalista,
sencillamente porque -hoy en día- no tendría a nadie a quien venderle un
artículo semejante. En consecuencia, ningún capitalista obtiene ningún
"lucro desmedido” del trabajo obrero. Es más, ni siquiera obtiene “lucro”
alguno. El lucro del capitalista (y también el del obrero) no surge del trabajo,
de ningún trabajo, sino que emana del consumidor, nunca del trabajador.
Que las leyes laborales reduzcan las horas laborales no le hace "ganar
más" al empleado/obrero, porque las horas laborales -como vimos arriba- no
cuentan para nada en el valor final del producto o servicio. Lo que da “valor”
al trabajo no es su duración ni su extensión, sino su productividad, pero esta
productividad dependerá -a su turno- de la demanda del respectivo objeto
producido (producto). Si el artículo producido carece de demanda (como en el
ejemplo de los discos de pasta o de vinilo) la productividad laboral será
nuevamente igual a cero. Caso este en el que no gana nadie: ni el empresario,
ni el obrero/empleado, ni el consumidor. Por el contrario: pierden todos ellos.
En definitiva -como vemos- no existe nexo alguno entre la ganancia del
capitalista y el trabajo obrero/empleado. Sin embargo, si es cierto a la
inversa: el obrero/empleado obtiene una ganancia del capitalista, que de no
existir este jamás conseguiría. Si no existiera ningún capitalista sobre la faz
de la tierra, no habría ni obreros ni empleados. Estos quedarían obligados a
ser sus propios “empleadores”. Es decir, se retrotraería la situación social a
la época feudal y pre-feudal, en la que sólo había una economía de autarquía, o
sea, miserable y paupérrima al extremo, en la que cada uno deberíamos hacer
nuestros propios alimentos, zapatos, pantalones, camisas, casas, muebles, etc.
dado que esta era la situación previa de la gente a la Revolución Industrial. Obreros
y empleados deben su misma existencia como tales al capitalista. El capitalismo
rescató, de una vez y para siempre, a aquellas gentes de la vida miserable.
Lástima que luego el mundo dejó de lado el capitalismo.
Volviendo a la falacias laborales populares: si el trabajador trabaja “mas”
horas el empleador no gana “mas” dinero por este hecho.
Por estos mismos razonamientos, las leyes que fijan “salarios mínimos” tampoco
consiguen que los trabajadores ganen “mas” dinero, sino que pierdan sus puestos
de trabajo. Obtienen el efecto contrario al deseado por el legislador. A medida
que el “salario mínimo” sube el desempleo crece de modo más que proporcional.
Es una ley inexorable de la economía contra la que el legislador nada puede
hacer para cambiarla.
Nuevamente: porque si las ventas finales son inferiores a la cuantía del total
de salarios pagados por el producto invendido el capitalista incurrirá en
pérdidas.
Numéricamente: si por una silla el capitalista debe pagar (forzado por
legislación laboral) un salario mínimo (por ejemplo) de 100.- al obrero
carpintero, pero la silla se termina vendiendo en el mercado al precio de 50.-
(precio supuesto de mercado) al no poder ajustar el salario a una cifra menor a
50.- la única salida que la ley laboral le deja al capitalista es despedir al
obrero carpintero. Lo que es exactamente igual a decir que las leyes de
“salario mínimo” generan desocupación. En realidad, son las mismas leyes del
trabajo las que originan la llamada precariedad laboral. Si el empleador quiere
subsistir como tal (en el ejemplo de la silla, o cualquier otro) deberá
contratar “en negro” a quien esté dispuesto a trabajar por el salario de
mercado (menor de 50.-). El empleador puede subir el salario y tomar más
empleados “en blanco” sólo en dos casos:
1. Que las ventas de sillas superaran los 100.- por unidad vendida, más un
margen de ganancia razonable para el empresario.
2. Que se derogue el “salario minino” para la actividad.
De no darse los supuestos 1 y 2, la única alternativa que la ley le da al
empleador para subsistir como tal es despedir mano de obra “en blanco” y
contratarla “en negro”. Resultado al que las mismas leyes laborales empujan a
los empresarios y empleadores en general, posiblemente como efecto “no querido”
por el legislador laboral, pero las leyes económicas operan de todos modos, con
independencia de los deseos y la voluntad del legislador humano. A diferencia
de las leyes jurídicas, las leyes económicas son de cumplimento inexorable e
irreversible. Jamás pueden ser violadas impunemente por nadie, ocupe la
posición de poder que ocupe.
Otro ejemplo demostrativo de la manera en que las leyes laborales precarizan la
situación del obrero/empleado es el siguiente: generalmente, estas leyes
establecen indemnizaciones por despido que crecen en cuantía conforme aumenta
la antigüedad del empleado en el puesto de trabajo. Esta legislación tiene dos
efectos inmediatos:
1. Por el primero, constituye un poderoso incentivo a que el obrero/empleado se
interese más en acumular años en el puesto, que a trabajar en sí. “Calentar un
asiento" por X cantidad de años en una oficina o una fábrica, le generará
una indemnización suculenta.
2. Del lado del empleador, la misma norma opera como incentivo para despedir
personal con poca antigüedad, lo que crea una elevada rotación de empleados.
En suma, el resultado de disposiciones de este tipo origina una altísima
inestabilidad en el empleo, hoy llamada precariedad laboral.
En materia laboral es donde más se verifica el famoso refrán que dice que “El
camino al infierno está sembrado de las mejores intenciones”. Estas “buenas
intenciones” de los legisladores laborales conducen al obrero/empleado a un
verdadero infierno laboral, del cual el único retorno es volver al pleno empleo
del capitalismo.
Fundación Atlas 1853 (Argentina)
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