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14/10/2014 | Raúl Castro y la corrupción

Carlos Alberto Montaner

Esto es, en síntesis, lo que se ha publicado:

 

Cy Tokmakjian un empresario canadiense de 74 años, presumiblemente de origen armenio, llevaba dos décadas haciendo negocios en Cuba, pero fue condenado a 15 años de cárcel por (supuestamente) sobornar a funcionarios cubanos.

En la redada —de acuerdo con Reuters— fueron apresadas, además, 16 personas. Otros dos canadienses, cinco empleados cubanos y nueve funcionarios del gobierno. En el grupo hay un viceministro del azúcar, Nelson Labrada, con el que se ensañaron, seguramente como una advertencia general. Lo condenaron a 20 años.

De acuerdo con el informe a que tuvieron acceso los periodistas, a Labrada le regalaron un televisor de pantalla plana, le pagaron unas vacaciones en Canadá y lo llevaron a un casino en Toronto donde jugó y ganó 2.500 dólares. En Cuba, ya le habían obsequiado una piscina plástica y una parrilla. En el lenguaje coloquial cubano era un “pacotillero”. Si existió corrupción fue de poca monta.

Escarmiento

En todo caso, Raúl Castro cree en el escarmiento como forma de mantener la autoridad. Utiliza a Labrada para mandar un mensaje. Él y su hijo Alejandro Castro Espín están decididos a terminar con los delitos contra la economía nacional mediante una dosis de terror en el campo administrativo. Son dos versiones tropicales de Maximiliano de Robespierre, pero muy distorsionadas y llenas de contradicciones.

Para ellos ese comportamiento —la corrupción— pertenece a la permisiva era de Fidel (Fidel se parece más a Georges Danton, de quien se dice que pagó por un cargo en el Consejo del Rey Luis XVI, aunque luego pidiera su cabeza). Los raulistas lo afirman desdeñosamente a media lengua: “Eso ocurría antes”. “Antes” es la palabra clave. “Antes” quiere decir cuando Fidel gobernaba.

El Comandante era más político, más manengue, regalaba vistosos relojes Rolex a sus subordinados, o les daba autos Alfa Romeo, o se hacía de la vista gorda cuando Ramiro Valdés se asignaba una casa con piscina y gimnasio en Santa Fe, o cuando el general Guillermo García Frías utilizaba dos yates suntuosos para sus francachelas.

Si Fidel, gran malversador de los recursos públicos, disfrutaba de 50 residencias suntuosas, coto privado de caza, y yates de lujo para pescar, si la Isla era suya del hocico al rabo, podía entender que la manera de mantener viva la lealtad de sus subordinados era alternando la intimidación con recompensas materiales. Él sabía que el discursito revolucionario del “hombre nuevo” que predicaba el Che Guevara era una tontería.

Esta diferencia entre las posiciones de Fidel y Raúl con relación a la corrupción comenzó desde los primeros días del triunfo de la revolución. En sus memorias inéditas, Benjamín de Yurre, recientemente fallecido, secretario personal de Manuel Urrutia, el primer presidente de Cuba tras la huida de Batista (enero a julio de 1959), cuenta que estaba de visita en el despacho de Camilo Cienfuegos, situado en una suite del Hotel Riviera, cuando Raúl entró como una tromba, rodeado por sus guardaespaldas, e increpó al popular comandante echándole en cara sus borracheras y orgías con el dinero de la revolución. Camilo le respondió airadamente y trató de sacar su pistola cuando el capitán Olo Pantoja se interpuso y los guardaespaldas de Raúl y de Camilo los separaron. De Yurre se evadió discretamente de aquella peligrosa trifulca.

A Fidel, en cambio, le traía sin cuidado el comportamiento de Camilo. Para Fidel la corrupción era un arma de gobierno y se extendía al campo internacional. Usaba el dinero del país para “hacer revolución”. ¿Qué era eso? Con frecuencia, era expandir su influencia con los recursos de los cubanos. Era darles cientos de miles de dólares a las guerrillas, a los terroristas, o a los candidatos amigos durante los periodos electorales, a sabiendas de que una parte importante de esa plata se quedaba en el camino. Era invitar a cincuenta diputados mexicanos para que disfrutaran de Tropicana. Era convocar a cientos de personas, con todos los gastos pagados, para alinearlos tras alguna consigna política, o, simplemente, para que lo aplaudieran.

A Fidel le encanta que lo aplaudan. Tiene y alimenta con ese ruido su ego descomunal. Raúl, en cambio, posee conciencia de sus muchas limitaciones y es menos vanidoso. Entre sus defectos, no es de los menores su tosco desconocimiento de la naturaleza humana, lo que le llevó en los años sesenta a proponer y llevar a cabo el cruel apresamiento de miles de jóvenes acusados de homosexualismo y “otras conductas antisociales”, formas de corrupción burguesa que él iba a corregir con durísimos trabajos agrícolas en los campos de concentración de la UMAP.

En definitiva, Fidel incurría en el terreno político, y para sus fines políticos, en las mismas prácticas delictivas por las que ahora Raúl acusa a Cy Tokmakjian en el campo empresarial. Sus intereses serían diferentes, pero sus métodos y su burla de las leyes son similares. ¿De dónde salía el dinero para “hacer revolución”?¿De qué presupuesto? ¿Quién lo fiscalizaba? Por la centésima parte de esa retorcida conducta las cárceles de medio planeta están llenas de funcionarios venales que incumplen las leyes.

La corrupción de Raúl

¿Y Raúl? ¿Advierte Raúl que cuando les alquila miles de profesionales de la salud a otros países y les confisca el 90% del salario está incurriendo en una falta tipificada en los acuerdos de la Organización Internacional del Trabajo de donde pueden deducirse consecuencias penales?

Pedirle 55 millones a la familia o a la empresa de Cy Tokmakjian a cambio de su libertad ¿no es un clarísimo delito de extorsión típico de las mafias?

Quedarse con una parte sustancial de la plata que les produjo a los montoneros argentinos el secuestro de los acaudalados hermanos Born —sesenta millones de dólares— ¿no es complicidad con un gravísimo delito?

Amenazar con la cárcel a los empresarios a los que el gobierno cubano les debe dinero —como sucede con algunos exportadores panameños de Colón— si no les condonan las deudas a la Isla ¿no es un comportamiento gangsteril?

No es verdad que Cuba les debe 500 millones de dólares a los exportadores panameños de la ciudad de Colón. Son casi 5000, y algunas deudas se arrastran desde hace más de 30 años, como me contó, indignado, uno de esos comerciantes atrapado entre la deuda, el miedo y la amenazada familia que ya formó en Cuba.

El mecanismo es diabólico: la manera de hacer negocios en Cuba es mediante la trampa y el amiguismo, dos conductas delictivas. Donde las reglas son deliberadamente opacas, en donde los tribunales son un brazo de la policía política, y en donde no funcionan el mercado y la competencia, sino el favoritismo, ¿qué otra forma hay de desarrollar actividades comerciales de una cierta envergadura?

No obstante, esos comportamientos corruptos son bienvenidos … pero sólo mientras al gobierno le conviene. Cuando llega la hora de ajustar cuentas comienza el calvario de los empresarios, a quienes someten a toda clase de chantajes y extorsiones. A fin de cuentas, Fidel y Raúl —en eso coinciden— sienten el mayor de los desprecios por los hombres de empresa que persiguen fines egoístas. Ellos, supuestamente, son revolucionarios puros a los que no les queda otro remedio que admitir a una gentuza deleznable para salvar la revolución.

La corrupción cubano-venezolana

Pero ahí no terminan las contradicciones: Raúl Castro y su gobierno participan y se benefician de la corrupción venezolana. Le venden a Caracas medicinas caducadas o a punto de caducar. Triangulan operaciones de compraventa, intermediando innecesariamente entre Venezuela y los suministradores reales para aumentar el valor de las importaciones y ganarse una comisión que se reparten con los venezolanos corruptos.

En el colmo de la desfachatez, Cuba le ha facturado a Venezuela nada menos que equipos de perforación petrolera por el doble de lo que costaría hacerlo directamente con las empresas chinas, indias o europeas que se dedican a esos menesteres. Son las “empresas de maletín”, como dicen los venezolanos, cuyo único papel es encarecer las compras de bienes y servicios a costa de la indefensa sociedad venezolana para beneficio de personas y entidades deshonestas.

¿Cree Raúl Castro que puede haber un Estado medularmente corrupto, como son Cuba y Venezuela, con funcionarios honrados que cometen delitos pero no lucran con ello? ¿No le importa estafar al pueblo venezolano con esas desvergonzadas prácticas? ¿Supone que es menos delito robar para beneficio del Estado cubano que para sí mismo?

Es obvio que Raúl Castro tiene una noción muy limitada y extraña de lo que es o no corrupción. Cuando un empresario extranjero soborna a un funcionario y al gobierno le conviene, lo deja actuar. Cuando le parece, lo reprime. Cuando la dictadura necesita recursos (que es siempre) viola todas las leyes y nadie es responsable por ello.

Una de las principales lecciones que se derivan de todo esto es obvia: al margen del dudoso razonamiento de quienes aseguran que, al fomentar una suerte de capitalismo de compadreo y chanchullo, se producirán cambios políticos a largo plazo, desde un punto de vista estrictamente empresarial se percibe que hay que ser muy ingenuo o estar muy desinformado para invertir en ese país. Ninguna persona medianamente sensata le entrega sus ahorros a Al Capone.

Firmas Press (España)

 


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