Sin embargo, aunque el recuento de los votos procedió con lentitud exasperante debido, según las autoridades correspondientes, a un ataque informático y otros problemas "logísticos", nadie supuso que los simpatizantes de Evo hubieran perpetrado un fraude en escala masiva. El resultado definitivo coincide prácticamente con el anunciado en base a las encuestas en boca de urna que le atribuyeron el 60% de los sufragios. Hubiera sido realmente asombroso que no consiguiera suficientes como para eliminar cualquier duda acerca de la legitimidad del triunfo electoral. Su popularidad, fruto de una multitud de medidas simbólicas que han servido para levantar el ánimo de la mayoría indígena tradicionalmente marginada por una elite de origen europeo o mestizo, es tan evidente como el progreso económico y social que se ha registrado en los últimos años.

Si bien Evo nunca se ha destacado por su respeto por los detalles constitucionales, el consenso es que ha manejado la economía de su país con más sensatez que sus presuntos compañeros bolivarianos de Venezuela o, huelga decirlo, que nuestra presidenta Cristina Fernández de Kirchner, los que, como es natural, no tardaron en enviarle mensajes para felicitarlo por la re-reelección. Con todo, aunque Nicolás Maduro y Cristina creen que Evo es un militante chavista más, a diferencia de ellos ha sabido distinguir entra la verborragia populista por un lado y los intereses del pueblo boliviano por el otro. En este ámbito, el expastor de llamas se ha asemejado mucho a otro presidente latinoamericano de origen habitualmente calificado de "humilde", el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva que, más consciente que los teóricos progresistas de clase media de lo que necesitaban los pobres e indigentes, se resistió a perder el tiempo en aventuras económicas fantasiosas.

Hasta ahora, los resultados de la gestión de Evo han sido muy positivos, ya que la economía boliviana ha seguido creciendo a un ritmo envidiable, se ha disminuido la pobreza extrema, las reservas del Banco Central son de aproximadamente 14.000 millones de dólares, la deuda externa ha bajado mucho y la tasa de inflación anual es levemente superior al 5%. Aunque en opinión de los adversarios de Evo los éxitos que ha anotado se deben más a una coyuntura internacional muy favorable que a su capacidad administrativa, ya que Bolivia depende demasiado de la venta de gas y otros recursos naturales, no cabe duda de que el país ha progresado bastante en los últimos años, a diferencia de Venezuela y Argentina que, a pesar de las ventajas proporcionadas por el boom de los commodities, se las arreglaron para dejar pasar una oportunidad acaso irrepetible para que sus países respectivos emprendieran un proceso de desarrollo sustentable. Mientras que Bolivia parece estar en condiciones de soportar sin dificultades excesivas una eventual caída del valor de sus exportaciones, no puede decirse lo mismo de Argentina y Venezuela.

Siempre y cuando Bolivia no experimente una crisis política o económica muy grave en los próximos años y que lo permita su propia salud, Evo seguirá en el Palacio El Quemado hasta el 2020, pero sería poco probable que se mantuviera fiel al credo bolivariano que tanto lo entusiasmó hace ocho años, a inicios de su gestión presidencial. A pesar de contar con reservas petroleras inmensas, Venezuela parece destinada a hundirse en la miseria a causa de los errores grotescos de sus gobernantes; de continuar cayendo el precio del único producto que sabe exportar, el colapso no tardará en producirse. En cuanto a Argentina, no cabe duda alguna de que el próximo gobierno, sea peronista, progresista o centroderechista, será radicalmente diferente del kirchnerista y tratará de manejar la economía según criterios que merecerían la aprobación de Evo que, a juzgar por lo que ha hecho, ha entendido que la retórica antiimperialista es una cosa pero administrar la economía de un país pobre, otra muy distinta.