A los más jóvenes incluso les extrañará, pero hace apenas veinte años la palabra ‘mara’ estaba vacía de connotaciones negativas. La eclosión de las pandillas juveniles y su posterior radicalización (alentada por políticas gubernamentales populistas) cambiaron su significado… quizá para siempre.
Mara es un salvadoreñismo aceptado por la Real
Academia Española desde el año 2001. La primera acepción recogida en su
diccionario es “pandilla de muchachos”, y es de uso corriente en países como
México, Guatemala y Honduras. La segunda acepción –“gente, pueblo, chusma”– se
circunscribe a El Salvador. Sin embargo, la palabra se ha contaminado tanto en
dos décadas, ha adquirido connotaciones tan negativas, que incontables
salvadoreños han renunciado a utilizarla para referirse al grupo cercano de
amistades. También se está perdiendo el uso como sinónimo de gente, pueblo.
De la palabra mara se abusa. En México incluso la usan
en masculino; los maras, yerran. En círculos especializados hay cierto consenso
para usarla solo para definir las pandillas asentadas en el Triángulo Norte
centroamericano (Guatemala, Honduras y El Salvador) y una estrecha franja del
sur de México, para referirse a la particularísima evolución que tuvieron esos
grupos. Así delimitadas, pandillas o gangas hay en todo el
continente americano, en el mundo entero, pero el fenómeno de las maras hoy por hoy sería
irreplicable en Sudamérica, en Europa y tampoco en Estados Unidos, por más que
se empeñen académicos agoreros y periodistas sensacionalistas.
El paradigma para tratar de explicar estos matices es
El Salvador. Pandillas –entendidas como grupos de jóvenes con una identidad
común, de comportamiento violento y asentados en un barrio o colonia– había
antes de la firma de los Acuerdos de Paz, enero de 1992, pero el bum sobrevino
después. Rolando Elías Julián Belloso, médico, comandante guerrillero en
Morazán, integrante de la primera promoción del nivel superior de la Policía
Nacional Civil y responsable de la delegación policial de San Miguel entre 1995
y 1999, recuerda las pandillas originarias y recuerda la eclosión posterior.
“Pues hablando en español –dice–, lo que pasó fue que miles de bichos se fueron
analfabetos a Estados Unidos y regresaron pandilleros”. Aunque el salto
cualitativo, lo que podría considerarse la transformación de pandillas a maras,
lo ubica una década después: “Independientemente de las causas sociológicas,
económicas, familiares, porque yo soy policía, para mí lo que genera el
crecimiento de las pandillas es el Mano Dura”. El Plan Mano Dura en El Salvador
y sus similares en la región, las políticas gubernamentales en materia de
seguridad pública que se implementaron bien entrada la primera década del siglo
XXI, cuyos ejes cuasi únicos eran la represión indiscriminada y la propaganda.
Ese elemento, el manodurismo –y no se trata de una opinión personal
del comisionado Julián Belloso– es el que en mayor medida alentará la
metamorfosis.
Barrio 18 y Mara Salvatrucha, las dos gangas que
terminaron adueñándose del fenómeno en El Salvador, tienen su origen en el área
metropolitana de Los Ángeles. Sucede lo mismo con otras pandillas que a inicios
de los noventa germinaron en territorio salvadoreño, como La Mirada Locos 13,
San Fer 818, Crazy Riders 13, Playboys 13, Pacoimas o White Fence, todas
levantadas por salvadoreños brincados en Estados Unidos. Con
la primera oleada de deportados viajaron códigos y rituales que influyeron en
las pandillas autóctonas que ya operaban –las menos– y en las que surgieron
aprovechando la ola –las más–. El listado de nombres es infinito: Mara 42, Mara
La Línea, Mara Tridente, Mara Máquina, Mara 80, la Mao-Mao, Mara B1, Mara
Gallo, Mara El Río, Mara Triller, Mara Nosedice, Mara AC/DC, Mara Chancleta,
Mara Santuario, Mara Fuerza 3, Mara Morazán... Maras, todas ellas, entendidas
como pandillas de muchachos, porque aún, y contra la explicitud del nombre, no
eran lo que son.
Conviene reiterar
y condensar las tres ideas elementales: en el arranque del fenómeno, los
deportados resultaron el detonante imprescindible, y la posguerra, el escenario
sine qua non; pero pasó una década larga –una década en la que el Estado y la
sociedad en su conjunto pudieron haber desempeñado otro rol– hasta que Gregor
Samsa despertó transformado en insecto monstruoso.
(San Salvador, El
Salvador. Agosto de 2014)