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29/10/2014 | Gobernar un Brasil dividido

Hernán Pérez Loose

Eso es lo que la presidenta Dilma Rousseff tendrá que enfrentar luego de su reelección presidencial. Tan cierto es esto que la noche del domingo pasado, luego de conocer de su apretado triunfo (52% versus 48% de su rival), ella hizo una curiosa declaración que revela su preocupación.

 

Refiriéndose al resultado, Dilma dijo: “No creo que esto responda a una división de Brasil…”, y que más bien se debería a “sentimientos contradictorios”. Pero no es fácil dorar la píldora. Brasil no se dividió durante las elecciones. El país ya lo estaba antes de la campaña, y ciertamente se agrietó más durante ella.

Brasil tendrá oposición por primera vez en doce años. Desde que llegó al poder el Partido de los Trabajadores en 2003, y puso a Lula da Silva en la presidencia –luego de haber sufrido varias derrotas en su carrera política–, hasta la noche del pasado domingo, la oposición ha sido débil, fragmentada pero sobre todo temerosa. Temerosa de no enfrentar al oficialismo por no agudizar los conflictos sociales; y en parte porque, después de todo, la política económica neoliberal de la época de Cardoso permaneció prácticamente intocada en lo esencial durante los años de Lula.

Pero las cosas han cambiado. Dilma se enfrenta no solo con un Congreso ingobernable, sino con un líder de enorme popularidad que ha mostrado asombrosa energía y decisión. Enfrenta una nación que reclama cambios (incluyendo quienes votaron resignados por ella) en lo político y económico. Y además, se enfrenta a un país donde algunas instituciones también le han perdido miedo al oficialismo. Tal es el caso del sistema judicial.

El escándalo del “mensalao” (en referencia a una mensualidad secreta que recibían varios diputados desde el Ejecutivo…) explotó en 2005, cuando Lula estaba en su primer periodo. Sin embargo, nada significativo en términos judiciales sucedió. Lula salió ileso políticamente, y el partido social demócrata –la segunda fuerza política del país– optó por no atacarlo directamente. Eso, unido a su popularidad, le facilitó su reelección y su sobrevivencia política. Hasta que hace dos años el Tribunal Supremo en un hecho sin precedentes aplastó el acelerador al proceso, y dictó una sentencia histórica contra varios personajes cercanos al propio Lula.

Dilma probablemente no tenga la misma suerte. Hace pocos días el juez que investiga el escándalo de los pagos políticos por parte de Petrobras, llegó a un convenio con los acusados para que a cambio de una rebaja de sus condenas, delaten a todos los involucrados en el affaire. Inclusive antes de este acuerdo, los acusados admitieron que los principales beneficiarios eran varios jerarcas del partido oficialista.

Uno de los mensajes más salientes de la campaña de Dilma fue crear temor en las clases populares de que si ganaba su rival perderían los beneficios económicos y sociales que había logrado durante los últimos años. Y al parecer funcionó. El problema que ahora tiene Dilma es que la otra mitad del Brasil ha perdido el miedo. Y reclama cambios que difícilmente ella podrá satisfacer.

El Universo (Ecuador)

 



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