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06/11/2014 | Brasil - Consejos para Dilma

América Economía Staff

La reelección de Dilma Rousseff como presidenta de Brasil, hasta el año 2018, trajo inicialmente una caída de más de 6% en el índice bursátil Bovespa al día siguiente de los comicios. Al cierre del día, la baja llegaba al 3%, mientras que el real se había devaluado una cifra similar.

 

La reacción del mercado fue elocuente. También acertada: cuatro años más de lo mismo es mala noticia para Brasil. AméricaEconomía apoyaba al candidato centroderechista Aécio Neves y lamenta que no haya sido él quien ganara los comicios. El país necesita con urgencia implementar las reformas que Aécio proponía, pero sólo consiguió convencer de ello al 48% de los votantes.

La economía brasileña creció 7,5% el año en que Dilma llegó por primera vez a la presidencia. El país competía de igual a igual con China, India y Rusia, sus socios en ese selecto club de grandes naciones emergentes de alto crecimiento, conocido como los BRICs. Hoy, el chiste que corre es que el club ha cambiado de nombre de BRICs a MRICs, porque Brasil se fue al suelo y el gran emergente ascendente se llama México.

Lo cierto es que el alto crecimiento de Brasil terminó tras llegar Dilma al poder. El país está hoy técnicamente en recesión -dos trimestres sucesivos de contracción económica- y el FMI acaba de corregir hacia abajo, de 1,3% a 0,3%, su predicción de crecimiento para su economía este año.

Pero no es justo echarle toda la culpa al gobierno de Dilma. Brasil, como casi todos los países latinoamericanos, ha sido golpeado por la caída en los precios de las materias primas. Pero la desconfianza que Dilma muestra hacia los mercados y la empresa privada no ayuda al país. Interviene precios, multiplica subsidios y ejerce un micromanagement innecesario y destructivo, al tiempo que no presta suficiente atención a los verdaderos problemas del país: su infraestructura desfalleciente, un sistema tributario que castiga más que gravar, los altísimos costos de establecer negocios, un sistema público de pensiones que beneficia a unos pocos a costa de todos; una legislación laboral que pretende beneficiar a los trabajadores, pero traba el empleo; una desastrosa red de transporte público en grandes áreas del país y unos niveles de burocracia que harían palidecer a Kafka. Todos esos problemas son estructurales y Dilma ciertamente no los creó. Pero es responsable de no haberlos enfrentado.

De lo que Dilma sí es culpable, en toda la línea, es de no haberse contentado con ser presidenta y haber decidido ser también ministra de Hacienda. Y en Hacienda lo ha hecho muy mal.

Lo que la presidenta tiene a su favor es un diversificado abanico de programas sociales, en su mayoría iniciados por su antecesor Lula, que han sacado de la pobreza a decenas de millones de brasileños. Ellos incluyen el masivo y exitoso Bolsa Familia, que todos los meses da un subsidio directo a 14 millones de familias, al que se suman programas de vivienda social de bajo costo, becas estudiantiles y servicios subsidiados de agua y electricidad para las zonas pobres.

Los avances de los gobiernos de Lula y Dilma en términos de reducir la pobreza han sido grandes y en ellos radica la explicación de por qué el 51% de los brasileños volvió a votar por ella. No es casualidad que la presidenta haya ganado con los votos del nordeste, donde están los bolsones de pobreza que más se benefician de los programas que exitosamente ha implementado el PT. La candidata ganadora también logró convencer a esos electores de que las reformas pro crecimiento y pro empresa privada que propugnaba Aécio iban a hacerles daño en vez de beneficiarlos.

Y una mayoría de los votantes le creyó también a Dilma porque no sienten todavía el impacto del frenazo económico. Pero lo van a sentir. Y pronto.

Dilma perdió en el sureste, donde se generan la riqueza y el crecimiento del país. Es ahí donde el gobierno recauda el grueso de los impuestos, particularmente en el Estado de Sao Paulo, el corazón de los negocios de Brasil.

En este escenario, la presidenta reelecta debiera darse cuenta de que su mejor opción sería, en primer lugar, nombrar ministro de Hacienda a alguien competente que diera confianza a los mercados. Guido Mantega ha declarado que no seguirá en el cargo y hay versiones de que sería sustituido por Aloizio Mercadantes, el actual jefe de gabinete. Esto significa que en los hechos Dilma seguirá siendo ministra de Hacienda, lo cual es una pésima noticia para los mercados y el futuro económico de Brasil.

En segundo lugar -y no menos importante-, Dilma debería incorporar a su gobierno varias de las propuestas de Aécio Neves. Debiera tomar en cuenta que casi la mitad de los electores votó por por esas propuestas y actuar conforme a ello si quiere gobernar para todos los brasileños. No sería la primera vez que un mandatario de izquierda se vuelve pragmático y gobierna con un programa de derecha. Hasta cierto punto, es lo que hizo el izquierdista Lula al llegar al poder en 2002: puso en marcha los programas sociales que había prometido, pero no enajenó al sector privado como muchos temían.

Eso es lo que Dilma debe hacer, pero es difícil que lo haga. Hasta ahora ha mostrado desconfianza en el mercado y porfiada obstinación. Es una pena, porque emprender las reformas estructurales que Brasil necesita es lo mejor que podría hacer por Brasil, por el futuro del PT e incluso por ella misma. Y dada la importancia de Brasil en la región, si Dilma emprendiera las reformas que su país requiere, de paso le haría un gran favor a América Latina.

América Economía (Chile)

 



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