Tal forma de interpretar la decisión del presidente Barack Obama tendría sentido si fuera posible saber lo que realmente piensa la mayoría de los cubanos que han permanecido en su país pero, por razones nada misteriosas, la dictadura de los hermanos Castro nunca ha tenido interés alguno en permitirles expresarse a través de elecciones libres u opinar en medios independientes. Así y todo, aunque los opositores internos al régimen comunista y muchos republicanos norteamericanos han protestado contra la apertura, atribuyéndola a la hipotética voluntad de Obama de respaldar una dictadura que se afirma izquierdista, no cabe duda de que beneficiará a millones de víctimas de un experimento socioeconómico malogrado que sólo ha servido para depauperarlos.

Es lo que a buen seguro espera el octogenario presidente Raúl Castro que, desde que sucedió a su hermano mayor, Fidel, en febrero del 2008 como presidente de Cuba, está procurando reavivar una economía moribunda sin apartarse demasiado de los severos dogmas revolucionarios defendidos por los ultraconservadores fieles a sus convicciones o a los privilegios que, como es tradicional en los países comunistas, les ahorran la necesidad de compartir las penurias sufridas por sus compatriotas. Según los voceros del régimen y sus muchos amigos en otras partes del mundo, el fracaso económico fue causado exclusivamente por lo que llaman "el bloqueo" norteamericano, aunque sólo se ha tratado de un embargo unilateral puesto que, a pesar de los intentos del tesoro norteamericano de impedirlo, los europeos, canadienses, chinos, japoneses y, claro está, latinoamericanos han podido comerciar con la isla. Aunque el futuro del embargo dependerá de la actitud asumida por el Congreso estadounidense que, dominado hasta nuevo aviso por los republicanos, parece resuelto a mantenerlo por cierto tiempo más, convendría que lo ablandara; los más perjudicados por las barreras comerciales no son los castristas, que han sabido aprovecharlas políticamente, sino los cubanos que tienen que conformarse con salarios miserables y los muchos empresarios norteamericanos que quisieran abrir negocios en un país que, bien gobernado, podría recuperar el lugar que ocupó antes de la revolución como uno de los más prósperos de América Latina al lado de la Argentina de los años cincuenta.

Para justificar el restablecimiento de relaciones diplomáticas y el eventual aumento de los vínculos económicos, Obama ha dado a entender que no es su intención ayudar a la gerontocracia comunista a perpetuarse en el poder sino posibilitar una transición pacífica hacia la democracia. Acaso la mejor manera de hacerlo consistiría en estimular el intercambio comercial, ya que la llamativamente exitosa comunidad cubana en Estados Unidos cuenta con recursos humanos y económicos más que suficientes para aspirar a emular a los alemanes occidentales que, merced a la superioridad aplastante de su propio sistema, terminaron apoderándose de la zona oriental de su país, con la diferencia de que los norteamericanos de origen cubano no se verían obligados a sacrificar nada para subsidiar a los empobrecidos por décadas de comunismo. Asimismo, el que el paso dado por Obama haya coincidido con el desplome económico de Venezuela, que a raíz del colapso del precio del crudo ya no está en condiciones de continuar entregando a Cuba una cantidad sustancial de petróleo para vender en el mercado internacional y de tal modo atenuar los costos de las deficiencias del "modelo" neoestalinista, significaría que al régimen no le sería tan fácil resistirse a la liberalización económica y, dentro de poco, política y cultural que sería necesaria para que se insertara en el orden globalizado que, mal que les pese a los izquierdistas, sigue girando en torno a Estados Unidos.