29/12/2014 | Argentina - El modelo y el relato, en terapia
Hugo E. Grimaldi
Cristina, modelo y relato: con dos de estos tres pilares en terapia, Boudou y Kicillof debilitan aun más al gobierno.
A un año del recambio
institucional, el Gobierno mantiene aún con cierta firmeza sólo una pata del
trípode crucial de la estructura que supo crear: un modelo para cambiar el
fondo institucional de la Argentina, un relato para convencer y una Presidenta
para ejecutar.
Está muy claro además que, aún en la notoria soledad que eligió para gobernar,
pese a todo su desgaste político y sin tener demasiadas precisiones sobre si su
salud la acompaña, es Cristina Fernández hoy quien, de los tres pilares, la que
mejor se sustenta, ya que mantiene un caudal de apoyo muy alto para estas
épocas de un mandato presidencial.
¿Cómo puede ser que alguien que lleva siete años de gobierno y carga con cuatro
y medio anteriores del mismo signo que pilotó su propio marido pueda quedar aún
bien parada, cuando dos de los tres fundamentos de su esqueleto político se
derrumban? Para algunos analistas es porque la ha ayudado bastante el “efecto
Francisco” e interpretan que, por hartazgo, buena parte de la sociedad, la más
moderada, tiene paciencia gandhiana y espera cruzada de brazos a que su período
termine “en paz”.
En uno de los extremos, para el kirchnerismo más fanático, esa misma fortaleza
de imagen que muestran las encuestas es la que la habilita para ser la garantía
de la continuidad y es la que estaría impulsando a todo el arco opositor (y
allí meten a los partidos, a los jueces, sindicalistas y empresarios, a los
medios, etc.) a socavar su prestigio. Y también están los ultra anti-K que
construyen desde el otro lado poco y nada y ya no le perdonan ni una sola al
Gobierno.
Por lo que se observa, y es parte del mérito, por un lado o por el otro, la
política sigue girando alrededor de la Presidenta y de su agenda cada vez más
autoreferencial y sectaria, pero apoyada en la mayoría legislativa que aprueba
todo lo que le ponen por delante. Igualmente, queda todo un año por delante
para ver cómo ella procesa el estrés, que es mucho, por diversos motivos,
familiares, políticos y económicos.
De las otras dos columnas, la primera que se desgajó fue la del “modelo”,
planeado desde lo político en la búsqueda de la hegemonía institucional propia
del populismo, en el garantismo judicial, en ganar la calle y copar el Estado,
con una amalgama económica basada en la industria nacional, la sustitución de
importaciones, el vivir con lo nuestro, la distribución de subsidios para
impulsar la inclusión social y el apuntalamiento de la ciencia y la tecnología.
Salvo en este último ítem, y sólo desde la lógica de los resultados, a esta
altura se hace muy difícil por los kirchneristas de a pie bancar la pobreza, la
inflación, la droga y la inseguridad, sobre todo, sin contar los desaguisados
energéticos, agropecuarios y educativos del período.
En verdad, aquello que le dejó Néstor Kirchner a la Presidenta (superávits
fiscal y comercial y el llamado “desendeudamiento”) ya no existe más, debido
esencialmente a sus propios problemas de timing, cuando ordenó el “vamos por
todo” en lo político sin cuidar los fundamentos económicos, pero también por su
flagrantes errores en cuanto a la elección de algunas personas que actualmente
la acompañan.
Encandilada en ambos casos, Cristina se compró un grave problema institucional
con la oportunidad que le dio a Amado Boudou, ya que el vice llegó al Gobierno
no sólo con su guitarra y su sonrisa seductora, sino que aterrizó con las mañas
de su pasado a cuestas, quizás exacerbado su accionar por lo que creyó eran las
luces de la impunidad.
También le pasó algo similar con el cheque en blanco que le extendió al
ministro de Economía, Axel Kicillof. De esa forma, la Presidenta adquirió otro
obstáculo de carácter técnico que la llevó a esta crisis, ya que puso a un
economista preparado académicamente para manejar un Airbus a pilotar un Jumbo.
“Le queda grande el cargo”, acaba de decir el titular de la UIA, Héctor Méndez.
Ante ambos personajes, hay que apuntar que quienes más reparos tienen frente a
tantos desaguisados son los propios precandidatos del kirchnerismo, Daniel
Scioli en primer lugar, ya que calculan que serán dos lastres difíciles de
llevar a la cola si se lanzan de lleno a la campaña electoral. Ni que decir de
algunos gobernadores peronistas que, por ahora, están como en los viejos cines
cuando se cortaba la proyección: zapatean despacito debajo del asiento.
Un tercer elemento que, sumado a su crecimiento patrimonial, terminó de
desestabilizar emocionalmente a la Presidenta, fue comprobar que las empresas
familiares hacen agua por los cuatro costados y que los socios o amigos o
eventuales testaferros de su marido hicieron todo mal aquí y en el exterior y
que ahora, los coletazos involucran hasta a su propio hijo.
Pero, hay más para apuntar sobre la degradación kirchnerista porque, a juzgar
por algunos sucesos verificados durante la última semana, no sólo sucumbió la
columna intelectual del “modelo”, sino que quedó en claro cómo los argumentos
para apuntalar tamaño edificio se debilitan cada vez más.
Con el síndrome del pastorcito mentiroso a cuestas, es bien notorio que ya hace
unos meses el “relato” kirchnerista, el segundo punto fuerte de estos años, se
ha vuelto repetitivo y que está al punto del hervor. La señal más clara es que
como nunca antes los dichos K se basan en la subestimación. Una cosa es la
militancia -y esto vale también para la prensa más cercana al Gobierno- y otra
menospreciar la inteligencia de los demás.
La deuda no canjeada, bancar el caso judicial de cuño doméstico del
vicepresidente (surgen 10 anomalías graves en la transferencia de un automóvil
que no quiso reconocer como bien ganancial en un divorcio) que muchas mujeres
dicen que lo pinta de cuerpo entero, la defensa del “curro” de los derechos
humanos, el apuro por sacar leyes antes de fin de año y meter camporistas en el
Estado, la guerra abierta contra los jueces federales por los temas de corrupción
o las diatribas contra el “Índice Congreso” y el sindicalismo opositor por la
inflación son frentes a los que, por desesperación o por ineptitud, nunca se
les encuentra la vuelta en las explicaciones.
Para rebatir todas esas críticas, en estos días se le han opuesto como nunca
antes justificaciones (echarle la culpa a los demás es un clásico), deslices
sospechosos, desviación de los temas, exageraciones y frases hechas. Nunca un
argumento para refutar, casi siempre una chicana.
Es más que evidente también que esto tampoco le da ya rédito al Gobierno,
porque queda a la vista que a la comunicación oficial le entran las balas por
los cuatro costados, tanto cuando le hacen mostrar en público a la Presidenta
cifras no homogéneas, como cuando el ministro Kicillof quiere transformar los
defectos en virtudes.
Ni que decir cuando, para justificar lo justificable, pero también lo
injustificable, Jorge Capitanich utiliza todos los días el mismo sonsonete
referido a la responsabilidad que tienen en todos los males que aquejan al
Gobierno “los intereses económicos y mediáticos concentrados”. A los
periodistas que cubren sus conferencias, aún a los amigos, parece que les
cuesta cada vez más contener la risa.
No obstante, está casi cantado que en la próxima ocasión en que el jefe de
Gabinete enfrente a la prensa (todo un mérito que él mismo se encargó de
dinamitar con sus alambiques verbales y recurrentes tics) va a explicar que el
papelón que protagonizó el viernes último Kicillof con el canje de la deuda es
culpa de los titulares de los diarios, porque seguramente dirá que han tenido
la mala fe de instalar “una agenda comunicacional” que afirma que el ministro
fracasó en su intento de tomar deuda, para mostrarle a los fondos-buitre
capacidad de endeudamiento.
A la hora de sentarse frente a los periodistas y de advertirles de antemano que
no habrá preguntas, lo del ministro de Economía fue el viernes de una gran
pobreza para justificar por qué mantuvo la salida al mercado con una operación
de rescate, canje y colocación de nueva deuda del orden de los 10 mil millones
de dólares, justo cuando, como él mismo dijo, “ha habido esta semana
movimientos abruptos y fuertes, con salidas de capitales de la región”. De allí
en más, intentó explicar la situación poniéndose del lado donde le daba mejor
el sol e hizo más evidente su inexperiencia en cuanto a la oportunidad de la
operación.
Sin ponerse colorado, Kicillof dijo que “el test de confianza ha dado positivo
porque nadie eligió llevarse los dólares”, en referencia que de los 6.700
millones de dólares de BODEN 2015 que se canjeaban sólo se anotaron para la
opción de recompra anticipada 185 millones. La visión triunfalista había sido
transmitida y hasta allí, todo iba bien, asegurándose un par de tapas de
diarios para el día siguiente pero, entonces, llegó la hora de tomar el aceite
de ricino y en ese momento todos los canales de televisión sospechosamente
dejaron de emitir sus explicaciones.
Entonces, el ministro respiró hondo y tuvo que argumentar lo del cimbronazo
internacional y decir que de los 3 mil millones de dólares que pensaba recaudar
pagando casi 10% anual en un bono a 2024 sólo había logrado tomar 286 millones
en efectivo, mientras que por canje se iban a entregar mano a mano otros 377
millones. Cuando terminó de hablar de las circunstancias internacionales, todo
el mercado sumó, restó y tildó la operación de “piletazo sin agua” y “falta de
timing”, en buen romance un “fracaso”.
Habrá que ver qué le contó Kicillof a Cristina que, al rato nomás, ella misma
salió a tuitear un logro que marcó el Banco Mundial en relación a la baja del
desempleo juvenil en la Argentina entre 2002 y 2014. Siempre es bueno tratar de
colar una noticia que tape por envergadura a otra anterior. Y hasta chuceó en
su último tuit: “Te parece que mañana será tapa de algún diario? U ocupará un
espacio central en los noticieros?”
La percepción de la jefa del Estado demostró también el alto grado de
complicación que tiene la comunicación gubernamental para convencer, ya que
casi siempre se la confunde con propaganda y se basa en estadísticas que pocas
veces se pueden verificar.
Y como Cristina es Presidenta y no periodista era evidente que, si más allá de
la ironía, creyó en lo que escribía, iba a quedar en falsa escuadra. De hecho,
casi todos los titulares más importantes de este sábado hablaron del canje para
mal o para bien. Aunque lo más terrible debe haber sido comprobar que, en los
diarios oficialistas, sólo uno le reservó a la novedad que tanto ella quiso
promocionar un diminuto quinto título de tapa.
Fundación Atlas 1853 (Argentina)
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