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30/12/2014 | Los últimos espías de la Guerra Fría

Mathieu Tourliere y Homero Campa

Rolando Sarraff, Ana Belén Montes, los esposos Myers o los integrantes de la Red Avispa bien podrían ser personajes de una complicadísima novela de espionaje. Pero no lo son. Son exagentes encubiertos que trabajaron para Washington, uno, y para La Habana, los restantes, y quienes fueron detectados por las contrainteligencias de ambos gobiernos, juzgados y encarcelados. Ahora, como parte del histórico restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, todos ellos quedaron en libertad y podrían colgarse la etiqueta de ser los últimos espías de la Guerra Fría.

 

El miércoles 17 los gobiernos de Estados Unidos y Cuba anunciaron el restablecimiento de sus relaciones diplomáticas, oficialmente rotas desde 1961. Como símbolo del acercamiento histórico, intercambiaron algunos de los agentes y espías que habían infiltrado sus aparatos de seguridad durante los noventa.

El presidente Barack Obama anunció que, a cambio de “tres agentes cubanos”, el gobierno de la isla liberó “uno de los agentes de inteligencia más importantes que Estados Unidos haya tenido en Cuba, quién estuvo encarcelado durante casi dos décadas” y “cuyos sacrificios fueron conocidos por pocos”.

Si bien Obama omitió identificar al espía, oficiales de inteligencia confirmaron a medios estadunidenses que se trataba de Rolando Sarraff Trujillo, Roly, primer teniente de la Dirección General de Inteligencia (DGI) del Ministerio del Interior cubano hasta su detención, el 2 de noviembre de 1995.

De acuerdo con información que publicó en su página Cuba Confidencial, Chris Simmons, exjefe de contrainteligencia de la Agencia de Defensa e Inteligencia estadunidense (DIA, la encargada de producir información de inteligencia militar para el Pentágono), Roly formaba parte del Departamento de Comunicaciones de Agentes de la inteligencia cubana, por lo cual conocía todos los métodos y códigos de los agentes encubiertos en el exterior.

A inicios de los noventa un integrante del Departamento de Ciencias y Tecnologías de los servicios de inteligencia de Cuba, el capitán José Cohen Valdés, se acercó a Roly y le ofreció un trato: Vender a la CIA información que le permitiera descifrar los códigos de los agentes cubanos.

Sarraff aceptó y durante años filtró a la CIA las debilidades de los códigos secretos cubanos. Los enviaba a través de mensajes de radio encriptados, señala Simmons.

Pero Cohen despertó sospechas en la policía cubana cuando empezó a gastar de forma poco discreta dinero que en mucho superaba su salario como agente. Los servicios cubanos pusieron a Cohen y a Roly bajo vigilancia. El primero se dio cuenta y logró escapar de la isla; el segundo no se enteró.

Según la familia de Sarraff, la cual se exilió y alimentó una página en internet en apoyo a Roly, el 2 de noviembre de 1995, al llegar como todos los días a su oficina, agentes de la DGI lo detuvieron y lo llevaron a la prisión de Villa Marista.

El 9 de septiembre de 1996 un tribunal militar lo condenó a 25 años de cárcel por el delito de espionaje. Desde entonces su familia abogó por su liberación afirmando que Roly es inocente.

Momentos después del anuncio de su liberación, el vocero de la Oficina del Director de la Inteligencia Nacional de Estados Unidos, Brian Hale, declaró que la información que filtró Roly fue clave para identificar a agentes infiltrados y frustrar operativos y enunció tres casos emblemáticos: el de la analista de inteligencia Ana Belén Montes; el de los esposos Myers y el de la Red Avispa, que incluye a los llamados Cinco de Cuba.

La liberación de Sarraff –planteó Hale– marca el cierre del “capítulo de la Guerra Fría en la relación Cuba-Estados Unidos”.

Pareja espía

Walter y Gwendolyn Myers fueron detenidos el 4 de junio de 2009, después de casi 30 años de ser agentes encubiertos en Estados Unidos.

El 16 de julio de 2010 fueron condenados: Walter a cadena perpetua y su esposa a 81 meses de cárcel, por los delitos de conspiración y traición. Su caso quedó registrado en la causa penal 1:09-cr-00150-RBW, cuya copia consiguió este semanario.

En 1972, a los 35 años, Walter Myers obtuvo un doctorado en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins, donde permaneció hasta 1977 como asistente de profesor en el área de estudios de Europa Occidental.

Ese año se integró al área de Europa Occidental del Instituto de Servicio Extranjero (FSI), dependencia del Departamento de Estado, donde tuvo acceso a archivos secretos. En 1978 asistió a la conferencia de un funcionario cubano. Si bien el orador fungía oficialmente como integrante de la misión de Cuba en las Naciones Unidas, en realidad era un espía.

Al terminar la presentación, el funcionario lo invitó a hacer una visita académica a Cuba, la cual Myers realizó en diciembre de 1978 junto con su entonces novia, Gwendolyn.

Durante dos semanas, miembros de los servicios secretos recorrieron la isla con la pareja, actuando como guías. En su libreta Walter describió su fascinación por la Revolución Cubana y por Fidel Castro, “uno de los grandes dirigentes políticos de nuestra época”.

Apenas seis meses después Walter y Gwendolyn se enrolaron como agentes al servicio de Cuba. Su primera misión: Que Myers escalara puestos en la administración estadunidense.

Y así lo hizo. En 1985 ganó en el FSI el certamen que le permitió consultar los archivos clasificados como ultrasecretos. Tres años después empezó a colaborar con el Buró de Inteligencia e Investigación (INR), dependencia del Departamento de Estado encargada de recolectar información de inteligencia para orientar las políticas internacionales de Estados Unidos.

En el INR su área de especialización también se enfocaba en Europa Occidental. No obstante consultaba regularmente archivos relacionados con Cuba. Al revisar su historial de búsquedas, las autoridades notaron que Myers consultó más de 200 reportes de inteligencia dedicados a la isla entre agosto de 2006 y su jubilación, en octubre de 2007.

Hasta el momento de su detención, la pareja Myers enviaba regularmente información secreta o ultrasecreta a sus enlaces cubanos con quienes, por ejemplo, intercambiaban carritos de compra en los supermercados. Recibía sus instrucciones a través de mensajes cifrados en radio de onda corta.

Como agradecimiento por su valiosa ayuda, el gobierno cubano organizó un encuentro de varias horas con el propio Fidel Castro durante una visita clandestina que realizaron a Cuba en 1995.

Al arrancar el siglo XXI multiplicaron sus viajes por América Latina –incluido México– a fin de platicar con agentes cubanos. Si bien notaron que un supervisor del INR sospechaba de ellos en 2006, ignoraban que el FBI los investigaba.

En abril de 2009 una fuente encubierta del FBI se les acercó, presentándose como oficial de inteligencia cubano. Crédulos, los Myers se reunieron cuatro veces con él en un hotel de la periferia de Washington; le detallaron su trabajo y confirmaron que seguirían su labor como agentes secretos para “la casa”, como llamaban a Cuba.

Pero al llegar a la quinta cita, la pareja se percató de que un equipo del FBI la esperaba.

La fuente encubierta del FBI descubrió que los Myers no se movían con fines de lucro, sino por motivos ideológicos. Ejemplo de ello fue la admiración que expresaron respecto a Ana Belén Montes, la analista en jefe de la DIA sobre Cuba, quién entregó información de primera mano a La Habana desde 1985 hasta su detención en 2001.

Durante el encuentro, Gwendolyn habría dicho: “Montes es una heroína, pero corrió demasiados riesgos; en mi opinión no era suficientemente paranoica”.

Infiltrada de primera

Según la Oficina del Director de la Inteligencia Nacional, las informaciones que proporcionó Roly Sarraff a la CIA también contribuyeron a desvelar la doble vida de Montes.

Nació en febrero de 1957 en una base militar operada por Estados Unidos en la ciudad alemana de Núremberg. En 1977, mientras estudiaba en la Universidad de Virginia, fue aceptada en un programa de intercambio en España durante el cual, según The Washington Post, se involucró en protestas contra el “imperialismo estadunidense”.

Pese a su odio creciente contra la política de Estados Unidos, poco tiempo después de salir de la universidad, en 1979, trabajó como secretaria en el Departamento de Justicia, donde sus cualidades impresionaron a sus superiores, quienes le dieron acceso a los archivos secretos.

En paralelo con su trabajo de oficinista, cursó una maestría en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins, la misma que había abandonado unos años antes Walter Myers.

Durante sus estudios en la universidad tuvo varios encuentros con agentes cubanos, quienes percibieron su alto potencial para ascender en la burocracia estadunidense. Se convirtió en informante de La Habana en 1984.

La apuesta de los cubanos fue exitosa: en 1985 Montes consiguió un trabajo como analista en la DIA.

Subió uno tras otro los escalones jerárquicos y siete años después de ingresar, accedió al cargo de analista política y militar de Cuba, lo cual le dio acceso a miles de documentos clasificados como “secreto-defensa”.

Según The Washington Post, que dedicó un amplio reportaje al caso en abril de 2013, Montes se ganó en la DIA el apodo de Reina de Cuba y en 1997 recibió del director de la CIA, George Tenet, una condecoración por sus méritos.

Tenet ignoraba que casi todos los días durante sus 16 años de servicio en la DIA, la analista memorizaba meticulosamente los documentos secretos y de noche, en su departamento, los transcribía en su computadora portátil. Encriptaba los archivos y los guardaba en disquetes que luego entregaba a sus contactos cubanos en Washington.

En caso de emergencia, Montes tenía anotada en su libreta la dirección de un museo en Puerto Vallarta, México, donde agentes cubanos la ayudarían.

Mediante un pequeño receptor Sony se conectaba a una frecuencia de radio de baja intensidad en la que escuchaba series de números, los cuales, una vez descifrados en su computadora, revelaban sus instrucciones.

Gracias a su entrenamiento como espía, superó sin problemas un examen de confianza realizado en 1994 con un polígrafo. Tampoco llamó la atención de sus allegados, pese a que sus hermanos, Lucy y Tito, trabajaban en el FBI, la primera como lingüista y el segundo como agente especial.

Según The Washington Post, en septiembre de 2000 Montes asesoraba al Consejo Nacional de Seguridad y al Departamento de Defensa sobre asuntos militares cubanos, cuando el FBI empezó a investigar la posible presencia de un espía en la DIA.

El agente especial Stephen McCoy, experto en los métodos de los servicios de inteligencia cubanos, explicó a la Corte de Distrito de Columbia que la falta de precaución delató a Montes. En su declaración –uno de los pocos documentos no clasificados del juicio y cuya copia obtuvo Proceso–, McCoy reveló que al revisar el departamento de la asesora militar, los peritos del FBI lograron recuperar en la memoria interna de la computadora algunos de los mensajes que había redactado.

En uno de ellos informaba a La Habana que el ejército estadunidense había determinado la ubicación, el número y el tipo de ciertas armas cubanas en la isla. Además, durante su investigación, el FBI descubrió, entre otras cosas, la existencia de los disquetes, copió el contenido de la libreta en la que aparecían frecuencias de radio, direcciones y códigos y observó a Montes hacer llamadas desde teléfonos públicos.

Montes fue detenida el 21 de septiembre de 2001. Un tribunal la sentenció a 25 años de cárcel. Durante una de las audiencias de su juicio, el 16 de octubre de 2002, no mostró remordimiento: “Me comprometí en la actividad que me llevó a comparecer frente a ustedes porque obedecí a mi conciencia antes que a la ley. Creo que la política de nuestro gobierno hacia Cuba es cruel e injusta y me sentí obligada a ayudar a la isla a defenderse de nuestros esfuerzos para imponer ahí nuestros valores y nuestro sistema político”, declaró.

La captura y posterior juicio de Montes provocaron una gran conmoción entre sus familiares. Sobre todo porque Lucy, su hermana, había colaborado de manera muy activa en el desmantelamiento de la llamada Red Avispa, una operación encubierta manejada desde La Habana.

Avispas

La historia del caso Red Avispa se remonta a la primera semana de mayo de 1998, cuando el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez viajó a Washington con una encomienda: Entregar al entonces presidente Bill Clinton una carta de Fidel Castro.

Clinton no recibió en esa ocasión al escritor colombiano, pero dio su anuencia para que éste se reuniera en la Casa Blanca con varios de sus colaboradores cercanos, entre ellos Thomas McLarty, su amigo y exconsejero para asuntos de América Latina; y Richard Clarke, director de Asuntos Multilaterales del Consejo de Seguridad Nacional. Gabo les entregó la carta, cuyo primer punto advertía sobre los planes de agentes del exilio anticastrista “para hacer estallar bombas en aviones de líneas aéreas cubanas o de otro país”.

–¿No será posible que el FBI haga contacto con sus homólogos cubanos para una lucha común contra el terrorismo? Estoy seguro de que encontrarían una respuesta positiva y pronta por parte de las autoridades cubanas –sugirió el escritor ante los funcionarios estadunidenses que habían quedado “impresionados” con las revelaciones de la carta.

–La idea es muy buena –contestó Clarke–. Pero el FBI no se ocupa de asuntos que sean publicados en los periódicos mientras se encuentran en investigación. ¿Estarán los cubanos dispuestos a mantener el caso en secreto?

–Nada les gusta más a los cubanos que guardar un secreto –respondió Gabo.

El episodio –narrado por García Márquez en un escrito que entregó a Castro, quien a su vez lo hizo público en un largo discurso que pronunció el 20 de mayo de 2005– fue el inicio de un intento fallido de cooperación en materia de lucha contra el terrorismo entre Estados Unidos y Cuba (Proceso 1492).

Y es que, tras la gestión de García Márquez, los gobiernos de ambos países intercambiaron información e incluso un grupo de expertos del FBI se trasladó a La Habana el 15 de junio de 1998 para analizar las “evidencias” del gobierno cubano sobre atentados en su contra.

Castró contó que los expertos del FBI regresaron a Washington cargados con “abundante información documental y testimonial”, entre ella, grabaciones de 14 conversaciones telefónicas de Luis Posada Carriles –autor intelectual de la voladura de un avión de Cubana de Aviación en Barbados, en 1976– en las cuales “se brindaba información acerca de acciones terroristas contra Cuba”.

Castro dijo que “la parte estadunidense reconoció el valor de la información recibida” y se comprometió a informar “en el más breve plazo” sobre el resultado del análisis de dichos materiales. Sin embargo “transcurrieron extrañamente casi tres meses sin la respuesta prometida. Se recibieron sólo algunas noticias intrascendentes”.

El 12 de septiembre de 1998 el FBI arrestó en Florida a 10 agentes cubanos. Los acusó de espionaje. Según Castro, éstos habían sido “la principal fuente de información sobre las actividades terroristas” contra Cuba. Y justamente eran los integrantes de la Red Avispa, en cuya identificación habría participado Sarraff­ Trujillo desde 1995, antes de ser detenido por los servicios de contrainteligencia cubana, según señalan ahora las autoridades estadunidenses.

De los 10 arrestados, cinco se declararon culpables y cinco fueron a juicio. El gobierno cubano reivindicó la actuación de estos últimos y los declaró “héroes”. Argumentó que su propósito no era atentar contra ciudadanos o instalaciones del gobierno de Estados Unidos, sino infiltrarse en las organizaciones anticastristas del exilio para prevenir ataques contra la isla.

Sin embargo, durante el juicio la fiscalía presentó evidencias de que sus agentes –que utilizaban falsos documentos de identidad– no sólo infiltraron a las organizaciones anticastristas, sino que tenían como misión penetrar y espiar la base aérea naval de Boca Chica, las instalaciones en Miami del Comando Sur y la base aérea de MacDill, en Tampa. “En la casa del jefe de la red (Gerardo Hernández) se encontraron documentos codificados que indican posibilidades de sabotaje a edificios y hangares en el Distrito Sur de La Florida”, señaló el fiscal federal Thomas E. Scouth.

Según las pruebas presentadas por la fiscalía, los agentes enviaban reportes encriptados a La Habana en los cuales informaban detalladamente movimientos de aviones y personal militar, así como descripciones de instalaciones. Pero dichas pruebas fueron clasificadas como secretas y los abogados defensores no pudieron acceder a la mayoría de ellas, lo que “podría haber menoscabado el derecho a la defensa”, señaló Amnistía Internacional en un comunicado fechado el 13 de octubre de 2010.

Más aún, la fiscalía presentó cargos por “conspirar para cometer asesinatos” dentro de Estados Unidos contra el jefe de la red, Gerardo Hernández. Tal acusación planteó el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate, el 24 de febrero de 1996, producto de un plan orquestado por la DGI de Cuba.

Dicho plan tendría el nombre clave de Operación Escorpión y en él habrían participado Hernández y Juan Pablo Roque, quien infiltró a aquélla organización pero huyó a Cuba antes de ser arrestado.

El juicio duró siete meses. Comparecieron más de 70 testigos e implicó que oficiales del Ministerio del Interior de Cuba viajaran a Miami. El 9 de junio de 2001 el jurado concluyó que los cinco cubanos eran culpables. El 11 de diciembre de ese año fueron sentenciados.

El principal acusado, Gerardo Hernández, fue condenado a dos cadenas perpetuas. Otros dos, Antonio Guerrero y Ramón Labadiño, recibieron cada uno una cadena perpetua. Fernando González y René González fueron condenados a 19 y 15 años de prisión, respectivamente. La defensa apeló el fallo y promovió que el juicio se realizara fuera de Miami.

El 9 de agosto de 2005 el XI Circuito de Apelaciones de Atlanta revocó sus condenas y ordenó un nuevo juicio, aunque los cinco continuaron en prisión. Un año después, el pleno de la misma Corte rechazó por mayoría esa decisión y ratificó las condenas.

René González fue liberado el 7 de octubre de 2011 tras cumplir su condena de 13 años, junto con otros tres años de libertad condicional en Estados Unidos. En 2012 recibió un permiso para ver en Cuba a su hermano Roberto, quien había sido uno de los abogados de su defensa y agonizaba de cáncer. El 2 de abril de 2013 la juez Lenard le permitió regresar a la isla para el funeral de su padre y quedarse en ese país definitivamente.

Fernando González fue liberado el 27 de febrero de 2014. Los tres restantes fueron excarcelados el pasado miércoles 17 a cambio de la liberación de Sarraff Trujillo.

El pasado 23 de abril, mientras seguía en la cárcel en Cuba, Roly redactó una carta abierta en la que denunció su suerte y la de los demás espías encarcelados, tanto en Cuba como en Estados Unidos. “Todos estamos sancionados por el mismo delito a favor de una parte o de otra”, escribió.

Proceso (Mexico)

 



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fecha
Título
28/02/2016|

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