Según el presidente del equivalente europeo de la Reserva Federal norteamericana, Mario Draghi, a partir de marzo inyectará 60.000 millones de euros por mes en los mercados del bloque hasta alcanzar, en septiembre del año venidero, la friolera de 1,14 billones, con la esperanza de que el dinero sirva para reactivar las economías comatosas del sur sin perjudicar a las del norte, cuyo desempeño reciente ha sido un poco mejor. Puesto que la Eurozona se encuentra al borde de la deflación, un mal que andando el tiempo podría condenarla a décadas de estancamiento, la mayoría de los especialistas cree que Draghi ha tomado la decisión correcta. Con todo, hay algunos, sobre todo los que comulgan con el gobierno alemán de la canciller Angela Merkel, que advierten que, a menos que la expansión monetaria prevista se vea acompañada por muchas reformas estructurales, no será suficiente como para garantizar la recuperación deseada.

Los programas de "facilitación cuantitativa", que consisten en imprimir cantidades gigantescas de dinero fresco sin preocuparse por las eventuales consecuencias inflacionarias, parecen haber brindado buenos resultados en los dos países anglosajones, ya que hace un par de años ambos reanudaron el crecimiento. Sin embargo, el dinamismo evidente de la economía norteamericana debe mucho al éxito del "fracking" que, en un lapso muy breve y a pesar del escaso interés en impulsarlo del gobierno del presidente Barack Obama, ha permitido que Estados Unidos se acerque a la independencia petrolera, de ahí el desplome del precio del crudo en los mercados internacionales, mientras que en el Reino Unido el gobierno conservador, para indignación de sus adversarios laboristas, ha procurado mantener bajo control el gasto público. De todos modos, en Estados Unidos, la Reserva Federal cree que ha llegado la hora para poner fin a los estímulos financieros, lo que hace prever que, una vez más, el mundo tendrá que acostumbrarse a un dólar muy fuerte.

Los alemanes y sus aliados temen que el italiano Draghi haya optado por privilegiar los intereses de los miembros sureños de la Eurozona, comenzando con los de su propio país, a costa de aquellos de los que, por razones culturales, están dispuestos a soportar años de austeridad. En opinión de quienes piensan así, los problemas de socios como Grecia, Italia, España y Portugal deberían atribuirse al atraso, no a la falta de créditos bancarios baratos que, antes de estallar la crisis internacional, los gobiernos y muchos empresarios aprovecharon para endeudarse hasta el cuello; en el caso de Grecia, llegaron al extremo de falsificar las estadísticas económicas con el propósito de engañar a los bancos de países más solventes para que les prestaran aún más.

Si bien los comprometidos con la austeridad juran simpatizar con los millones que, en los países de la periferia, han perdido su trabajo y han sido perjudicados por el deterioro de los servicios sociales, les parece injusto pedirles a los contribuyentes de Alemania, Finlandia y otros países gastar una fortuna para subsidiar los sistemas socioeconómicos corruptos y clientelistas que les parecen típicos de la franja mediterránea de la Unión Europea. Aunque tales reparos se basan en datos concretos, ya que no cabe duda de que en algunos países la corrupción es endémica, los más perjudicados por los vicios denunciados por los alemanes son los italianos, españoles, portugueses y griegos comunes, en especial los jóvenes excluidos del mercado laboral, que se han visto privados de la oportunidad para disfrutar de lo que en Europa se considera una vida normal. Asimismo, existe el riesgo de que no sólo los griegos sino también muchos otros terminen rebelándose contra un statu quo que les ha resultado insoportable, optando por presuntas alternativas populistas y nacionalistas que, aun cuando, para asombro de los alemanes, resultaran ser viables, serían incompatibles con el proyecto europeo.