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31/01/2015 | Dos historias, un país, Colombia

Diana Calderon

A veces la historia de un país se escribe más fiel a la verdad y más dolorosamente desde la historia de las vidas de la gente Buena.

 

A veces la historia de un país se escribe más fiel a la verdad y más dolorosamente desde la historia de las vidas de la gente buena, de los valientes como Antonio Navarro Wolf y Martha Díaz.

“Hicimos la paz para que los padres no siguieran enterrando a sus hijos y no pude evitar que me pasara. Estoy aplastado”. Eso escribió en un trino el senador Antonio Navarro Wolf ante la muerte de su hijo Gabriel, de tan solo 19 años.

Este hombre es quizá el político de la izquierda con más reconocimientos en Colombia. Ha sido alcalde, gobernador, constituyente, representante a la Cámara, candidato presidencial y ahora senador. Antonio fue guerrillero. Había estudiado ingeniería sanitaria pero decidió ingresar a la guerrilla del M-19 en los años 70. Esa misma guerrilla que se tomó el Palacio de Justicia en 1985 durante el Gobierno de Belisario Betancur, episodio que marcó la historia colombiana cuando en la retoma por parte de las Fuerzas Militares murieron un centenar de personas y desaparecieron a 13. También responsable del secuestro de Álvaro Gómez, del robo de armas en un cantón de Bogotá y del asesinato de un líder sindical, entre otros.

Ya para entonces Antonio tenía una pata de palo. Una granada le había estallado a pocos centímetros de su pie izquierdo. Se lo amputaron y le pusieron una prótesis en Cuba, como a todos los guerrilleros de este continente. Una de las cientos de esquirlas le afectó el nervio hipogloso dejándolo con su particular hablar con la legua pegada o a media lengua. Previamente Navarro había sido torturado en el gobierno de Turbay Ayala, en 1980, en las caballerizas de una guarnición militar. Fue sometido a golpes en los testículos, inmovilizado con sogas. Estuvo preso por el delito de rebelión.

Navarro fue un hombre definitivo para mantener la paz que firmó el Gobierno del presidente Virgilio Barco en 1990 con la guerrilla del M-19 luego de que la mafia criminal de Pablo Escobar asesinara en un vuelo de Avianca a Carlos Pizarro, su máximo líder y quien para entonces era candidato presidencial. Hombre duro, callado, fue quien adquirió la relevancia en Colombia por haberle apostado a la paz y a honrar los acuerdos. Porque Antonio Navarro es un hombre de honor.

Lo ha demostrado siempre. Incluso cuando renunció como secretario de Gobierno de la Alcaldía ineficiente de su otrora compañero en armas, Gustavo Petro, sin complacer el apetito de todos los que esperaban que saliera a destruir la imagen del alcalde. Prefirió hacer críticas constructivas y argumentar razones personales, que en efecto tenía. Se lanzó luego al Congreso y salió elegido senador.

En el parlamento ha tenido que enfrentar debates que le llegan al alma, sobre todo aquellos en los que muchas veces en nombre de las libertades gritamos en favor de la legalización de las drogas sin conocer las consecuencias o cuando en memoria de los seres queridos que viven el infierno del vicio, nos declaramos en contra, también desconociéndolo todo sobre esa guerra que nos ha superado a todos.

Por estos días, Navarro manejaba un taxi, de 4 de la mañana a 4 de la tarde, mientras empezaban las sesiones parlamentarias en abril, para conocer la realidad laboral de ese oficio. Ese día la placa del taxi tenía restricción. Pasado el medio día le avisaron que su hijo se había suicidado. El país se volcó a rodearlo porque Antonio supo anteponer la democracia, dejar las armas, no hacer oposición mezquina y respetar las opiniones contrarias. Pero esas armas que marcaron su vida, que han dejado su huella en la de millones de colombianos, cegaron la de uno de sus hijos y hoy se consume en el dolor con Marcela y su otro hijo Alejandro, tratando de responder preguntas sin respuestas, cuando algo así pasa en la vida.

“Si no hay verdad, no hay perdón, ni verdadera reconciliación con el Ejército. A mi hijo Douglas lo enterré ayer cuando limpiaron su nombre”. La frase es de Martha Díaz, una madre que rechazó esta semana el perdón de los militares por el asesinato de su hijo Douglas Tavera, desaparecido el 28 de marzo de 2006.

Martha es una mujer de 55 años de clase media. De joven trabajó como comerciante. Tenía dos locales. Uno de venta de productos para mascotas y una miscelánea. Su meta era retirarse a los 50 años para vivir feliz con sus dos hijos. Pero 8 años antes, le desparecieron a Douglas.

Martha Díaz habla sin miedo aunque se le quiebre la voz. Un juzgado le ordenó al Ejército colombiano pedir perdón a su familia, pero cuando el general Carlos Moreno Ojeda, comandante de brigada presentó las disculpas, la madre no las aceptó porque el oficial le dijo que estaba allí por una orden judicial. Martha Díaz había llegado con una figura de su hijo tallada en madera para protegerse los ojos y no mirar de frente a quienes considera los victimarios pues para ella sin verdad no hay reconciliación.

“No acepté el perdón porque no ha habido verdad verdadera. No han implicado a Uribe como presidente y a Santos, como su ministro, no han querido reconocer que fueron falsos positivos ni que tampoco eran manzanas podridas los que causaron el asesinato, que era una política de Estado”.

Gran lección en momentos en que Colombia negocia con las FARC un proceso de paz donde uno de los puntos que aún falta por acordar es el de las víctimas.

Douglas era un joven de 27 años, adicto a las drogas desde los 14 años. Pero no era guerrillero. Frecuentaba un parque de la ciudad norteña de Barranquilla, de donde se lo llevaron para hacerlo aparecer dos años después como guerrillero de las FARC muerto en combate. Apareció enterrado en un cementerio, en una pila de N.N., en una especie de fosa de criminales. Incluso el cuerpo que le entregaron a Martha en un principio no era el de su hijo. Hasta que logró por una prueba de ADN demostrar que no era ese sino otro en la misma pila.

La verdadera sepultura de Douglas ocurrió hace un par de días. Ahora Martha dirige la Fundación Familias Unidas por un solo dolor. Son 68 historias iguales a las de ella.

*Diana Calderón es directora de Informativos y de Hora 20 de Caracol Radio Colombia

El Pais (Es) (España)

 



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